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Tribuna
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Chile: la ola conservadora

Existe un instintivo rechazo de amplios grupos de la población a la ola ultraliberal impulsada por los segmentos urbanos más ilustrados y la izquierda, el cual es canalizado por una derecha radical

Eugenio Tironi
Chile
El líder del Partido Republicano, José Antonio Kast, posa junto a consejeros constitucionales electos tras conocer resultados parciales de las elecciones constituyentes en Santiago (Chile).Elvis González (EFE)

En Chile la ola conservadora llegó para quedarse. Mostró su faz en las presidenciales del 2021, cuando José Antonio Kast derrotó al candidato de la derecha tradicional y se empinó a la segunda vuelta. Se volvió a expresar hace pocos días con el triunfo del Partido Republicano en la elección de consejeros constitucionales. Ella fue, además, la responsable de hacer trizas la propuesta de la Convención Constitucional en septiembre pasado. Como demuestra un estudio de la Universidad del Desarrollo (UDD), hay “una significativa y robusta relación entre el apoyo electoral a la opción Rechazo y los votos obtenidos por el Partido Republicano”. Todo indica, entonces, que se ha creado una nueva línea divisoria en el paisaje político chileno (eso que los expertos llaman clivaje) que podría perdurar por años.

El término conservador, conviene aclarar, no se emplea aquí en sentido peyorativo: es simplemente la forma correcta de nombrar a una amplia corriente cultural, social y política que privilegia la defensa de los valores tradicionales, la estabilidad, el orden social y las instituciones existentes.

La ola conservadora está presente en todo el mundo, desde el Brexit a Trump, desde Bolsonaro a Melani. Se alimenta de tres tipos de factores. De partida, la desconfianza y el rechazo a la élite política, la cual es mirada como una casta que privilegia sus propios intereses en desmedro de las necesidades de la gente de a pie. Es un sentimiento que a lo largo de la historia ha nutrido diversos movimientos, desde el fascismo a los modernos populismos de izquierda inspirados en Laclau y Mouffe, pero que en los días que corren ha sido monopolizado por el campo conservador. Lo sucedido en Chile recientemente es ilustrativo. En las elecciones pasadas se temía un alza del Partido de la Gente (una suerte de símil del Movimiento 5 Estrellas italiano, cuya bandera es la expulsión de la clase política profesional), pero su electorado fue en gran parte capturado por la derecha radical encarnada por el Partido Republicano.

Se sabe que otro potente combustible de la ola conservadora son la delincuencia, la inmigración ilegal y la inseguridad económica. Los electores más proclives al discurso de la ultraderecha o derecha radical son precisamente los que pertenecen a los grupos que se sienten más atacados por el avance de la inseguridad, en cualquiera de sus formas: las personas mayores con enfermedades crónicas y costosas, quienes habitan en el mundo rural o zonas deprimidas, los hombres que desempeñan oficios tradicionales; vale decir, todos quienes estiman que de seguir las cosas como están perderán su lugar en el mundo. Los estudios realizados en Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos —para mencionar solo algunos países— son contundentes en este sentido.

En el caso de Chile se repite el mismo patrón. Tras el estallido social de octubre de 2019 los temas así llamados estructurales (pensiones, salud, educación, medioambiente, descentralización, orden constitucional, entre otros) se tomaron la agenda. Con ello, las fuerzas conservadoras parecieron desaparecer del mapa; pero bastó que tras la pandemia se desbocaran la inmigración, la delincuencia y la inflación para que ellas volviera a emerger, ahora potenciadas. El mencionado estudio de la UDD muestra lo mismo que se ha visto en otros casos: quienes se plegaron más intensamente por el rechazo a la propuesta de la Convención en septiembre y por los consejeros del Partido Republicano en mayo, fueron los electores de las comunas más vulnerables y más afectadas por la nuevas fuentes de inseguridad, especialmente la inmigración y la delincuencia.

Hay un tercer factor que explica la irrupción de la ola conservadora, el cual seguramente es más perdurable y disruptivo que los anteriores: el instintivo rechazo de amplios grupos de la población a la ola ultraliberal impulsada por los segmentos urbanos más ilustrados y la izquierda, el cual es canalizado por una derecha radical (la alt-right, como se le denomina en Estados Unidos) apañada por un poderoso movimiento político internacional.

Los cientistas políticos Pippa Norris y Ronald Inglehart desarrollan al respecto una tesis a la que hay que prestar atención. Las nuevas generaciones, señalan, como efecto de la masificación del acceso a las universidades, se han socializado en los valores sociales liberales. Estos incluyen, entre otros, asuntos como igualdad de derechos para la mujer, actitudes hacia el sexo y género, tolerancia hacia la homosexualidad, matrimonios del mismo sexo, derechos para las comunidades LGBTQ+, legislación a favor del aborto, laxitud frente a la inmigración, decrecimiento y protección del medioambiente, enfoque más liberal respecto al crimen, y otros del mismo estilo. Este ideario posmaterialista habría cooptado la agenda política de las izquierdas, que han dejado de lado los asuntos relacionados con la economía, la distribución y el bienestar material —que fueran el eje de su identidad histórica— para adherir a una narrativa y un programa de corte ultraliberal o woke, como se los denomina en la jerga anglosajona.

Las personas mayores de menor escolaridad, así como las que habitan en áreas retrasadas que han sido abandonadas por los jóvenes que han optado por vivir en un ambiente urbano más afín con sus nuevos valores, se sienten amagados por la marea liberal promovida por las nuevas generaciones, con valores como el secularismo, la diversidad de estilos de vida, la plurinacionalidad y un ecologismo que criminaliza sus tradiciones. Esto ha dado origen a una difusa y poderosa reacción cultural (cultural backlash), la cual ha empujado a dichos grupos a renunciar a sus viejas adhesiones — no pocas veces de centro y de izquierda— para buscar refugio en alternativas conservadoras que defienden la familia, el orden, la fe, la Patria y la bandera.

La descrita, afirman los autores, es la gran revolución silenciosa de nuestros tiempos. Como resultado, el quiebre liberal/ conservador, con su marcado tinte generacional, es el que que más influye actualmente en el alineamiento político de los votantes, muy por encima de los temas asociados a la economía, a la política y al Estado. De ahí que para muchos la competencia política contemporánea se confunde con una batalla cultural, cuyas connotaciones morales vuelven imposible situarse en el centro o alcanzar compromisos.

Lo sucedido en Chile quizás sea un ejemplo paradigmático. La convención constituyente, dominada por jóvenes de las mas variadas fuerzas de izquierda, se propuso dar la batalla cultural para imponer la agenda liberal en toda sus expresiones, sin reparar que con ello estaba alimentando una ola conservadora que terminaría por pasarle por encima y por engendrar una mayoría política que re-edifica totalmente el escenario político chileno.

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