La fiesta de los abrazos
La temperatura ambiente es de celebración y alivio por empezar a dejar atrás un tema que por décadas partió aguas, instalando en la atmósfera la idea de que la clase política había perdido su capacidad de alcanzar consensos
El Parlamento chileno acaba de aprobar la reforma más profunda al sistema privado de pensiones desde su instauración vía decreto ley hace más de 40 años. Una reforma compleja, en donde la política ha debido hacer malabarismos para amalgamar aspectos técnicos de gran complejidad y, por esa vía, soslayar los jaloneos que por años han estado haciendo a este tema distintos actores, tanto desde las veredas del No + AFP y como desde la del Con Mi Plata No.
De alguna manera, cuando enero vivía sus últimos estertores antes del receso de verano, el hambre y las ganas de comer se han conjugado en una fórmula que ha dejado razonablemente conformes a los representantes de un amplio abanico del espectro político, partiendo por la centroderecha tradicional y terminando en el Partido Comunista. Entre los descontentos se cuentan los representantes de los partidos Republicano, Social Cristiano y parlamentarios descolgados, a quienes se unen, con un dejo de resignado malestar/preocupación, el gremio de las AFP y la cúpula empresarial del país, que en lo medular han optado por bajar algo el volumen y dejar constancia a pie de página que persisten riesgos económicos y que el verdadero impacto de la reforma se podrá calibrar solo con el tiempo. Tras los dichos del padre de las AFP José Piñera, más que eso habría supuesto perfilarse como más papistas que el Papa.
Sin caer en el terreno de las citas falsas, dentro de las cuales se suele mencionar una atribuida al líder comunista chino Zhou Enlai, quien habría dicho en 1972 que no era capaz de valorar la Revolución Francesa por el poco tiempo transcurrido (hay quienes creen que en realidad se refería a Mayo del 68), efectivamente pasarán años y muy probablemente al cabo de éstos aún será difícil valorar los verdaderos alcances de la reforma aprobada esta semana. Por ahora, qué duda cabe, la temperatura ambiente es de celebración y alivio por empezar a dejar atrás un tema que por décadas partió aguas, instalando en la atmósfera la idea de que la clase política había perdido su capacidad de alcanzar consensos.
En lo político, para comenzar por lo que hasta ahora se ve más claro, el rostro de felicidad del presidente Gabriel Boric en su cadena televisiva en vivo el día del acuerdo ahorra palabras. Tras años de reveses, anotar este tanto al inicio de los descuentos de su mandato debe haber sido para él dejar estampado en letras de molde el primer punto de una lista de legados que hasta el miércoles pasado aparecía más bien escuálida. De manera consistente, en el oficialismo reina una sensación de triunfo, que desde la centroderecha que aprobó el acuerdo han tratado de matizar diciendo que lo que se celebra en la centroizquierda es que “el 6% (de cotización extra) es de los trabajadores y heredable, como siempre sostuvimos”.
Si bien esta última reflexión (hecha por Evelyn Matthei) tiene algo de cierto, a la luz de las réplicas del acuerdo, es a este lado del espectro donde el precio está siendo y promete ser más alto. La brecha entre las “dos derechas” es hoy más amplia que hace unos días y el mundo empresarial, tradicional aliado del sector, aparece masticando numerosas aprensiones, donde se entremezclan convicciones magulladas y legítimas preocupaciones por el devenir económico de un país que lleva años a maltraer.
Con todo, la paradoja para el mundo empresarial es que el mercado ha celebrado el acuerdo, con el principal índice de acciones del país consolidando récord tras récord. Si bien el desempeño de los mercados no puede leerse haciendo correlaciones unifactoriales, ni tampoco a partir de un par de datos, lo cierto es que el acuerdo por lo muy poco no fue una mala noticia para los inversionistas. El que progresivamente el ahorro que pueda destinarse a inversiones financieras vaya a crecer es claramente un elemento que alienta al mercado, como debe serlo también el comenzar a dejar atrás un factor crónico de incertidumbre, como lo ha sido por décadas la tarea de reformar el sistema de pensiones.
A lo anterior se añade, aunque puede ser aventurado mencionarlo al inicio este este año electoral, el sabor más bien dulce que queda en boca al ver que no se ha perdido del todo la capacidad de alcanzar acuerdos políticos en temas estructurales. Una señal potente de la clase política local, en un mapa global donde las visiones polares ganan terreno en muchos países.
Las aristas macroeconómicas, las fiscales y particularmente las asociadas al mercado laboral, son interrogantes no del todo despejadas, aunque ya hay voces que dicen que los impactos en el mercado del trabajo pueden ser compensados con una agenda procrecimiento. Nadie desconoce que habrá efectos en la economía, el punto es que hacia dónde se estiben éstos en el tiempo dependerá de que lo que se vivió el miércoles en el Congreso vaya más allá de una fiesta de los abrazos, después de la cual los intervinientes se sacan las máscaras y vuelven al juego de siempre.
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