Bardem en Pedralta
La verdadera historia del ascenso y caída de una de las piedras basculantes más grandes de Europa
“¡A Pedralta no!”. El grito de uno de mis sobrinos me llega al alma. ¿Cómo es posible que no quiera ir a Pedralta, un domingo cualquiera? La respuesta búsquenla en la crónica de Ana Pantaleoni ¡Deja ya el Fortnite! Pero ese no es el tema, el tema es Pedralta, un lugar enigmático escondido en el Baix Empordà, en el pueblo de Gaziel, Sant Feliu de Guíxols, muy cerca del barrio de los que llegaron los últimos, Vilartagas. Una de las piedras basculantes más grandes de Europa, dice la hemeroteca.
Es fácil llegar. En mi época se peregrinaba a pie desde el Camping Balmaña, ahora pasto de las malas hierbas, se pasaba por la hípica, hoy en ruinas, y se seguía por la serpenteante carretera hasta llegar a la explanada de encinas del macizo de Montclar. Apenas cuatro kilómetros, que en coche son un santiamén, defiendo, entusiasta, en la sobremesa. Pero el niño sigue enrocado: “¡A Pedralta no!”.
Pedralta es una piedra basculante, de seis metros de largo, por tres de ancho y tres de alto, que pesa 100 toneladas. Lo que se conoce como piedra caballera, que descansa sobre otra roca. El bloque granítico de dos millones de años evolucionó hasta dejarla así, desafiando a la gravedad, bamboleante pero firme, sin que hubiese manera de echarla abajo. Los locales le clavamos una cruz en 1890, a manos de siete joans de Sant Feliu de Guíxols, y jugamos durante años a poner en la base botellas de vino, de cava, latas y cualquier otra cosa susceptible de romperse con la basculación de la piedra, que se conseguía empujándola con la mano.
—¡Se puede ver la huella de un dinosaurio que un día pisó la roca, cuando todavía estaba el suelo! —invento ya a la desesperada para convencerlo.
—¡A Pedralta no! —me grita el niño.
Asumo la derrota, no hay más remedio. Él se pierde la visita al exótico paraje que ha servido para casi todo a los lugareños. Pedralta es el concurso de alioli que se hace anualmente en el aplec, son las comidas de domingo en el campo que organizan las madres para echar un vistazo a los amigos de sus hijas, son las noches buscando ovnis, las noches buscando otras cosas, los días caminando por las casas abandonadas, las tardes subiendo al mirador o visitando la ermita, los juegos florales que se celebraban antaño…
Y su éxito no ha perdido fuelle. Unos rusos subieron un día, se quedaron prendados y decidieron grabar una película. Pasó hace tres años y confieso que ni me enteré. El director Alexandr Manzurov, junto al productor Boris Yadlovskiy rodaron un “thriller místico” en catalán, protagonizado por Núria Florensa. La roca era una puerta que unía el mundo de los muertos y el de los vivos. Se grabó, se montó y se exhibió en un cine de Platja d’Aro, nuestros vecinos.
Pero las intenciones iniciales eran mucho más ambiciosas, me cuentan desde el pueblo, de forma confidencial. “Me reuní con ellos en un local y en la pared tenían colgadas las fotos de todos los actores”, recuerda una persona que participó en el rodaje. La cara que ocupaba la mayor parte del plafón de imágenes era la de Javier Bardem. “Lo tenían clarísimo, iban a traerlo”, rememora, aún con sorpresa. De haberlo sabido, hubiese usado el argumento definitivo en la mesa familiar: “¡Bardem casi estuvo en Pedralta!”. Al menos el sector femenino se hubiese apuntado.
Dos años después, no hay forma de ver la película, solo está el tráiler en la red. “Se quedó paralizada”, admite por teléfono el productor Boris Yadlovskiy, que no quiere ahondar en el tema. Sufrieron “problemas internos” en la fase de posproducción. Lástima, porque parte del pueblo participó como extra en el film. Ese es ya un clásico en la Costa Brava: unos y otros se tiran en piscinas o bailan flamenco como figurantes de películas que olvidan y nunca logran verse en la gran pantalla.
Lo que no le confesé a mi sobrino es que Pedralta ya no bascula. El 10 de diciembre de 1996 la piedra más emblemática de Sant Feliu de Guíxols amaneció en el suelo. Se la encontró un ciclista. En el pueblo no se hablaba de otra cosa. Las primeras informaciones dijeron que había sido fruto de una tormenta. Luego unos estudiosos universitarios concluyeron que fue por el desgaste de comprobar empíricamente la basculación y el hábito local de reventar botellas en la base...
Pero en Vilartagas corre otra historia. Los cuarentones del barrio explican que ese fin de semana de casi invierno lo pasaron como manda la tradición: de bar en bar. Eran los noventa, Platja d’Aro estaba en su máximo esplendor y la música máquina y sus hábitos de consumo arrasaban. Pedralta era un buen lugar, dicen, para cerrar la fiesta sin molestar al vecindario, lo que se conoce como un after. Un grupo de chavales decidió acabar la noche allí y quiso retar a la naturaleza. Cogieron un gato hidráulico de uno de los coches, lo colocaron en la roca basculante y la piedra cayó desde una altura de 10 metros y rodó unos 15 más.
Esa versión nunca se ha podido comprobar. Lo único que se sabe seguro es que unos jóvenes fueron los últimos en ver la piedra de Pedralta en su sitio el 8 de diciembre. Después llovió dos días seguidos, hasta que el ciclista la encontró tirada. Se quedó en el suelo dos años y medio, hasta que el 25 de mayo de 1999 se restituyó, pero no se logró recuperar el movimiento. Costó 30.000 euros. Está claro que debería haber propuesto un plan más atrevido para la sobremesa de un domingo. A los niños les emocionan las diabluras. Entonces, no me cabe duda, lo hubiese logrado: “¿A tirar la piedra de Pedralta? ¡Sííí!”
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