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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La equidistancia

Mientras los maximalismos se impongan, mientras se exija el diálogo que ni se practica ni se pretende, mientras la justicia substituya la política de prácticas inexistentes, el equidistante está neutralizado

Josep Cuní
El activista Rosa Parks en un autobús de Montgomery.
El activista Rosa Parks en un autobús de Montgomery.

Y Rosa Parks dejó escrito: “Creo que si hubiera pensado demasiado en lo que podía pasarme, es probable que hubiera bajado del autobús. Pero me quedé” (Mi historia, Plataforma Editorial). La que pasó a partir de entonces a ser un referente de la resistencia frente a los abusos contra la comunidad negra se sincera en su autobiografía mientras relativiza su papel. Lo contextualiza y dice haberse sorprendido por la relevancia que le otorgaron los suyos. Un colectivo, el afroamericano, que representaba el 66% de los pasajeros de la compañía de autobuses que se resistían al boicot porque vivían demasiado lejos para no subirse a ellos. Y eso a pesar de la violencia verbal que les infligía algún conductor, como James Blake, el que denunció a la mujer cuyo testimonio creativo fue la gran fuerza que impulsó la marcha moderna hacia la libertad, según la dedicatoria que le estampó Martin Luther King Jr. en un ejemplar de su libro Caminar hacia la libertad.

El de Rosa Parks es uno de los nombres que utilizan los relatores del independentismo como antes lo hicieron las defensoras de la igualdad y el feminismo. Y aunque convendría que algunos leyeran su historia para superar el tópico y ser más precisos en la adaptación para su causa, también sería prudente que contextualizaran mejor la cita de Desmond Tutu esgrimida reiteradamente para atacar a los equidistantes.

Dijo el arzobispo anglicano que “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. Se refería a los indiferentes que aparentaban serlo también al gobierno del apartheid que mantuvo a los nativos de Sudáfrica bajo la más estricta represión décadas después de que sus iguales se liberaran de las políticas segregacionistas en los Estados Unidos de América.

El amigo de Nelson Mandela, otro de los referentes, utilizó el vocablo neutral, que es aquel que no interviene a favor de uno ni de otro. O que pertenece a un estado que así se posiciona. Suiza, tradicionalmente. Pero que no intervenga de manera pública no supone que no tenga ideas o que no maniobre por debajo de la mesa. Suiza, de nuevo. Fijémonos, sin embargo, que el purpurado pacifista dijo “neutral” y no “equidistante”, que tiene su matiz. Y no consta en los diccionarios que estas palabras sean sinónimas. El detalle no es baladí a tenor del uso que se hace de ella en momentos de máxima tensión por parte de todos, porque todos nos querrían a todos a su lado, como a todos nos gustaría que todos nos dieran la razón. No obstante, y como esto es imposible, se ataca la equidistancia olvidando que muchos de quienes lo hacen estuvieron y estarían a favor de un mediador antes de que la expresión y sus posibles portadores cayeran en desgracia.

Parece evidente, pues, que el árbitro que algunos ansían y otros vetan debería ser una persona centrada para intentar que los extremos acortaran sus posiciones hacia el punto medio. Allí donde convergerían para alcanzar un pacto que, obligatoriamente, debe comportar alguna renuncia. Pero mientras los maximalismos se impongan, mientras se exija el diálogo que no se practica ni se pretende, mientras la justicia con sus sentencias substituya la política de prácticas inexistentes, mientras todo esto pase, el equidistante está neutralizado. Es imposible entonces que se incline por nadie porque puede repudiar por igual a quien intenta presionarle antes que convencerle. Sea quien sea. Y responder a su hartazgo de unos y a su disgusto con los otros. Sin equidistantes, pues, difícilmente puede haber solución porque sin alguien que equilibre solo queda el conflicto.

Dejó dicho Pessoa que si el corazón pensara, se pararía. Si esto sucediera, cuántos infartos coincidirían en estos tiempos acelerados y cuántos desfibriladores se necesitarían para hacer reaccionar a los colapsados. Porque sobran emociones y faltan razones para caminar hacia una negociación imprescindible, fruto de un diálogo sin cortapisas, y por mucho que sobren razones del corazón que la razón no entiende.

Sabida y protestada la sentencia, declaraciones e imágenes inaceptables incluidas, todos han convenido que no es tiempo de reunión porque es tiempo de campaña. Que hay que seguir esperando para que llegue el momento adecuado que nunca parece tener hora ni fecha en el calendario. Antes de su tardía e impropia condena de la violencia, el president Torra envió una carta al presidente Sánchez pidiéndole una reunión y La Moncloa contestó que en días electorales no era oportuno. Mientras, se convocaba a Casado, Rivera e Iglesias para hablar de Cataluña sin la presencia de independentista alguno. Si este es el problema, ¿cómo puede afrontarse obviando su voz? La respuesta la dio Meritxell Batet: “Las campañas electorales no resuelven los problemas”. Pregunta impertinente: ¿Por esto están en campaña permanente? ¿Para no resolvernos los problemas?

De fondo suena Caballo viejo: “Un corazón amarrao, cuando le sueltan la rienda, es caballo desbocao”. Visto y sufrido por los equidistantes.

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