Elogio de la incertidumbre
El uso político de los modelos epidemiológicos carece de base científica
Construir modelos matemáticos se ha convertido en una profesión de riesgo. Los expertos saben en qué consiste un modelo, cuáles son sus axiomas y lo muy alta que es su incertidumbre sobre el mundo real, pero los políticos no, y usan una pequeña parte de esas matemáticas valiosas para llevarse a casa las conclusiones con las que ya estaban previamente de acuerdo y ocultar todo lo demás. El chiste de que hay verdades, medias verdades y verdades estadísticas no solo tiene gracia, sino también mucha razón. Pero no debe interpretarse como una crítica a la estadística, sino a la utilización interesada, tramposa y selectiva que hacen de ella los Gobiernos y los aspirantes a derrocarlos.
Un mal uso de los modelos epidemiológicos puede servirle a un político mendaz para afirmar que Madrid es la comunidad que mejor lo ha hecho durante la pandemia, que una Cataluña independiente habría sufrido menos muertes o que el rebrote de Málaga está “absolutamente controlado”, como dijo este lunes una responsable política de la ciudad. Pero todo eso no son más que patrañas, y de las peores que cabe imaginar, porque fingen fundamentarse en la ciencia, al estilo de las cremas faciales basadas en el ARN y los tratamientos para novias con células madre. Los poderes actúan aquí como los vendedores de elixires en el Lejano Oeste, cuyo negocio se basaba en salir pitando del pueblo antes de que su pócima le hubiera quemado la cara a algún vecino armado.
“La ciencia es un proceso permanente de imaginación y conocimiento, de hipótesis y experimento, un río que ha vivido siempre en la geografía de la incertidumbre”
Los expertos en modelos matemáticos no llevan revólver, por fortuna, pero se han acabado cabreando con esta situación, como parece natural. “La modelización por ordenador está en el candelero ahora que los políticos presentan sus decisiones como dictadas por la ciencia”, dicen 22 investigadores en un manifiesto publicado por Nature. “No hay, sin embargo, ni un aspecto sustancial de esta pandemia para el que ningún investigador pueda aportar ahora mismo unos números precisos y fiables”. Es la matemática, amigo. Los modelos estadísticos son sólidos y poderosos, pero necesitan alimentarse de unos datos de calidad que no tenemos. Ni siquiera sobre las tasas de mortalidad, de reproducción y de prevalencia en la población, no hablemos ya de la posible estacionalidad del SARS-CoV-2, el desarrollo de la inmunidad y el efecto de las medidas de distanciamiento. No tenemos nada “absolutamente controlado”. La investigación no funciona así.
La ciencia no es un libro ya leído y almacenado en la estantería. Es un proceso permanente de imaginación y conocimiento, de hipótesis y experimento, un río que ha vivido siempre en la geografía de la incertidumbre, un río que ignora por dónde va a fluir aunque sepa que al final va a llegar al mar. Si no te fías de la firma cosmética que te vende un elixir de la juventud “científicamente testado”, no te fíes tampoco del político que ofrece a tu cerebro reptiliano una certeza absoluta con la misma excusa. Ambos mienten.
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