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Tribuna
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Lecciones de una pandemia

Por más que lleguen las vacunas, sigan atendiendo a los epidemiólogos

Un hombre pasa este sábado ante un mural del artista anónimo llamado Sentydo, que realiza intervenciones a lo largo de los últimos meses en Pola de Siero, Asturias.
Un hombre pasa este sábado ante un mural del artista anónimo llamado Sentydo, que realiza intervenciones a lo largo de los últimos meses en Pola de Siero, Asturias.Alberto Morante (EL PAÍS)
Javier Sampedro

Pasaremos años analizando los efectos de esta pandemia. La tasa de infectados y de muertos, las secuelas persistentes, las consecuencias para la salud mental. La caída del PIB, el incremento del paro y el apogeo de la marginación. La crisis de un modelo de crecimiento basado en los servicios, el turismo y el ladrillo. Los historiadores seguirán examinando la distopía en que vivimos dentro de cien años. Pero hay cuestiones más urgentes, como todo aquello que la ciencia está aprendiendo de la pandemia. Una de las disciplinas esenciales para la gestión pandémica ha sido la epidemiología, la ciencia que se ocupa de la propagación de las enfermedades y de cómo evitarla. Hasta hace un año no sabíamos ni pronunciar esa palabra, y ahora no se habla de otra cosa en el taxi, en las reuniones por Zoom ni en las tres tristes terrazas que quedan abiertas.

En un sentido no trivial, este ha sido el año de la epidemiología

Como destaca una pieza editorial de ‘Nature’, la epidemiología lleva un año en el ojo del huracán. En los meses iniciales, los datos penosamente recabados sobre los contagios y las muertes, los modelos matemáticos de propagación del virus y las recomendaciones a los gestores sobre las medidas óptimas –no siempre atendidas— han guiado la acción de los gobiernos en todo el planeta, de las mascarillas al distanciamiento, de las cuarentenas al confinamiento. En un sentido no trivial, este ha sido el año de la epidemiología.

Fueron los epidemiólogos quienes, ya a mediados de enero de 2020, construyeron unos modelos matemáticos que indicaban que el número de casos en Wuhan era mucho, mucho mayor que el que registraban las cifras oficiales. El ya famoso R0 (ritmo reproductivo básico), que por encima de 1 significa que una persona infectada contagia en promedio a más de una sana, y por tanto la curva crece exponencialmente, estaba entre 2 y 4. Eso no llega a batir la marca mundial del sarampión (12-18) ni de la varicela (10-12), pero está muy por encima de un clásico como la gripe española de 1918 (alrededor del 2). Los epidemiólogos también calcularon otros indicadores fundamentales, como el periodo medio de incubación (cuánto tarda un infectado en desarrollar síntomas), la fracción de contagiados que mueren y la forma drástica en que la edad afecta a ese parámetro. Poco después demostraron que las personas asintomáticas trasmiten el SARS-CoV-2, un dato esencial para los políticos.

Hoy nos parece a todos que hemos nacido sabiendo eso, pero fue la epidemiología quien nos otorgó ese conocimiento en los oscuros tiempos iniciales de la pandemia. Apenas hace un año. Y sigue siendo una disciplina esencial para entender la propagación de las nuevas variantes y lo que haya de venir después. La velocidad a la que se han desarrollado las primeras vacunas anticovid es un hito científico y biotecnológico. Pero lo cierto es que ha sido la epidemiología quien se hecho cargo de la crisis durante el primer año. Es una investigación que se mide en vidas salvadas. Por más que lleguen las vacunas, sigan atendiendo a los epidemiólogos.

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