Ideas que dividen
Ahora habrá que esperar la sentencia, los recursos y su resolución, pero, en cualquier caso, hay que aceptar los resultados y volver al trabajo
Hay ideas que son divisivas por su misma naturaleza. Son las que consiguen organizar el mundo en dos polos excluyentes. Empiezan como dos mitades pero aspiran cada una de ellas a convertirse en el todo. Son totalizantes y a menudo de inspiración totalitaria, es decir, alérgicas a la diversidad, al pluralismo y a las gradaciones.Podemos discutir sobre la intensidad de las divisiones de la sociedad catalana. Podemos dirimir si se trata de discrepancias naturales o de una división especialmente venenosa. Pero el debate no tiene sentido respecto a las ideas auténticamente divisivas, que tienen como característica que siempre suman cero con la idea contraria. Si no las aceptas enteras quiere decir que estás en contra.
Si triunfan las ideas divisivas, la sociedad se divide. No falla. Y el proceso independentista es el mejor ejemplo. Visto en el tiempo, todo él se organiza en una cadena de ideas divisivas que segmentan la sociedad para construir una mayoría cualificada en torno a la independencia. Pero de todas ellas pocas tienen tanta eficacia como la consagración del 1 de octubre como momento definitorio y legado a defender y mantener, aquello de “un día que durará años”. El 1-O tiene dos caras y cada una de ellas es la negación de la otra. Asumirlo entero en su plenitud, incluyendo las dos caras, es de momento una tarea fuera del alcance de nadie. Es la idea más divisiva hoy para la sociedad catalana.
Para unos es el momento en que el pueblo ejerce su derecho a la autodeterminación en un referéndum que constituye el acto de desobediencia cívica más importante de la historia de Europa y que da como resultado la ratificación de las leyes de desconexión y la obligatoria declaración unilateral de independencia. Para otros, es una convocatoria ilegal e ilegítima, realizada desde las instituciones, en un acto de abuso de poder que contraviene el Estatuto de Cataluña, la Constitución y el marco legal establecido por el Consejo de Europa en su comisión de Venecia, y que culmina con un conjunto de vulneraciones de los derechos de los ciudadanos y de las minorías parlamentarias, especialmente los días 6 y 8 de septiembre de 2017, con la aprobación de las leyes de desconexión.
Nada ha reforzado tanto la versión independentista como la gestión de todo el proceso por parte de los gobiernos de Mariano Rajoy y sobre todo desde el subarriendo entero en su fase definitiva al Tribunal Constitucional primero, a las fuerzas de orden público después, y a los tribunales penales al final. La idea divisiva del 1-O se reproduce a continuación en la interpretación del artículo 155 de la Constitución, cláusula de excepción protectora del orden constitucional que se pone en marcha con el objetivo de cerrar el paso a la declaración unilateral de independencia, disolver el parlamento y convocar elecciones, evitando así la suspensión de la autonomía y la intervención de las competencias más sensibles (escuela, medios y policía).
Quien no se declaró contra el 155 pertenecía al bloque del 155. Nadie ha aclarado aún cuál era la alternativa responsable y eficaz que podía tener en mano un gobierno democrático, cualquier gobierno democrático, ante una declaración de independencia como la del 27 de octubre. Y sobre todo, si se entiende, como es el caso de una buena parte de la población, también la catalana, que fue una convocatoria que comprometía el futuro de Cataluña y derogaba la Constitución en una parte del territorio.
La intervención lamentable y estúpida de la policía el 1-O sí tenía alternativas. El propio Rajoy lo demostró el 9-M con su permisividad ante la consulta no vinculante. Pero caía por su propio peso la aplicación de la legislación vigente para evitar una declaración de independencia ilegal, ilegítima y sin ni siquiera mayoría social. Las alternativas solo podían ser peores: aplicar el 155 más tiempo y con más intensidad o declarar el estado de excepción o de sitio. Se dirá que había que abrir el diálogo y es cierto. Había que hacerlo entonces y todavía hay que hacerlo ahora, a pesar de lo difícil que era entonces, como lo sigue siendo ahora.
La tercera derivada de la idea divisiva inicial son los presos y huidos de la justicia. Son y somos muchos a los que nos disgusta la prisión preventiva y que ya estamos perfectamente mentalizados para encaminar las medidas que permitan la libertad y el regreso de los encartados y la normalización de la vida política catalana. Pero también son muchos más los que necesitan que ante todo se haga justicia y que solo una vez se haya hecho justicia podrán convencerse de que será posible regresar a la normalidad.
La justicia primero y la magnanimidad después, pero por este orden. No se puede admitir, y nadie lo admite en ningún lugar del mundo, que quien gobierna una institución del Estado pretenda romper con el sistema legal por el que ha sido elegido. Hoy lo hace un independentista pero mañana lo puede hacer un gobernante de extrema derecha.
Ahora habrá que esperar la sentencia, los recursos y su resolución, pero en cualquier caso aceptar los resultados. Pretender otra cosa, prolongando el conflicto, como se podría deducir de las declaraciones finales de los acusados, es seguir dividiendo a la sociedad en un final sin salida. Si gracias al diálogo político se superan las ideas divisivas, sobre el 1-O, sobre el 155 y sobre los presos y los huidos, entonces se acabarán también las divisiones y se podrá hablar otra vez de un solo pueblo.
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