Las lecciones de la Unidad Popular, 50 años después
Se ha confundido cualquier análisis crítico del Gobierno de Allende con pretender justificar el golpe y las violaciones a los derechos humanos
La conmemoración de los 50 años del golpe ha dejado poco espacio para pensar en el Gobierno del presidente Salvador Allende (1970-1973). En parte, porque se suele hacer hincapié en lo que ocurre desde el golpe: la barbarie desatada y la política represiva que marca la etapa dictatorial. Además, se ha confundido cualquier análisis crítico del período de la Unidad Popular (UP) con pretender justificar el golpe y las violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, el carácter que tuvo el proceso político chileno en los años sesenta, así como los aciertos y desaciertos de la UP, sirven de insumo para la actual reflexión sobre los desafíos del sistema democrático así como para adoptar una política de coalición efectiva, capaz de garantizar gobernabilidad y responder a las demandas formuladas desde la ciudadanía.
En Chile existió un balance crítico surgido con posterioridad al golpe de Estado, llevado a cabo por los partidos que participaron del gobierno de la UP: un sector del PartidoSocialista (PS), la Izquierda Cristina (IC), el Partido Radical (PR) y el Movimiento deAcción Popular Unitaria (MAPU). También fue asumido por la Democracia Cristiana(DC), que desde fines de 1971 se había transformado en partido de oposición. Pese a laautocrítica de esos partidos, que permitió desarrollar una estrategia unitaria para poner fin ala dictadura, pareciera que en los últimos años hubiese sido olvidada. En muchos dirigentes socialistas, que incluso fueron participes de la llamada renovación, se omite esa autocrítica inicial. En parte, por ceder ante una nueva izquierda que desconoce de la experiencia anterior, y que se posicionó políticamente tomando como referentes experiencias internacionales de América Latina (el socialismo bolivariano) y de Europa (Podemos y otros movimientos de protesta).
Sabido es que el proyecto de la UP fue interrumpido de manera abrupta. Aún así, se pueden extraer una serie de lecciones en aras de la construcción de futuro, pero también de una adecuada apropiación del presente. ¿Cuáles son las lecciones que nos deja la experiencia de la UP?
En primer lugar, la valoración y la defensa del sistema democrático. Antes del golpe no existía un consenso sobre la importancia de la democracia. En la derecha, grupos nacionalistas, como los exestanqueros, que en 1966 confluyeron en la formación del Partido Nacional (PN), apostaron por soluciones golpistas mucho antes del triunfo de la UP. Por su parte, la izquierda más radical, representada por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), una facción del PS (liderada por Carlos Altamirano), junto a otro sector del MAPU, denostaron el funcionamiento de la institucionalidad democrática, calificándola de burguesa o expresión del orden burgués.
En segundo lugar, la imposibilidad e inviabilidad de pretender impulsar proyectos de transformación acelerados sin antes haber construido mayoría. Después de todo, el programa de la UP era la profundización del programa de transformaciones del Gobierno de Frei Montalva (1964-1970), por más que se hablara de vía chilena al socialismo. Sin mayoría, lo lógico hubiese sido que esta se consiguiera estableciendo una alianza con el centro político, algo que se terminó descartando debido a las posturas revolucionarias de las dirigencias del PS y del MAPU.
En tercer lugar, la UP se enredó y tendió a tensionar al mundo popular con las complejidades de su programa, por la forma de concebir y planificar las tres áreas de la economía: la social, la mixta y la privada. Los trabajadores del área social siempre tuvieron mejores condiciones que los del área mixta y privada. Esa diferenciación tendió a ser superada mediante la ocupación de fábricas y empresas, para de ese modo terminar siendo integrados al área social.
En cuarto lugar, la responsabilidad que tuvieron los partidos. No fue sólo la DC quien asumió una política pendular durante el Gobierno de la UP, ni el único partido que tuvo que enfrentar divisiones y tensiones internas. Exceptuando a los comunistas, todos los partidos de centroizquierda e izquierda tendieron a implosionar. El PS se dividió en dos facciones irreconciliables; el MAPU, en 1972, se escindió en un grupo vinculado a los más moderados de la UP y otro ligado al llamado polo revolucionario; y el Partido Radical venían sufriendo divisiones como la que derivó en la Democracia Radical, que apoyó a Jorge Alessandri en 1970 y constituyó desde temprano alianza con la derecha. Otro sector de radicales conformó el Partido de Izquierda Radical (PIR), que inicialmente integraba la UP, al punto que uno de sus senadores, Alberto Baltra, fue redactor de la parte económica del programa de Gobierno. No obstante, el PIR se pasó a la oposición antes de las elecciones de marzo de 1973.
En quinto lugar, la presencia de dos almas en la UP, la del polo revolucionario y la del sector oficialista (reformista) liderado por el propio presidente Allende, se tradujo en una fuente de tensión y controversia permanente dentro del gobierno. Mientras los representantes del polo revolucionario proponían avanzar sin transar, el sector reformista de la UP -el PC, el PR y la otra facción del PS- postulaban que primero había que consolidar antes de avanzar. Mientras el polo revolucionario apostaba a fortalecer los órganos de poder popular -cordones industriales, comandos populares o la Asamblea Popular de Concepción en 1972-, el sector reformista y moderado insistía en ceñirse al programa, respetar la institucionalidad vigente y reafirmar su fidelidad con la tradición democrática chilena. Con esta tensión, unido al sabotaje y a las acciones conspirativas de la derecha y de algunos gremios controlados por este sector, se hacía imposible la gobernabilidad.
En sexto lugar, en los momentos más críticos de la economía que el Gobierno del presidente Allende tuvo que enfrentar, la ayuda de la Unión Soviética fue escasa, por no decir nula. De hecho, el viaje del presidente Allende a Moscú fue una soberana pérdida de tiempo. Más ayuda tuvo de la España franquista, algo que muchos dirigentes socialistas omiten, pese a que personeros de ese partido fueron los encargados de realizar las gestiones con Madrid. A diferencia del gran hermano, la Unión Soviética, que quería evitar cualquier roce internacional con Estados Unidos, la España franquista sí podía contrarrestar la incidencia de la política exterior norteamericana en un país como Chile.
El triunfo del presidente Allende, la llamada vía chilena y los años del Gobierno de la UP, generaron una enorme expectación a nivel internacional. Esa misma expectación, unido a la desazón, se volvió a repetir con el golpe de septiembre de 1973. De hecho, una de las primeras interpretaciones de lo ocurrido en Chile fue asumida en Italia, por el secretario general del PC de ese país, Enrico Berlinguer. En un documento difundido en el mes de octubre, a casi un mes del golpe, Berlinguer afirmó que el quiebre democrático en Chile se debió a la incapacidad de lograr un acuerdo entre la DC y la UP. Lo que Berlinguer no sabía es que ese intento de acuerdo nunca prosperó porque, meses antes del golpe, las desconfianzas eran recíprocas, dificultando cualquier entendimiento y colaboración. Berlinguer sacó como conclusión que la izquierda italiana debía promover una política de colaboración con la DC que se expresó en el llamado compromiso histórico (1973-1978). Sabido es que, con posterioridad, esa misma política de los italianos terminó influyendo en la renovación socialista y en la aceptación de combinar democracia y socialismo.
Desde que fuera publicado el libro de Joan Garcés, Allende y la experiencia chilena (1976), varios otros trabajos han reproducido el diálogo entre el presidente Allende y el dirigente socialista Hernán del Canto, ocurrido durante la mañana del 11 de septiembre. Del Canto le habría solicitado instrucciones al presidente y éste habría respondido con un dejo de enfado: “¿Por qué me la piden ahora? Ustedes que tanto han alardeado deben saber lo que tienen que hacer. Yo he sabido desde un comienzo cuál es mi deber”. Por ende, más que idealizar, o mitificar, resulta mucho más pertinente pensar detenidamente en la decepción, la sensación de soledad, de rabia e impotencia, que habría embargado al presidente esa mañana del 11 de septiembre. E insistir en lo imperioso que resulta una lectura crítica del período de la UP.
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