Gloriosos decorados para una ‘Aida’ sin gloria vocal
La histórica escenografía de Mestres Cabanes brilla más que el irregular reparto que ofrece el Liceo
El Liceo repone la histórica producción de Aida de 1945 con el encanto de los viejos decorados de papel pintado realizados por el pintor y escenógrafo catalán Josep Mestres Cabanes. Con ella, el teatro celebra los 75 años de su estreno y, de paso, ahorra gastos. El espectáculo, con decorados restaurados por Jordi Castells, delicada iluminación de Albert Faura y elegante vestuario de Franca Squarciapino, se estrenó en 2001 y su coste ha sido bien amortizado con varias reposiciones -la última en 2012- y su edición en DVD.
No gastarse dinero en una nueva producción es un gesto digno de aplauso, máxime en tiempos de crisis. Pero, en un Verdi tan majestuoso y querido por el público -es la ópera más representada en la historia del Liceo-, sirve de poco el esfuerzo si las voces no están a la altura. Y es tan irregular el reparto que, puestos a contemplar una Aida tal y cómo la aplaudían nuestros abuelos, se echan de menos las gloriosas voces, de auténtica fibra verdiana, que pudieron disfrutar en su época.
AIDA
Aida, de Giuseppe Verdi. Angela Meade, Yonghoon Lee, Clémentine Margaine, Franco Vassallo, Kwangchul Youn, Mariano Buccino. Dirección escénica: Thomas Guthrie. Escenografía: Josep Mestres Cabanes. Vestuario: Franca Squarciapino. Iluminación: Albert Faura. Orquesta y coro del Liceo. Dirección musical: Gustavo Gimeno.
Gran Teatro del Liceo, Barcelona, 13 de enero.
Frente a los despliegues tecnológicos del nuevo Liceo -sin ir más lejos, la galáctica producción de Turandot, con estética de videojuego, que abrió la temporada- tiene mucho encanto este Verdi decorado en humildes tiras de papel. Es un viaje a un pasado glorioso que, en palabras del añorado Agustí Fancelli, "hoy miramos poniéndonos los anteojos de la ingenuidad de nuestros abuelos, conscientes de los mentirosos trompe-l’oeil a los que asistimos. En este sentido, realizar algunos cambios de escena a telón alzado, descubriendo todos los trucos, es un acierto de la versión revisada que debería repetirse más, a fin de evitar los tres entreactos, a todas luces excesivos". Amén.
Aunque la fama de Aida debe mucho a sus escenas de masas, lo que en verdad emociona es el Verdi más intimista, que agita las pasiones en arias y dúos de excepcional belleza y tensión dramática. Esos dos mundos, el Verdi más espectacular frente al Verdi más humano, exigen mucho equilibrio en el foso. Lo consigue el director de orquesta valenciano Gustavo Gimeno, que en su debut liceista asegura la tensión dramática con eficiencia y mesura en los contrastes. Buena respuesta de la orquesta, con empaque en las escenas de más fragor orquestal, y del reforzado coro del Liceu, con gran lucimiento en el triunfal segundo acto.
En el papel titular, la bella voz de las soprano estadounidense Angela Meade fue un bálsamo, por la pureza del sonido y su agudos cristalinos, frente a la potencia desaforada del tenor coreano Yonghoon Lee, que proyecta muy bien su consistente voz, aunque los bruscos cambios de color y la mala dicción afean su canto. Muy musical, la mezzosoprano francesa Clémentine Margaine en el papel de Amneris, rival de Aida en su amor por Radamés, con un fraseo de clase y buen instinto dramático.
El temperamental Amonasro del barítono italiano Franco Vassallo, el sólido Ramfis del también bajo coreano Kwangchul Youn y el discreto Rey del bajo italiano Mariano Buccino completaron el irregular reparto. Hay novedades, no muy acertadas, en la dirección escénica de Thomas Guthrie, con gritos de figurantes y bailarines que enturbian la música, y una coreografía de Angelo Smimmo que recrea un combate en las arenas más propio de Espartaco que del Egipto faraónico.
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