Las lecciones de la mortal epidemia de polio para el coronavirus
Nadie sabía cómo se transmitía la enfermedad ni qué la causaba, pero la historia de cómo se acabó con ella proporcionan esperanza en la lucha para combatir otro enemigo invisible, el SARS-CoV-2
El temor y la incertidumbre que rodean la pandemia de coronavirus pueden parecernos nuevos a muchos. Pero a los que vivieron la epidemia de polio del siglo pasado les resultan extrañamente familiares.
Durante la primera mitad del siglo XX, el virus de la polio llegaba cada verano, golpeando sin avisar, como en una película de terror. Nadie sabía cómo se transmitía la enfermedad ni qué la causaba. Había teorías descabelladas, como que el virus lo traían los plátanos importados o lo transmitían los gatos callejeros. No había cura ni vacuna. En las siguientes cuatro décadas, las piscinas y los cines se cerraban durante la estación de la polio por miedo a este enemigo invisible. Los padres dejaban de enviar a los niños al parque o a fiestas de cumpleaños por temor a que “pillasen la polio”.
Durante el brote de 1916, los sanitarios de Nueva York se llevaban a los niños de sus casas o de los parques cuando sospechaban que estaban infectados. Los críos, que parecían el blanco de la enfermedad, quedaban alejados de sus familias y aislados en sanatorios. En 1952, el número de casos de la polio en Estados Unidos ascendió a 57.879, provocando 3.145 fallecimientos. Los que sobrevivían a esta enfermedad tan contagiosa podían acabar con algún grado de parálisis, que los obligaba a usar muletas, sillas de ruedas o a vivir en un pulmón de acero, un gran tanque respirador que introducía y retiraba el aire de los pulmones, permitiéndoles respirar.
La poliomielitis fue vencida al fin en 1955, gracias a una vacuna desarrollada por Jonas Salk y su equipo de la Universidad de Pittsburgh.
Debido a la celebración del 50º aniversario de la vacuna de la polio, produje un documental, The Shot Felt ‘Round the World, que contaba historias de muchas personas que colaboraron con Salk en el laboratorio y participaron en los ensayos de la vacuna. Como cineasta y profesor titular en la Universidad de Pittsburgh, creo que estas historias proporcionan esperanza en la lucha para combatir otro enemigo invisible, el coronavirus.
Aunar esfuerzos como nación
Antes de que se dispusiera de la vacuna, la polio causaba más de 15.000 casos de parálisis al año en Estados Unidos. Fue la enfermedad más temida del siglo XX. Con el éxito de la vacuna de la polio, Jonas Salk, que en aquel momento tenía 39 años, se convirtió en uno de los científicos más célebres del mundo. Renunció a la patente de su trabajo, afirmando que la vacuna pertenecía a los ciudadanos, y que patentarla sería como “patentar el sol”. Las principales empresas farmacéuticas la fabricaron, y entre 1955 y 1962 se distribuyeron más de 400 millones de dosis, reduciendo los casos en un 90%. Hacia finales del siglo, el pánico a la polio se había convertido en un vago recuerdo.
El desarrollo de la vacuna fue un esfuerzo colectivo al que contribuyeron el presidente Franklin Roosevelt como líder de la nación y los que trabajaban junto a Salk en el laboratorio, así como los voluntarios que tomaron la resolución de dejarse inocular experimentalmente.
Sidney Busis, en aquel momento un joven médico, practicaba traqueotomías a niños de dos años, haciéndoles una incisión en la garganta y encerrándolos en un pulmón de acero para que pudieran seguir respirando. A su esposa Silvia le aterraba que pudiera contagiar la polio a sus dos hijos al llegar a casa por la noche. En el laboratorio de Salk, un estudiante de posgrado, Ethyl Mickey Bailey, pipeteaba con la boca virus de polio vivos –haciendo que el líquido subiera por unos finos tubos de cristal–como parte del proceso de investigación. Mi vecina, Martha Hunter, estaba en primaria cuando sus padres la presentaron voluntaria para “el pinchazo”, la vacuna experimental de Salk que nadie sabía si funcionaría.
Hasta el momento, la viruela es la única enfermedad infecciosa que hemos logrado eliminar
El presidente Roosevelt, que mantenía su parálisis causada por la polio oculta a la ciudadanía, creó el Instituto Nacional de Parálisis Infantil, una organización sin ánimo de lucro, más tarde conocida como March of Dimes, o Marcha de los 10 centavos. Animó a todos los estadounidenses a enviar diez centavos a la Casa Blanca para financiar el tratamiento de las víctimas de polio y la investigación para obtener una cura, y de esta manera cambió la filantropía estadounidense, que había sido en gran medida coto de los ricos.
Peter Salk, hijo mayor del investigador, comentaba en una entrevista concedida para nuestra película que fue una época en la que los ciudadanos confiaban en la comunidad médica y unos en otros. Creo que es una idea que debemos resucitar hoy.
Qué hizo falta para terminar con la polio
Jonas Salk tenía 33 años cuando inició su investigación médica en un laboratorio situado en el sótano de la Universidad de Pittsburgh. Había querido trabajar sobre la gripe, pero se pasó a la polio, un campo en el que había más fondos disponibles para la investigación. Tres plantas por encima de su laboratorio había una sala de infectados de polio llena de adultos y niños en pulmones de acero y camas oscilantes que les ayudaban a respirar.
Hubo mucha pistas falsas y callejones sin salida en la búsqueda de remedios. Hasta el presidente Roosevelt viajó a Warm Springs, en Georgia, creyendo que el agua de allí podría tener efectos curativos. Mientras que la mayoría de los científicos creía que una vacuna contra la polio con virus vivos era la respuesta, Salk fue contra la ortodoxia médica. Buscó una vacuna con virus muertos, probándola primero en células en el laboratorio, después en monos y, a continuación, en jóvenes que ya habían padecido la polio. No había garantías de que funcionase. Diez años antes, una vacuna diferente contra la polio había contagiado involuntariamente de polio a los niños, matando a nueve.
En 1953, Salk obtuvo permiso para probar la vacuna en niños sanos y comenzó con sus tres hijos, siguiendo con un estudio piloto de vacunación de 7.500 niños en escuelas de Pittsburgh. Aunque los resultados fueron positivos, todavía hacía falta probar la vacuna más ampliamente para que obtuviera la aprobación. En 1954, la Marcha de los 10 centavos organizó un experimento de campo nacional con 1,8 millones de colegiales, el mayor estudio médico de la historia. Se procesaron los datos y, el 12 de abril de 1955, cinco años después de que Salk comenzara la investigación, su vacuna contra la polio fue declarada “segura y eficaz”. Las iglesias hicieron sonar sus campanas, y los periódicos de todo el mundo declararon la “victoria sobre la polio”.
Vacunas y seguridad sanitaria mundial
Al adaptar nuestro documental para emitirlo en Smithsonian Channel, entrevistamos a Bill Gates, que explicó por qué la Fundación Bill y Melinda Gates había convertido la erradicación de la polio en todo el mundo en máxima prioridad. Las vacunas, decía, han salvado millones de vidas. Gates reunió a la Organización Mundial de la Salud, UNICEF, Rotary International y otros para ayudar a culminar la labor que inició la vacuna de Salk: erradicar la polio en todo el mundo. Este logro liberará recursos que ya no tendrán que gastarse en la enfermedad.
Hasta el momento, la viruela es la única enfermedad infecciosa que hemos logrado eliminar. Pero la infraestructura mundial creada en el esfuerzo para erradicar la polio está ayudando también a luchar contra otras enfermedades infecciosas, como el ébola, la malaria y ahora el coronavirus. El 5 de febrero de 2020, la Fundación Bill y Melinda Gates anunciaba que aportaría 100 millones de dólares para mejorar las iniciativas de detección, aislamiento y tratamiento, y para acelerar el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus.
Vivimos tiempos aterradores, en los que el coronavirus se propaga de maneras que nos traen a la memoria la poliomielitis. Resulta instructivo recordar cuánto tiempo hizo falta para estar a punto de erradicar la polio y lo que podemos hacer cuando nos enfrentamos a un enemigo común. El 24 de octubre de 2019, Día mundial de la polio, la OMS anunciaba que había habido solo 94 casos de polio descontrolada en el mundo. El éxito de la vacuna contra la enfermedad ha dado pie a otra serie de vacunas que han anulado gran parte del impacto de las enfermedades contagiosas en la segunda mitad del siglo XX.
Al final de nuestra película, el hijo pequeño de Salk, Jonathan Salk, recordaba que su padre se preguntaba todos los días por qué no podíamos aplicar el espíritu de lo que había ocurrido con el desarrollo de la vacuna contra la polio a otros problemas, como las enfermedades o la pobreza. A la hora de luchar contra el coronavirus, quizá los ciudadanos y los Gobiernos del mundo estén a la altura de las circunstancias y demuestren de qué somos capaces cuando trabajamos juntos.
Carl Kurlander es profesor titular de la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos). Ha recibido financiación de la R. K. Mellon Foundation, la Pittsburgh Foundation, la Elsie H. Hillman Foundation, la Burke Foundation y la Jewish Healthcare Foundation, así como de la Universidad de Pittsburgh, para la realización de la película sobre la polio. En la actualidad no percibe ninguna beca.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation en inglés.
Traducción de NewsClips.
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