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Eduardo Contreras
Tribuna
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Homenaje a un auténtico benefactor

Eduardo Contreras ocupó el centro de gravedad moral como líder querido e implacable del esfuerzo permanente de Chile por que Pinochet y sus cómplices rindan cuentas por sus crímenes contra la humanidad

Eduardo Contreras
Eduardo Contreras (derecha) habla con activistas que exigían el juicio contra Pinochet, en mayo de 2002.SANTIAGO LLANQUIN (ASSOCIATED PRESS)

La última vez que vi a Eduardo Contreras, asistía a un gran acto frente al palacio de La Moneda de Santiago, en el marco de la conmemoración del 50º aniversario del golpe militar del pasado septiembre. Centenares de defensores de los derechos humanos, activistas, víctimas y sus familiares se habían reunido para escuchar al presidente de Chile, Gabriel Boric, anunciar el Plan Nacional de Búsqueda, una nueva investigación patrocinada por el Estado sobre la suerte de más de 1.000 chilenos desaparecidos a manos de los represores del régimen de Pinochet. Todos los presentes conocían a Eduardo; como uno de los principales abogados de derechos humanos de Chile, había representado a muchas víctimas de la dictadura. Todos los que lo veían recibían un gran abrazo de Eduardo. Yo también tuve la suerte de poder abrazarle, por última vez.

A pesar de su baja estatura, Eduardo Contreras era una figura imponente en la renombrada comunidad de derechos humanos de Chile. En muchos aspectos, ocupó el centro de gravedad moral como líder querido e implacable del esfuerzo permanente de Chile por que Pinochet y sus cómplices rindan cuentas por sus crímenes contra la humanidad. Eduardo, con su muerte el 26 de mayo a la edad de 84 años, deja un legado incomparable en la lucha por la verdad, la justicia y la dignidad en Chile.

Durante su larga, dinámica y dramática vida, Eduardo fue ministro del Partido Comunista en el Gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, alcalde de la ciudad de Chillán, destacado oponente internacional del régimen de Pinochet y, tras el retorno al Gobierno civil, embajador de Chile en Uruguay. Pero la pasión y compasión con las que presentó demandas judiciales en nombre de las víctimas de las atrocidades del Ejército –contra Pinochet, sus perpetradores y los cómplices de estos– definieron el papel de liderazgo de Eduardo en el colectivo de la defensa de los derechos humanos y su búsqueda incesante de una sociedad chilena justa y equitativa.

Como han señalado los numerosos obituarios sobre la increíble vida de Eduardo, formó parte del equipo jurídico que, en enero de 1998, presentó la primera querella judicial contra el general Pinochet, avanzando la novedosa teoría de que la atrocidad de la desaparición era un “crimen continuado” y no estaba cubierto por la amnistía que Pinochet se había concedido a sí mismo y a sus funcionarios para no ser procesados. Esta acción legal pionera abrió la puerta a una avalancha de casos presentados contra el exdictador y sus secuaces asesinos tras la detención de Pinochet en Londres en octubre de 1998. El propio Eduardo presentó unas 1.200 querellas en nombre de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos. En uno de los últimos casos de gran repercusión que defendió, Eduardo presentó una querella en nombre de la familia del famoso poeta chileno Pablo Neruda para forzar una investigación forense de su muerte en los días posteriores al golpe militar del 11 de septiembre de 1973.

Los casos de Eduardo también impulsaron el veredicto de la historia contra los civiles que ayudaron a fomentar el golpe y luego permitieron la represión que siguió. Uno de los empeños legales más importantes de Eduardo fue su intento de declarar al magnate chileno de los medios de comunicación, Agustín Edwards, culpable de traición por buscar la intervención encubierta de Estados Unidos contra el Gobierno constitucional de Chile. Tuve la oportunidad única de ser testigo en ese caso cuando Eduardo ordenó que yo presentara documentación desclasificada de la CIA como prueba contra Edwards ante el juez Mario Carroza. El expediente desclasificado que presenté demostraba que Edwards había mentido en su testimonio ante el tribunal cuando negó haber hablado con el director de la CIA Richard Helms sobre la manera de fomentar un golpe militar para impedir la investidura del presidente electo Salvador Allende. Esos documentos, que demuestran que Edwards pasó horas proporcionando a la CIA información secreta sobre posibles golpistas, forman ahora parte permanente del registro histórico de los pérfidos esfuerzos de Edwards por socavar las estructuras democráticas de su propio país.

Han llovido los homenajes a la valentía y el compromiso de Eduardo, a su tenacidad y audacia, entre ellos el del presidente Boric, que ha calificado a Contreras de “gran defensor de los derechos humanos”. Vivió su vida con una integridad única e inquebrantable, con energía y con respeto hacia la causa de la rendición de cuentas y la justicia.

Su legado de activismo, acción y logros es ahora más importante que nunca, ya que los chilenos se enfrentan a los esfuerzos políticos de los extremistas por blanquear la era de Pinochet y reconstruir sus cimientos autoritarios. Resulta muy doloroso perder a este hombre extraordinario cuando más lo necesitamos. Por esa razón, debemos hacer algo más que recordar los hercúleos esfuerzos de Eduardo Contreras por impulsar la causa de los derechos humanos y la rendición de cuentas; debemos inspirarnos en el ejemplo de humanidad que ha dejado para asegurarnos de que el mundo nunca olvide lo que ocurrió en Chile.

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