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Innovación en defensa
Tribuna
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Un nuevo crisol para la cohesión social, y el desarrollo económico y político de Chile

En todos los países que Chile usa de referencia en innovación, el desarrollo científico, tecnológico e industrial ha sido impulsado por el sector defensa

innovación en Chile
Una mujer utiliza un microscopio, en una ilustración fotográfica.Patricio Nahuelhual (Getty Images)

Tengo la fortuna de haber nacido en una de las regiones más pacíficas del planeta. De hecho, la última guerra en la que participó Chile fue hace más de 140 años y la última crisis geopolítica del país fue en la década del 70.

Aunque la ausencia de conflicto ha contribuido al desarrollo económico y social de mi país, probablemente también ha sido una de las causas de la falta de colaboración sistemática entre dos grandes actores sociales, que ha probado ser fundamental en el desarrollo de otros países: ciencia y defensa. En efecto, en todos los países que Chile usa de referencia en innovación, el desarrollo científico, tecnológico e industrial ha sido impulsado por el sector defensa, precisamente por la necesidad de generar capacidades avanzadas, en vistas de algún conflicto actual o inminente. Desde Israel a Singapur, pasando por Corea del Sur y, en general, en todas las democracias occidentales, vemos cómo la defensa ha sido un catalizador fundamental de los llamados ecosistemas de ciencia, tecnología, conocimiento e innovación (CTCI).

En Chile, sin embargo, esa colaboración se ha dado solo de manera esporádica y sus resultados más notorios han sido, precisamente, en un momento de crisis, cuando algunas empresas estratégicas de defensa, Fuerzas Armadas y universidades colaboraron para diseñar y fabricar respiradores mecánicos, en el contexto de la pandemia de covid-19.

Así, aunque en ambos sectores evolucionaron de manera paralela, alcanzando cada uno un elevado nivel de desarrollo y sofisticación, la colaboración sistemática no había tenido un terreno propicio para germinar. Hasta ahora.

Existen varias iniciativas en donde la defensa colabora con uno u otro actor del ecosistema. Pero dos de ellas destacan por su visión de largo plazo, ambición e impacto país, más allá de la defensa. Por una parte, tenemos el Plan Nacional Continuo de Construcción Naval (PNCCN), programa de alcance nacional liderado por la Armada de Chile, que busca que el 100% de la flota sea construida en nuestro país a partir del 2030; por otra parte, el Sistema Nacional Espacial (SNE), es una iniciativa impulsada por la Fuerza Aérea de Chile (FACH), que busca capacidades espaciales al país. Ambos son programas militares y, como tales, buscan dotar de capacidades de esa índole a Chile. Sin embargo, entienden y consideran la relación simbiótica entre la defensa y el ecosistema nacional de CTCI. Así, aunque tanto la FACH como la Armada seguirán contando con la industria global y local de defensa, para ejecutar sus tareas en el contexto de ambos programas, estos consideran desde un comienzo la participación del ecosistema de CTCI, desde varias perspectivas.

Para poner un ejemplo concreto: tanto el helicóptero de las fragatas como los grandes satélites de comunicaciones, seguirán siendo adquiridos a la industria global de defensa, y su integración a los sistemas actuales y overhauling seguirán siendo contratadas a las empresas locales. Pero existen una serie de desafíos a resolver, que requieren un nivel de inversión, rapidez de respuesta, flexibilidad de ejecución y, sobre todo, que involucran un nivel de riesgo tal (comercial, reputacional y tecnológico) que hacen aconsejable la participación de un tipo de actor diferente, que le permita a la defensa capitalizar el valor generado, exponiéndose a un mínimo del riesgo: emprendimientos, y en particular, emprendimientos de base científica tecnológica (EBCT).

Habrá, sin embargo, otro tipo de desafíos, en donde no bastará la motivación y flexibilidad de los EBCT, sino que se requerirá, además, la generación de nuevo conocimiento, en donde sea necesario inversión pública y privada, de largo plazo, por lo que tanto el PNCCN como el SNE consideran el trabajo conjunto con universidades y centros de investigación.

Pero no se trata solo de generar capacidades para la defensa. El gigantesco impulso que ambos programas significarán para el desarrollo científico, tecnológico e industrial del país no son solo externalidades positivas, sino efectos intencionados y parte de su diseño de base. Por una parte, la visibilización del potencial estratégico de las actividades de I+D+i les abrirá nuevas fuentes de financiamiento, público y privado, a su vez que crea un nuevo potencial de compra para las tecnologías del ecosistema y, dada la envergadura del PNCCN y el SNE, pueden influir decisivamente en la reactivación económica, especialmente en regiones. A su vez, las tecnologías, productos, servicios y EBCT que se creen o fortalezcan gracias a estos programas, consideran desde un comienzo su aplicación dual (civil). Con esto, no solo se espera acelerar la llegada al mundo civil de tecnologías de origen militar, que es un proceso que en países desarrollados puede tardar décadas (por ejemplo, internet), sino se impide que tal tecnología esté capturada por un único cliente, apoyándose en el dinamismo, innovación y competitividad del sector privado.

Los estándares y ránkings internacionales dan cuenta que la ciencia chilena es de alto nivel. Por otro lado, la gran cantidad de proyectos de I+D militar, desarrollados e implementados al interior de las Fuerzas Armadas y empresas estratégicas de defensa, dan cuenta de sus aptitudes y competencias en esa materia. Sin embargo, los datos de la OECD muestran que en Chile el gasto público en I+D impulsado por la defensa es ínfimo, lo que demuestra que existe un gran espacio de crecimiento conjunto.

Esta colaboración sistemática no solo se espera que aumente significativamente el porcentaje de inversión nacional en I+D (para acercarnos a la meta del 1% del PIB), y que impacte positivamente en la diversificación y sofisticación de la matriz productiva, sino que además tenga efectos más intangibles, pero igual de importantes.

Esta colaboración no sólo contribuye a un nuevo modelo de desarrollo, intencionado desde lo público y ejecutado a través de alianzas público-privadas, sino que además colabora en la construcción de un sistema de defensa participativo, en donde esta no sea una función privativa de las Fuerzas Armadas, sino de todos los habitantes del país, algunos desde la ciencia, otros desde el emprendimiento, creando un nuevo crisol para la cohesión social, y el desarrollo económico y político del país.

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