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Momento postliberal: sí o no

Continúa siendo urgente la desactivación semántica del secesionismo y esta es, según parece, una tarea de una duración muy larga, en un frente cultural, mediático y educativo

El hemicilde del Parlamento
El hemicilde del Parlamento ALBERT GARCIA

Cataluña comienza a rozar su momento postliberal a lo largo de aquellas fechas de 2017 cuando el parlamento autonómico aprueba ilegalmente la ley de referéndum y la ley de transitoriedad hasta que todo se concreta en la turbulenta jornada del 1 de octubre. Urnas de ficción, convocatoria ilegal, desigual actuación de los cuerpos de seguridad con pasividad de los Mossos d'Esquadra, recuento sin credibilidad: el emocionalismo estaba mutando en gestualidad visceral. Incluso la CUP conocía la inexistencia de una mayoría social para cualquier tipo de fractura unilateral. Dos años más tarde, sigue vigente la capacidad de exhortación del lenguaje secesionista aunque cada uno de sus “mantra” haya ido perdiendo fuelle, desde el “España nos roba”, salirse de España quedándose en la Unión Europea o que existe una forma democrática que se salta la ley porque pertenece a la soberanía catalana. Ahora el “mantra” es la sentencia del Supremo.

Es decir: sigue urgiendo la desactivación semántica del secesionismo y esa es, según parece, tarea de muy larga duración, en un frente cultural, mediático y educativo. Lo que ha tardado 40 años en calar con un dirigismo intensivo no podría cesar en 40 días. Por ahora, esta desactivación está pendiente, como se constata con la naturaleza pre-política —pre-jurídica, incluso— de la respuesta a la sentencia del Tribunal Supremo. El decurso público del día a día se solapa con los riesgos postliberales a los que la Cataluña hiper-democrática y europeísta parecía congénitamente ajena. ¿Estamos ya ante un instante de sedimentación sistémica o ante una fase posterior al fracaso político del independentismo?

Cuando se habla de una Europa acorralada por circunstancias postliberales, la costumbre es mezclar elementos que no por tener cierta similitud o afinidad representan convergencias irreversibles. Ocurre con los populismos, cuya expansión es de cada vez más asimétrica como se vio en las elecciones europeas. Ni es lo mismo Trump que el Brexit. Tampoco tiene el mismo significado la Eurasia de Putin. Por otra, si el momento postliberal se caracteriza por una polarización entre élites y gente, en Cataluña, hoy por hoy, no puede hablarse de élites influyentes, salvo una primaria oligarquía nacionalista. También es cierto, como se ve en el avance populista en Europa, que la globalización y el euro están siendo considerados como males y no como soluciones. De eso también se alimenta miméticamente el secesionismo catalán, pero sobre todo de una concepción histórica que es anacrónica y regresiva. Ahora mismo, sus claves son más bien tribales. El peor horizonte es que dada la división de la sociedad catalana, la descomposición política mute en descomposición institucional. Desde este ángulo, existe en el independentismo radical una actitud muy adversa a la Unión Europea. Eso pudiera ser un deslizamiento hacia los modos de sociedad cerrada frente a sociedad abierta. Sería una victoria de la mente tribal que se alimenta primitivamente del nosotros contra ellos. Por eso hay en el independentismo quienes ven el momento post-liberal como una oportunidad y no como un retroceso.

La crisis de 2008 conjuró todos estos factores como un todo y vale la pena recordar que el nuevo independentismo no se nutre de la sentencia del Constitucional sobre un segundo Estatuto con el que prácticamente nadie estaba de acuerdo, sino con el hecho de que a Artur Mas le estallan en la calle los recortes sociales y se encarama a la vindicación secesionista para paliar el efecto de unas medidas de austeridad que le habían obligado a ir en helicóptero a la sesión del parlamento autonómico. Distintos pronósticos varían mucho sobre las consecuencias que pueda tener ahora la desaceleración en curso pero parece evidente que el impulso independentista tiene hoy otros rasgos y otros ritmos, con un desenlace totalmente imprevisible y más aún después de las recientes noches de violencia en Barcelona. Pero ambas reacciones corresponden cada una a su manera con el momento postliberal. Las probabilidades de detonaciones internas en el frente independentista —causa del bloqueo parlamentario y de la inacción de la Generalitat— pueden sumarse a ese momento o abrir una ventana hacia otro panorama, que acabe perfilándose como un regreso camuflado al autonomismo a la espera de una mayoría social suficiente para el paso hacia la secesión. Pero por delante vienen las elecciones generales y en unos meses unas autonómicas anticipadas. El cadáver político de Quim Torra va a ser ocasión para muy diversos aquelarres.

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