Los retos de Barcelona en cuatro caras
El acceso a la vivienda, la creciente precariedad del mercado laboral, las consecuencias de la contaminación del aire o la atención social a los ancianos son algunas de las carpetas urgentes que esperan en el despacho de la alcaldía.
La pugna por Barcelona se decide hoy en unos comicios que se presumen ajustados e incluso al borde del empate técnico (entre ERC y Barcelona en comú, según las encuestas). Sea cual sea el resultado, a partir de mañana el nuevo gobierno municipal tendrá que hacerse cargo de los problemas que acucian a la capital catalana. El acceso a la vivienda (los alquileres han subido un 35% desde 2014), la creciente precariedad del mercado laboral, las consecuencias de la contaminación del aire o la atención social de una Barcelona que envejece cada vez más son algunas de las carpetas urgentes que esperan en el despacho de la alcaldía.
EL PAÍS ha puesto rostro y voz a algunos de los problemas capitales para Barcelona.
“Exprimen al trabajador”
Rocío Varela es pastelera en el hotel Fairmont Juan Carlos I y desde 1998 trabaja en la restauración. “Hay camareras de pisos que ganan menos ahora que cuando yo entré a trabajar”, sentencia. Según Varela, miembro de la Intersindical Alternativa de Cataluña, ha habido una concatenación de hechos que han perjudicado a los trabajadores. “El auge del turismo, la crisis económica y las diferentes reformas laborales de los últimos años han precarizado las condiciones de los trabajadores de hoteles. El boom turístico de Barcelona no se ha traducido en la mejora de las condiciones laborales. Hay muchísimos trabajadores con contratos de tiempo parcial cuando en realidad son a tiempo completo”. El 40% de los contratos en Barcelona son de menos de un mes.
Otro factor que según Varela ha perjudicado a los empleados del sector ha sido la entrada de grandes fondos en la gestión de las cadenas hoteleras. “A los fondos solo les interesa el rendimiento económico y en el sector hotelero la forma de conseguirlo es apretar la tuerca del trabajador, exprimirlo sin importar su bienestar”.
Varela cuenta que en algunos hoteles de Barcelona a las camareras de piso, las kellys, llegan a hacer entre 20 y 30 habitaciones al día con un contrato de ocho horas “que evidentemente se alarga y no son pagadas. Y al venir de empresas de trabajo temporal si no cumplen con la cuota las despiden”, agrega.
“La polución afecta a los niños”
La Escola Casas está al lado de la Gran Vía y en dos años estará justo en la entrada del túnel que soterrará el tráfico de una de las arterias que recibe las llegadas de Barcelona. El centro lleva meses soportando las molestias de las obras de remodelación y los padres de los alumnos están preocupados por la calidad del aire que tendrán que respirar una vez se haya abierto el túnel: la Escuela quedará al lado de la única salida de humos del subterráneo. Un grupo de ellos formó la plataforma “Respira Glòries” que reclama un aire limpio. “Los padres nos hemos puesto en primera línea, porque está demostrado que la contaminación afecta más a los más pequeños”, dice Silvia Chellini, madre de dos alumnos de la escuela.
La plataforma ha conseguido retrasar el comienzo de las obras que perforan el suelo y que generan más polvo hasta la última semana del curso escolar, y cambiar el emplazamiento de la escuela de verano. “Nuestra gran petición es crear una gran muro de vegetación que mitigue la contaminación que tenemos al lado”, apunta Chellini.
Según los datos del propio consistorio, el 98% de los barceloneses está expuesto a niveles de partículas finas superiores a lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud y la Agencia de Salud Pública de Barcelona atribuyó a la contaminación en la ciudad 354 muertes en 2017.
“O pagas o te vas”
A Livia Arteaga, de 51 años, las cosas no le iban mal. Hace 12 años trabajaba de teleoperadora y su marido en una empresa para el Corte Inglés. Alquilaron un piso de 120 metros cuadrados en Travessera de Gràcia, con sus tres hijos, de 25, 21 y 14 años. “Pagábamos 1.000 euros al mes. No era poco, pero nos lo podíamos permitir”. En agosto del año pasado, la inmobiliaria les envió un burofax comunicándoles que a partir de octubre, el precio aumentaría un 30%. Livia ha perdido su empleo y su marido, que también estuvo en el paro, trabaja ahora de técnico sociosanitario. Ingresan unos 2.500 euros al mes. “O pagas o nos das las llaves y te vas”, cuenta Livia que le dijeron en la inmobiliaria. La media del alquiler en la ciudad de 908 euros y el 43% de los barceloneses destinan más de un tercio de sus ingresos al alquiler.
Livia contactó entonces con el Sindicato de Inquilinos y con la Oficina de Vivienda Popular de Gràcia, que promovieron acciones para presionar y que la empresa negociara. “Llegamos a ocupar la oficina de la inmobiliaria”, que renunció a llevar la administración de ese piso. La mujer nunca firmó la renovación del contrato y sigue pagando al juzgado asignado los 1.000 euros de su contrato anterior. El juzgado estableció que el 8 de abril se procedería al desahucio, aunque se consiguió parar con un recurso que alegaba que no se trataba de un impago. El caso está ahora en Audiencia Provincial de Barcelona. “No sé cuánto tiempo tardarán en resolver, pero yo no me rindo. Sé que la ley no está de mi parte, pero yo denuncio una injusticia social. Los políticos tienen que regular el alquiler ya”, apunta. En Barcelona hay 47 desahucios semanales.
“Siempre necesitas ayuda”
El cielo amaneció encapotado en Barcelona y chispea cada tanto. “No he ido a la peluquería porque con este tiempo...”, lamenta, coqueta, Montserrat Fabregat. Tiene 80 años y vive con su hermana Josefina, de 87, en el barrio de Horta. Hace seis años que le amputaron la pierna izquierda y, aunque la procesión va por dentro, sabe valerse sola. “Yo salgo cuando quiero, cojo el metro y el bus. Soy completamente autónoma, excepto para ir al baño. Y claro, eso te limita porque siempre necesitas ayudas para algo”, explica. Pero Montse tiene quien le eche una mano. Pili va unas horas cada día para ayudarle con las tareas domésticas y también recibe atención domiciliaria del Ayuntamiento. En Barcelona, el programa de teleasistencia, dirigido a ancianos, dependientes o personas con diversidad funcional alcanzó el año pasado los 100.000 usuarios. Según el Consistorio, 13 personas se incorporan cada día al servicio de teleasistencia y otras seis al de ayuda a domicilio.
Con Amparo, una voluntaria de Amics de la Gent Gran (una fundación que acompaña a los ancianos en Barcelona), Montse charla y programa salidas. “Yo voy a todos los partidos del Barça. Y una vez me la llevé porque ella es del Madrid”, ríe la anciana. Con la fundación también se escapa unos días de viaje. “Desde que me cortaron la pierna, no podía irme de vacaciones porque los lavabos no estaban adaptados”, relata.
Ducha en las redes sociales —tiene una tablet con Facebook y en el tono de espera del móvil suenan Los Beatles—, Montse rechaza el halo de tristeza que acompaña a la edad. “La tablet me entretiene y hay que ser optimista”, alienta.
La anciana protesta, no obstante, por la invisibilidad del colectivo y reclama más atención a los mayores. “Cuando voy al banco y pregunto algo, en vez de responderme a mí, contestan mirando a Pili. Como si yo no entendiese lo que dicen”, lamenta. Una invisibilidad que con la silla de ruedas se acentúa: “La gente no te ve cuando vas por la calle porque no estás a su altura. He tenido que comprarme una trompetita para hacerme oír. Y hay muchos sitios a los que no puedo entrar porque hay escaleras”, critica.
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