Lecciones de Gloria
Esta borrasca nos advierte de que el cambio climático no es ninguna broma y que a estas alturas de la historia ya no basta el acompañamiento en la tragedia. Las negligencias se pagan y tiene responsables
Esta vez le ha tocado Gloria. La Organización Mundial de Meteorología optó para poner nombres de personas a las grandes tormentas porque son fáciles de recordar. El orden alfabético de un listado en que se alternan nombres de hombre y de mujer decide como bautizar los excesos que vienen del cielo. Ha sido Gloria y la próxima será Hervé. Y aunque sea fruto del azar, no es inocuo el nombre de Gloria porque nos recuerda que la distancia que separa el esplendor de la naturaleza de la muerte, el espectáculo de la magnificencia de las aguas desencadenadas del desastre es muy pequeña. Y no es un detalle: es una verdad de la Tierra de la que formamos parte.
Gloria ha aparecido en el epicentro de muchas contradicciones del momento. Aunque en tormentas de levante e inundaciones hay tradición en estos mares, su dimensión entra en el calificativo de excepcional. Hay que mirar cincuenta años atrás para encontrar un antecedente de parecida envergadura. El hecho es que ha arrasado playas y ha desbordado ríos y pantanos, en proporciones desconocidas. Viniendo de este modo a reforzar la alarma ante el cambio climático. Precisamente en las mismas horas que la administración americana, con Trump al frente, trataba en Davos a Greta Thunberg de ignorante. La naturaleza parece decidida a desmentir a quienes se amparan en su poder para, al servicio de intereses bien conocidos, negar lo evidente. Y aunque es verdad que la multiplicación de sus mentirosos mensajes acaba haciendo mella y la resistencia de la ciudadanía a los cambios en su modo de vida que exigiría una actuación consecuente juegan a su favor, el negacionismo tiene el futuro cuesta arriba. La naturaleza avisa: seréis vosotros los perdedores, porque la Tierra seguirá su camino.
En la era de los medios de comunicación de masas, la tragedia tiene su dimensión espectáculo. Y la televisión, medio frío, a diferencia de un medio caliente como la radio, muestra la realidad, contribuye a la precaución y a la toma de conciencia de la envergadura del asunto, pero pone un punto de distancia con el acontecimiento. La imagen es menos hiriente que la voz y el sonido. Y aunque las redes sociales ponen la dimensión conectiva, la fuerza de la resistencia vuelve al viejo territorio del vecindario. Nadie sabe mejor lo que ha pasado que los que estaban allí. Los potentes medios de intermediación amplifican y propagan, pero la realidad está dónde se toca.
La naturaleza avisa: seréis vosotros los perdedores, porque la Tierra seguirá su camino
Y en estas aparecen los políticos. Está documentada la rentabilidad política de la presencia en los lugares de la tragedia, debidamente propagada por los medios. Las devastaciones excepcionales tienen coartada, hay situaciones que escapan a nuestro control. Pero los que están a pie de catástrofe también tienen voz. Y aunque menos jaleada llega a los medios y a los gestos de solidaridad de los políticos entran en el territorio de la sospecha. El gobierno catalán ha buscado hacerse omnipresente en la desgracia, sin poder evitar su tendencia natural a la autocomplacencia, felicitándose por lo bien que se han hecho las cosas. Pero no han tardado los afectados en recordarles el listado de cuestiones pendientes. De añejas demandas orientadas a evitar este tipo de desastres que no se vieron atendidas. Gloria ha conseguido, por un momento, modificar las prioridades de un gobierno monotemático, lo que no logró la cargada agenda social del país.
Pero esta vez el premio a la frivolidad se lo lleva el presidente del gobierno Pedro Sánchez, cuya gran demostración de empatía ha consistido en sobrevolar algunas zonas afectadas, camino de Mallorca, lejos del fango y las personas. Al aterrizar ha reiterado la promesa del día después de toda catástrofe: Ayudas inmediatas, que no siempre se sabe hasta dónde alcanzan y cuándo llegan.
Es un ejercicio de ficción pensar que la próxima los efectos de la tormenta podrán ser minimizados porque se habrán desarrollado los planes adecuados —algunos de ellos sobre la mesa de las instituciones desde hace años— que nadie se había ocupado de hacer efectivos. Gloria nos advierte de que el cambio climático no es ninguna broma y que a estas alturas de la historia ya no basta el acompañamiento en la tragedia. Las negligencias se pagan y tiene responsables. La naturaleza juega a esconderse, como decía el clásico, y no todo es previsible. Pero se ha ganado mucho en capacidad para anticipar sus movimientos. Ya sólo queda una coartada para los negligentes: el catastrofismo.
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