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la crisis del coronavirus
Tribuna
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Los escondites del coronavirus

Las personas somos ahora el gran vector de contagio. Los animales vendrán después

Unas cabras caminan por una calle de la ciudad israelí de Mitzpe Ramon el pasado 4 de febrero, durante el confinamiento de la ciudad.
Unas cabras caminan por una calle de la ciudad israelí de Mitzpe Ramon el pasado 4 de febrero, durante el confinamiento de la ciudad.MENAHEM KAHANA (AFP)
Javier Sampedro

Supón que hemos controlado la pandemia a finales de año, lo que ya es suponer, porque los países pobres tardarán un par de años más en estar vacunados. Pero bueno, la imaginación es libre y podemos hacer ese experimento mental. ¿De dónde nos puede venir un rebrote del SARS-CoV que nos vuelva a pillar con las defensas bajas? El mejor sitio para mirar es el mismo que originó la crisis: los animales. Y ahora no solo hay que investigar a los murciélagos y demás animales silvestres, sino también a los domésticos que viven en nuestras granjas y en nuestras casas. ¿Por qué?

Cuando un virus salta de un animal a los humanos, como es el caso de esta y de las demás pandemias, empieza arrasando a la población vulnerable, pero luego se suele atenuar para convivir con las personas de manera estable. Esto no constituye un signo de inteligencia del virus, ni desde luego de las personas, sino que se deriva directamente de “la naturaleza roja en diente y garra”, como describió Tennyson la selección natural de Darwin. Los virus que más se reproducen no son los que matan a su huésped, sino los que le dejan sobrevivir. Las variantes más ponzoñosas se extinguen con su víctima mientras los virus moderados prosperan. Un virus es idiota, pero un millón se comportan con algún tipo de inteligencia colectiva. Lo mismo pasa con nuestras neuronas, por cierto.

Pero este coronavirus tiene una peculiaridad: los contagiados graves siguen siendo infecciosos durante semanas antes de morir, y eso permite al virus seguir propagándose por muy letal que sea. Es lo que ha ocurrido con la variante británica, que no solo ha aumentado la propagación del SARS-CoV, sino también su letalidad. Una tendencia poco común entre los virus, pero que ocurre esta vez debido a la lentitud de la muerte. La naturaleza roja en diente y garra revela a menudo cierta sofisticación, y en este caso se ha vuelto contra nosotros. En otro metagiro de guion, los nuevos mutantes son más propensos a mutar que la variante original de Wuhan. Llamadme cenizo, pero es muy difícil encontrar ahí una buena noticia.

Este coronavirus tiene una peculiaridad: los contagiados graves siguen siendo infecciosos durante semanas antes de morir, y eso permite al virus seguir propagándose por muy letal que sea

Un factor que preocupa a los especialistas arranca de la evidencia de que el SARS-CoV-2 puede saltar de los humanos a los visones, y ocasionalmente de vuelta a los humanos, como se comprobó en las granjas de Holanda el año pasado. Es improbable que los visones tengan algo de especial en el gran marco de la Creación, y los científicos investigan qué otras especies pueden convertirse en reservorios o fermentadores de mutaciones que vuelvan luego a atacarnos con renovadas energías y trucos para eludir nuestra inmunidad.

El SARS-CoV-2 humano también infecta a perros, gatos, pumas, leopardos, gorilas y la mitad del censo del arca de Noé. Los brotes que pueda haber en las granjas se podrán controlar con las medidas habituales en veterinaria, pero los animales silvestres son una cuestión enteramente distinta, por definición de silvestre. Tenemos una pila de datos. Ahora es preciso convertirlos en conocimiento, como dijo Sydney Brenner.

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