Coherencia, congruencia y consecuencia
Ciudadanos no admite en público aquello que hace en privado y que queda expuesto a los ojos que todo lo ven
Una de las virtudes más valoradas en política es la coherencia. Tanto, como difícil y arriesgado es practicarla. Ni los tiempos ni sus circunstancias ayudan. Los cambios imprevistos de vientos obligan a buscar nuevos rumbos y a arriar velas con tanta facilidad como voluntad tenga uno de acercarse a su objetivo admitiendo, de entrada, que difícilmente lo va a conseguir porque cuando el destino es el paraíso lo más probable es que se naufrague en mar abierto. De ahí la decisión del mal menor porque la utopía se quedó en Tomás Moro.
Ocurre, sin embargo, que en la campaña electoral permanente en la que estamos instalados, la mayoría de los políticos quedan atrapados por unas palabras a causa de las cuales ahora descubrimos que algunos desarrollan una especie de síndrome de Estocolmo del que les resulta muy difícil distanciarse. Esa obligación de aparentar coherencia a pesar de todo, es lo que les ha llevado a apuntarse con fruición a las noticias falsas consecuencia progresiva de las exageraciones primeras, las medias verdades posteriores y las descalificaciones permanentes. Y lo hacen denunciando su uso como coraza de protección a su decidida intención. ¡Cuántos y cuán variados alumnos está teniendo Donald Trump criticando a los demás aquello condenable que él mismo hace!
Dice y repiten monocordemente los de Albert Rivera que no pueden apoyar la investidura de Sánchez
Aunque lo niegue, este tipo de ejercicio tiene bloqueada a la cúpula de Ciudadanos que no admite — en público— aquello que hace — en privado — pero que queda expuesto a los ojos que todo lo ven. Al gran hermano de las redes y sus pérfidas alianzas. Ansiosos de ser consecuentes y vender un mensaje acorde con este buen propósito, sus acciones y su retórica les contradicen de manera evidente. Demos por supuesto que defenderse del acoso al que se les está sometiendo no es fácil. Que zafarse de la presión con la que se les castiga ha de ser agobiante. Y que aislarse de la reclusión a la que se les condena ha de ser asfixiante. Pero si la vida es dura, la de los políticos lo es más. Y si no quieres polvo, no vayas a la era. Eso, los practicantes de la vieja política lo tenían muy claro. Por ello, parafraseando unos versos de García Montero, no les importaba ser un perdido. Les parecía más triste no saber dónde estaban.
Que el partido que se presentó como la bisagra necesaria para romper el bipartidismo corrosivo español haya renunciado a ejercer aquella labor es tan legítimo como que siga defendiendo su independencia de criterio pese a quien pese. Sucede, no obstante, que la consecuencia de la que pretenden alardear cruje por las costuras forzadas por las formas inadecuadas del traje que dicen lucir. Y no es sólo por su progresivo abandono del centro, ni por sus pactos indirectos con la derecha extrema que eso ya ha provocado suficientes fragores. Lo es por la incoherencia que supone negarse a dar un paso para no apuntalar al rival provocando que aquella acción empuje en sentido contrario. Veámoslo en sus propias consignas.
Dice y repiten monocordemente los de Albert Rivera que no pueden apoyar la investidura de Pedro Sánchez porque su política está basada en las concesiones que el socialista ofrece permanentemente a comunistas, independentistas y “para-terroristas” contra los cuales ellos están en arduo combate. Bien. Supongamos que así sea. Teniendo como tienen la llave de paso para impedirlo, no usarla equivale a promover que esto suceda. ¿Cuál es entonces la alternativa? La repuesta es repetir por enésima vez el mismo mantra como si salirse de la línea marcada comportara caer en las fauces del más fiero león. Cosa que hubiera sucedido si Manuel Valls no hubiera actuado por su cuenta. Siguiendo entonces la lógica del partido naranja Ernest Maragall sería alcalde de Barcelona. Resultado: el desafío del independiente ha sido contestado con el descaro del repelente como las invectivas de los padres fundadores han sido desoídas apelando a la decisión aprobada y las sugerencias del empresariado diciendo que ellos no se venden por un plato de lentejas.
Si Valls hubiera aplicado la lógica de Cs y no hubiese actuado por su cuenta, Ernest Maragall sería alcalde de Barcelona
Esa misma congruencia tampoco la perciben sus amigos franceses por mucho que se nieguen a admitirlo. Lo sabemos por lo que nos cuentan desde París, Bruselas y Estrasburgo. Por las posiciones de Toni Roldán, Javier Nart o Luís Garicano a quien, por cierto, se atribuye el mérito de que Ciudadanos forme parte de la Internacional Liberal gracias a sus relaciones personales con Nick Clegg, el que fue vice-primer ministro con David Cameron durante cinco años y entonces destacado miembro de aquel colectivo.
Por semejantes razones esgrimidas, y para evitar contagios preocupantes, Rivera no debió permitir que sus compañeros de Jaén hicieran alcalde a un socialista, ni compartir con el puño y la rosa las alcaldías de Albacete, Ciudad Real o Guadalajara, ni... en fin! Son solo algunos ejemplos de las redefiniciones del diccionario de la nueva política.
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