Salir del pantano
Entre dos fantasías, sólo hay una salida: el retorno a la política. Pero eso requiere a uno y otro bando lo que no hoy no se vislumbra
Una Diada de perfil bajo, en tránsito hacia la respuesta a la sentencia del Tribunal Supremo, ha servido, sin embargo, para evidenciar una vez más lo mucho que queda por hacer si se quiere cerrar el largo paréntesis de estancamiento que se abrió después de los hechos del otoño de 2017. Es razonable pensar que después de la sentencia empiece una nueva etapa. Pero para que se salga del pantano en el que está atrapado el conflicto (si es que todas las partes lo desean, lo que no es evidente) hay que afrontar la realidad de cara y, en este sentido, la Diada dio pistas.
Sin duda, se palpa cierta melancolía en el estado de ánimo del independentismo, mientras la elaboración de los errores que le llevaron a estrellarse contra el muro del Estado va avanzando, abriendo todo tipo de brechas en la ya sólo retórica unidad independentista. Es un paso necesario, que llevara convulsiones y cuyo final dependerá de la capacidad de todos -empezando por las instituciones españolas- para entender dónde estamos: qué es posible y qué es imposible. La Diada nos ha dejado dos señales que nos advierten de las dificultades de enderezar el camino.
Una, concierne al campo del independentismo. En la desazón por los desencuentros entre los partidos soberanistas, portadores de estrategias distintas, desde la ANC y otras autoproclamadas instituciones de la sociedad civil ha surgido la dialéctica del pueblo, la buena gente, contra los dirigentes políticos. En primera lectura puede interpretarse simplemente como un síntoma del malestar por la división del independentismo, paso necesario hacia una nueva etapa, pero difícil de asumir por una parte de sus bases. Pero la culpabilización de los políticos y la sacralización del pueblo es siempre una vía peligrosa que abre camino a los demagogos. Los que hablan de la traición de los políticos deberían ser conscientes que ellos tuvieron mucho que ver con que Puigdemont y compañía no pararan a tiempo. Y a estas alturas ya tendrían que haber entendido lo evidente: que la implantación de la República era sencillamente imposible.
La otra señal apela a las instituciones del Estado y al llamado constitucionalismo. Como era previsible el descenso de participantes en la Diada respecto a los años anteriores ha dado rienda suelta a titulares y declaraciones en términos de fracaso, retroceso, desmovilización, fatiga, en una ansiosa anticipación de un presunto final del conflicto por agotamiento. No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor política que la de los que se creen sus propias mentiras. Ciertamente, la manifestación ha sido menos masiva que otros años. Pero han seguido saliendo a la calle algunos centenares de miles de personas. ¿Alguien me sabe señalar un conflicto política que en Europa haya sacado a la calle tantas veces tanta gente? ¿Qué dice la Diada? Lo que quienes tiene la responsabilidad de encontrar soluciones políticas se niegan a asumir: que el independentismo está ahí y que esta para quedarse. Y que por tanto hay que reconocerle como actor político y encontrar la manera de entenderse.
“Los canadienses ven que los países se mantienen unidos porque evitan el uso de armas atómicas. No hacen referéndums unilaterales ni usan la ley para resolver problemas de este tipo. Los resuelven políticamente, sentándose, hablando. Y no porque quieran, sino porque es la única solución”. Estas palabras son del canadiense Michel Ignatieff, político liberal y estudioso de la “cuestión nacional”, en una conversación con Ernesto Ekaizer, publicada en el diario Ara. Y concluye: “Los que judicializaron este proceso esperan que el juicio sea el final de alguna cosa, pero esto no tiene final. Los catalanes dicen que esto no acabará hasta conseguir la independencia. Pero la independencia no será reconocida. Y del lado español creen que esto acabará con un castigo judicial firme para los nacionalistas y que eso pondrá punto final”. Entre dos fantasías, sólo hay una salida: el retorno a la política. Pero eso requiere a uno y otro bando lo que no hoy no se vislumbra, dirigentes políticos con autoridad, sin miedo a contradecir a los suyos, capaces de trabar futuro a partir del reconocimiento mutuo. Mientras unos estén pendientes de los que les llaman traidores en Twitter y otros de los que les acusan de poner a España en almoneda, no será fácil salir del pantano. Las aguas estancadas producen infecciones y estas son contagiosas: pueden atrapar a todos.
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