Abusos
La mayoría de las víctimas de la violencia de género suelen callar su drama o intentan pasar página. Otras reaccionan con ataques de rabia explosiva o con largos períodos de desconexión emocional
Todo el mundo sabe lo que son el abuso sexual y la violencia contra las mujeres, una lacra a la que se le ha dedicado un día del año, precisamente el pasado 25 de noviembre. Su correlato más agresivo es la violación. Ambos actos han salido a la luz y han sido largamente debatidos en estos últimos años en la prensa, la literatura y el cine: solo hay que recordar la magistral película titulada Te doy mis ojos (2008), de Icíar Bollaín, y la lucha de aquella joven mujer de provincias que intentaba ser ella misma disimulando las pruebas de la violencia de su marido, al que creía amar e incluso, en algún momento, desear. La psicóloga clínica Regina Bayo estudió el filme en un artículo en el que explicaba que la protagonista estaba saliendo de las cuatro paredes doméstico-carcelarias y que era vista por su marido como “su doble narcisista”, no como alguien diferenciado, un ser con vida propia.
La mayoría de las víctimas de la violencia de género suelen callar su drama o intentan pasar página. Otras víctimas reaccionan con ataques de rabia explosiva o con largos períodos de desconexión emocional. Pueden llegar a autolesionarse y es habitual que caigan en el consumo de drogas o de alcohol, pero sobre todo su trauma, que se incluyó en 1980 dentro del estrés postraumático, suele causarles muchas dificultades para establecer relaciones emocionales estables en su vida futura, vulnerabilidad e incluso, en ocasiones, confusión acerca de si son víctimas o participantes voluntarias.
Pero no todos los maltratos se acompañan de violencia. Otra violencia más difícil de probar es la psicológica, y aquí aparece la figura del perverso narcisista, un concepto descrito por Paul-Claude Racamier en 1950. Este otro abuso es menos conocido, pero no por ello menos dramático y peligroso; en Francia se decretó una ley en 2010 pero los abogados hablan de su dificultad de ganar estos pleitos por la falta de pruebas concluyentes, al suceder estos hechos, la mayoría de las veces, en el ambiente de la intimidad de una pareja. Marie-France Hirigoyen lo estudió en su libro Le harcèlement moral, la violence perverse au quotidien (1998; en español, El acoso moral: el maltrato psicológico en la vida cotidiana, Paidós, 1999), que fue traducido a 24 lenguas. La sociedad, dice Hirigoyen, se muestra ciega delante de esta forma de violencia indirecta, en la que es habitual confundir el maltrato psicológico con las simples relaciones conflictivas de una pareja.
El perverso narcisista es una persona compleja y tóxica que se cree superior, que quiere ser constantemente admirada y que manipula a sus seres próximos (especialmente a su pareja, aunque puede ocurrir en el entorno familiar o en el trabajo; la mayoría de las víctimas son mujeres) para su provecho. Al principio es un seductor nato para luego pasar a desvalorizar completamente a su víctima. Sus métodos de coacción son la mentira, el chantaje, la degradación, las falsas bromas y los sobrentendidos e incluso el silencio (no atender nunca a las demandas del otro). La víctima sufre pérdida de autoestima y depresión, y suele somatizar su dolor, ya que el estrés emocional influye, como todos sabemos, en la salud física. La persona agredida, especialmente si esto ocurre en una relación amorosa, tiende a tardar mucho en darse cuenta. “Yo lo cambiaré”, “mi amor lo puede todo” o el “tal vez es mi culpa, he hecho algo mal” son frases que se pronuncian una y otra vez. El enamoramiento por parte de la víctima y los cambios repentinos de humor y de actitud del agresor no hacen más que confundir a la pobre sacrificada, que tarda en reaccionar y cuya única solución es que se rompa la pareja.
Ahora una colega, Paula Jiménez de Parga, y yo hemos propuesto, hará ya pronto un año, una exposición sobre los abusos sexuales y psicológicos. Hay artistas hombres y mujeres —nacionales e internacionales, de Paula Rego a Pilar Albarracín, de Priscilla Monge a Angel Bofarull—, algunos han sido abusados y otros no. Pero todos y todas han sido capaces de expresar el miedo, la angustia, la vulnerabilidad, el dolor o la soledad provocados por estas acciones mediante dibujos, fotografías, vídeos y objetos. Nos extraña muchísimo el silencio como respuesta a nuestra proposición. ¿Miedo al tema? ¿Tabú? Vicki Bernadet, presidenta de una fundación que en 2018 atendió 1.139 casos de abusos, y a quien conocimos, nos explicó que este silencio era previsible: tal vez a algunas instituciones aún les falta mucho por recorrer en este tema, en el que la sociedad española, en cambio, sí está muy sensibilizada.
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