Las derechas chilenas tras las elecciones
Ser comparsa de los republicanos sería erróneo. Supondría para la derecha tradicional diluirse como actor político
Los resultados de las elecciones de convencionales en Chile del 7 de mayo alteraron el escenario. Ya había sido derrotado el proyecto de la primera Convención Constituyente, dominada por la izquierda, que alcanzó apenas un 38% de apoyo. Casi lo mismo, ocho meses después, es lo que obtuvieron los candidatos de ese sector. El gran cambio, añadido a esa segunda gran derrota de la izquierda, se produjo al interior de las derechas. El Partido Republicano obtuvo 35,5% de los votos, superando en más de 14 puntos a toda la derecha tradicional (RN, UDI, Evópoli).
Sirve, en este contexto, reparar en la distinción de cuatro derechas, que propuse en un estudio del año 2014 (La derecha en la crisis del bicentenario), divididas en dos ejes (cristianismo-laicismo y estatismo-liberalismo económico): una cristiano-liberal, liberal en lo concerniente al mercado, moralmente conservadora; una socialcristiana, más cercana a soluciones mixtas y a los sectores trabajadores; una liberal laica o liberal en toda la línea: en asuntos morales y económicos; y una derecha nacional y popular, laica y consciente del papel del Estado en la vida social.
Desde la dictadura y hasta 2014 la derecha pro-mercado ejerció un dominio que en la práctica hizo desaparecer a las otras vertientes. La síntesis de los discípulos de Friedman y los seguidores de Jaime Guzmán se convirtió en la base del pensamiento de ese sector. Admitiendo variantes liberales y cristianas en asuntos morales, el neoliberalismo económico, sumado a la idea de subsidiariedad interpretada en un sentido eminentemente negativo, prevaleció por décadas.
Ahí cabe radicar la razón del fracaso político de los dos gobiernos de Sebastián Piñera [2010-2014 y 2018-2022]. Pese a sus desempeños en las áreas de gestión y economía, el economicismo, esto es, la idea de que la infraestructura económica neoliberal es la base de un orden político adecuado, le impidió comprender el carácter político de las crisis a las que se enfrentó en 2011 [la de los universitarios de la generación de Gabriel Boric, el actual presidente] y especialmente en 2019 [el estallido social]. No supo, en verdad, qué hacer, porque no sabía de qué se trataba el asunto.
Dentro del partido RN, las directivas de Cristián Monckeberg y Mario Desbordes habían intentado dar un giro al centro, acercando a ese partido a las ideas de una centroderecha europeo continental, incorporándolo en la Internacional Demócrata de Centro, con apoyo de Ángela Merkel y la CDU alemana. Se modificó la declaración de principios. Se trataba de un paso desde los cuadrantes enfáticamente pro-mercado (en Chile, neoliberales) hacia los cuadrantes moderados o de la mixtura, del cristianismo social y el pensamiento nacional y popular. Era un proyecto de renovación ideológica que reparaba, además, en el carácter políticamente más denso de esas tradiciones en el contexto chileno. Ellas incluyen en sus filas a los tres autores políticos más relevantes del país, de la primera y segunda mitad del siglo XX, respectivamente: Alberto Edwards y Francisco A. Encina, y Mario Góngora.
El intento de Monckeberg y Desbordes tuvo un traspié importante en la derrota de este último a manos de los sectores de RN más cercanos a las vertientes liberal-cristiana y liberal-laica, que se aliaron e impusieron en las elecciones internas.
Pero la política es fluida. El advenimiento de los republicanos imponía a la derecha tradicional no sólo operar con pragmatismo, ante las limitaciones palmarias que venía mostrando su discurso. Además, era urgente haber continuado con el proceso de renovación ideológica. Éste se suspendió. Tal renovación es condición no sólo de una mejora en las capacidades comprensivas del sector, sino del perfilamiento de un proyecto político de centroderecha nítidamente discernible tanto de las izquierdas, cuanto de la derecha neoliberal, especialmente fuerte en parte de la UDI, en el Partido Republicano y, aunque de mucha menor relevancia por su tamaño, Evópoli.
En cambio, los tres partidos tradicionales operaron unidos en el mínimo común de libertad económica sumado a una apertura eminentemente pragmática hacia sectores del Gobierno de Gabriel Boric. La pérdida de impulso político de este último, la caída masiva de su apoyo y, especialmente, la intensificación de los problemas de seguridad y estancamiento económico, dejaron a la derecha pragmática en una posición expuesta. Sin sustento ideológico para su giro al centro, ella fue, además, fácil presa de la crítica desde el Partido Republicano, de oportunismo, cuando no de traición. Los resultados de la operación republicana y la vulnerabilidad de la posición de la UDI y RN se volvieron patentes en su fracaso estrepitoso: la principal alianza política del país quedó en el tercer lugar, tras los republicanos y la izquierda PS-PC-Frente Amplio, la oficialista.
En momentos de crisis tan graves como la que ahora atraviesa la derecha tradicional, la desorientación cunde y la dispersión de opiniones lo refleja. Más allá del papel de puente, que puede y debe jugar esa derecha en la nueva Convención, es menester preguntarse por lo que ella ha de hacer si no quiere acabar en la insignificancia.
Esta es una amenaza real que se cierne sobre un sector ideológicamente anquilosado, que carga todavía sobre sí el peso del fracaso del Gobierno de Piñera en los sucesos de octubre de 2019, y del triunfo de Boric. Más aún, cuando todavía ronda el fantasma del financiamiento irregular de la política, que se levanta cada vez que se suscita la oportunidad, como ahora con el proyecto en favor de las isapres [la base del sistema privado de salud].
Ser comparsa de los republicanos sería erróneo. Le significaría a la derecha tradicional diluirse como actor político. El triunfo republicano tiene algo de coyuntura. Pasado ese momento, el Partido Republicano y aquella derecha debiesen llegar a un cierto equilibrio (según lo que ha sido la historia de la derecha, con un bando más liberal y doctrinario, en su minuto, la UDI, y otro más conservador y concreto, en su tiempo, RN). Para que ese equilibrio se produzca, es fundamental que la derecha tradicional amplíe su pañol de herramientas comprensivas y le brinde a su pensamiento un carácter más político que eminentemente económico y de la gestión. Pero, además, el robustecimiento ideológico es condición de la intervención pertinente de la centroderecha en discusiones donde la búsqueda de grandes entendimientos requerirá de fuerzas centrípetas dotadas de prestancia discursiva e ideas que permitan efectivamente brindar orientación sobre la conformación de un orden y reformas cuyo carácter no es moral, no es económico, no es de gestión, sino eminentemente político.
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