Clima y covid: más decisiones difíciles
Un 10% de los fondos anticovid conducirían al mundo por una senda sostenible
Los filósofos éticos saben que la existencia de un mal mayor no nos exime de ocuparnos de los millardos de males menores que nos afligen y espantan a diario. Uno de los graves peligros para la gobernanza que nos plantea la crisis de la covid es que ese mal mayor, obviamente esencial y urgente, nos cierre los ojos ante otros problemas que ya eran acuciantes en eras prepandémicas y que, para nuestra infinita desgracia, seguirán allí como el dinosaurio de Monterroso cuando nos despertemos de la pesadilla y veamos que el mundo, lejos de haberse convertido en un lugar mejor, se nos aparezca de nuevo como el cenagal viscoso que siempre fue, una pesadilla de crecimiento perpetuo y descerebrado cuyos líderes parecen preocupados por cualquier cosa menos por lo importante. Un ejemplo de manual de estos males menores olvidados durante el bombardeo vírico es el cambio climático, naturalmente.
No comparto los esfuerzos semiautomáticos de algunos ensayistas por adjudicar la covid al cambio climático. Estoy seguro de que están movidos por intenciones virtuosas, pero se enraízan en una lógica –todo lo que vaya mal debe tener un origen común— carente de cimientos sólidos. La peste que asoló Europa en 1665 ocurrió justo mientras Newton, que pasó aquel año confinado en su casa del pueblo, desarrollaba las ecuaciones que estimularon la revolución industrial, y por tanto no pudo tener relación alguna con nuestras emisiones de dióxido de carbono: no las habíamos inventado aún.
La gripe española logró matar a 50 millones de personas en 1918, cuando el calentamiento no era aún un problema relevante. Conocimos la pandemia del sida en los años ochenta, cuando empezaron a morirse nuestros actores favoritos, pero ese virus había saltado de los chimpancés a los humanos medio siglo antes, cuanto ni la deforestación ni nuestro contacto con los animales silvestres implicaban nada que no hubieran implicado ya durante milenios. No podemos fundamentar nuestras políticas en una mala ciencia, por muy bien intencionada que esté, porque cuando la mala ciencia se refute acabaremos tirando al niño con el agua sucia del baño, como dicen los ingleses. Los virus llevan saltando de animales a personas desde que la humanidad existe, y meter ahí al cambio climático con un calzador no nos va a ayudar a hacerlo mejor la próxima vez.
Las políticas antipandémicas, sin embargo, sí que tienen una relación estrecha con las políticas contra el cambio climático, y la razón no resulta muy sorprendente. Es la economía, estúpido (ya siento que el marido de Hillary Clinton vaya a pasar a la historia por esa frase nunca pronunciada y su incontinencia viril en el despacho oval). Los fondos acordados como estímulos económicos en cien países para paliar la recesión causada por la covid superan ya los 10 billones de euros, y bastaría con una fracción de ello, un billón y pico al año, para promover una transición verde en la senda de los acuerdos de París, según calculan para ‘Science’ Marina Andrijevic y sus colegas de la Universidad Humboldt en Berlín. Más decisiones difíciles, por si necesitáramos alguna.
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