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La crisis del coronavirus
Tribuna
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Mutaciones

Las variantes británica y sudafricana del coronavirus no serán las únicas

Personal sanitario preparan las dosis de la vacuna Pfizer y BioNTech en el hospital La Fe de Valencia, el lunes.
Personal sanitario preparan las dosis de la vacuna Pfizer y BioNTech en el hospital La Fe de Valencia, el lunes.Mònica Torres
Javier Sampedro

Empecemos por la zanahoria. El coronavirus muta, y en ocasiones eso resulta en una variante que se propaga más que la media de sus competidores, los infortunados coronavirus que no llevan la mutación. Hay un mutante británico, uno sudafricano y otro recién detectado en Japón que proviene de Brasil. Pero no hay que preocuparse, porque esas mutaciones no afectan a la capacidad de las vacunas para hacerse pasar por el agente infeccioso, que es a lo que aspira toda vacuna. Si lo hace bien, nuestro sistema inmune cae en la trampa, reacciona contra la vacuna y se queda preparado por si luego llega el virus de verdad. Los virus mutan, es su forma de vida, y nos ofrecen un modelo acelerado de la evolución biológica. Una pequeña ventaja en la propagación se convierte a lo largo de las generaciones en una cepa dominante. Y si nosotros medimos una generación en 20 o 30 años –el tiempo que nos cuesta reproducirnos—, el virus la cuenta en 20 o 30 minutos. Mientras no afecte a la eficacia de la vacuna, miel sobre hojuelas. Hasta aquí la zanahoria.

Ahora pasemos al palo. La tranquilidad que trasmiten los gestores sanitarios está basada en la mejor ciencia disponible, pero eso no quiere decir que los científicos la compartan. Los investigadores, y en particular los británicos, sí están preocupados por las mutaciones presentes y futuras. Para empezar, el mero hecho de que un mutante se extienda con más eficacia implica el riesgo de que aumente la propagación del coronavirus, con sus consecuencias bien conocidas de saturación hospitalaria, enfermedad y muerte. Pero los científicos también necesitan comprender a qué se debe la mayor propagación de los mutantes. Sin entendimiento no hay una vía segura hacia la solución del problema. Todo serían palos de ciego en la espesura del paisaje pandémico.

Los virus mutan, es su forma de vida, y nos ofrecen un modelo acelerado de la evolución biológica

Laboratorios de varios países trabajan con frenesí para averiguar esas causas. Una investigación prepublicada el viernes (aún no revisada por científicos independientes) ha hallado un nexo entre la variante británica y la sudafricana. Cada una de ellas consta de varias mutaciones puntuales, pero una de ellas coincide entre ambas, y está en un lugar de la espícula, la proteína que forma las espinas del virus y se agarra a las células humanas, que por investigaciones anteriores es conocida como una arquitectura clave para el reconocimiento. El estudio concluye que esa mutación que ha ocurrido al menos dos veces en el planeta no afecta a la eficacia de la vacuna de Pfizer. Pero faltan muchas cosas por entender, y varios otros estudios están en marcha.

El descubrimiento de la variante británica fue una chiripa (serendipity, en la jerga científica). La prueba diagnóstica de referencia, la PCR, detecta los genes del virus mediante unos minúsculos velcros que reconocen los extremos de cada gen o segmento de gen. Los especialistas británicos detectaron virus aislados de pacientes que no aceptaban uno de los velcros. La mutación clave estaba justo ahí. Si eso ha sido de chiripa, cabe predecir más mutaciones en un análisis sistemático.

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