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Inteligencia artificial
Tribuna
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El dueño de la inteligencia

Europa tiene la oportunidad de liderar la regulación mundial de las máquinas

Javier Sampedro
La vicepresidenta ejecutiva de la Comisión Europea, Margrethe Vestager, durante la presentación del reglamento europeo sobre inteligencia artificial.
La vicepresidenta ejecutiva de la Comisión Europea, Margrethe Vestager, durante la presentación del reglamento europeo sobre inteligencia artificial.AP

Pocas tecnologías se han desarrollado sin que los militares tuvieran un ojo puesto en ellas. El propio Arquímedes, dice la leyenda, utilizó sus estudios sobre la reflexión de la luz solar para achicharrar con una combinación de espejos la flota del general romano Marco Claudio Marcelo, y se ganó con ello una certera estocada en el corazón por parte de un soldado cabreado. Es lo que pasa cuando un científico se mete en política, que sale con los pies por delante. La cornucopia dineraria que financió la física de partículas en la segunda mitad del siglo XX fue la consecuencia directa del proyecto Manhattan que, redondeando un poco, resolvió a lo bestia la Segunda Guerra. La virología vivirá dentro de poco una fase de esplendor, por razones que a un militar le parecerán obvias. El GPS fue una herramienta militar del Pentágono hasta que Bill Clinton decidió donarlo al mundo libre de costes. Aunque solo a cambio de financiar versiones del GPS más avanzadas para el ejército.

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Lo mismo estamos viviendo con la Inteligencia Artificial (AI), el conjunto de técnicas matemáticas que lleva una década generando prodigios asombrosos. Máquinas que ven y que responden llamadas de los humanos –a menudo tras escuchar las cuatro estaciones de Vivaldi en manos libres, pero eso no es culpa del robot, sino del rácano que lo compró—, piernas y brazos artificiales que responden al mero pensamiento de las personas paralizadas, drones y martecópteros como el que vuela estos días por Marte, sistemas adaptativos que no solo ganan a los campeones humanos de ajedrez, go o póker, sino que descubren en cuestión de horas unas estrategias que no se le habían ocurrido a nadie que esté hecho de carne durante siglos de cultura y excelencia. ¿Humillante? Sin duda. ¿De interés militar? Por supuesto.

La élite de las ciencias de la computación lleva 15 o 20 años clamando por un tratado internacional que regule el uso bélico de la IA, al estilo de los pactos de no proliferación nuclear

El país más avanzado en IA sigue siendo Estados Unidos, por más que China esté decidida a comerle el terreno, y la tradición liberal, casi libertaria, del gigante americano en materia de política industrial supone un escollo para las iniciativas de analizar la ética de esa poderosa tecnología. A Washington, lo que hagan los magnates de Silicon Valley con los mensajes que trasmiten en sus redes y los datos que atesoran en sus bases le importa más bien poco mientras aporten riqueza al país. Pero la élite de las ciencias de la computación lleva 15 o 20 años clamando por un tratado internacional que regule el uso bélico de la IA, al estilo de los pactos de no proliferación nuclear. Saben muy bien de lo que hablan, porque el Pentágono los recluta de entre sus huestes.

Europa tiene ahí una oportunidad. No solo por la parte bélica de la cuestión, sino también por los abusos cotidianos. Los algoritmos de la IA ya se utilizan para seleccionar empleados, por ejemplo, y sabemos que están sesgados por sexo y raza, puesto que han aprendido leyendo nuestros textos, que también lo están. Si Europa regula, medio mundo irá detrás.

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