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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Diálogo a trompicones

Hay que empezar a andar juntos. Si hay referéndum será el final, plantearlo de salida es una pared en el punto de partida

Josep Ramoneda
Pedro Sánchez y Quim Torra, en Barcelona, el pasado mes de diciembre.
Pedro Sánchez y Quim Torra, en Barcelona, el pasado mes de diciembre.m. Minocri

Probablemente, lleva razón Miquel Iceta cuando dice que “no espera resultados (de un posible diálogo con los independentistas) hasta después del juicio”. Es así porque el juicio es la consecuencia de dos graves irresponsabilidades que vienen condicionando el escenario: del independentismo, por haber sido incapaz de frenar a tiempo, de asumir la inviabilidad de la ruptura unilateral y convocar elecciones, que hubiesen permitido evitar el descalabro de la intervención de la autonomía y sus consecuencias. Y del gobierno Rajoy que tuvo cinco años —de 2012 a 2017— para encontrar las vías políticas adecuadas para afrontar el problema y los dilapidó entre la negación de realidad y la incapacidad de entender la situación catalana y desarrollar una propuesta política digna de este nombre.

Sin dirigentes con dimensión de estadista, la política se devalúa y los conflictos evolucionan fácilmente hacia la confrontación. El duelo de irresponsables —personificado en Rajoy y Puigdemont— llevó al bloqueo de la situación por parte de quien disponía de la fuerza intimidatoria del Estado. Se cerraba así cualquier espacio de encuentro y se transfería el conflicto a otros poderes estatales sacándolo del marco natural de la confrontación política. Y, ahora, a esperar que pase el juicio.

Y después, ¿qué? Dependerá de que las diversas partes asuman las verdades elementales que han ido cristalizando en esta larga y degradante resaca, en que la democracia española ha dejado por el camino algunos jirones de su piel, el independentismo se ha enzarzado en querellas internas que han conducido a una creciente sustitución de la política por la gesticulación efectista, la extrema derecha ha marcado la agenda española arrastrando al conjunto de la derecha, y la negociación política se ha convertido en un tabú que ha contagiado al PSOE muy temeroso a la hora de desmontarlo. Sin embargo, ha sido la ciudadanía con su voto la que ha apostado por el regreso de la política.

No basta con el cambio de estilo que representa Sánchez. Si se quiere buscar el entendimiento todos tienen que arrimar el hombro

Para ello se requiere algo aparentemente tan simple como reconocer lo evidente: que la vía unilateral a día de hoy no es posible y que, por tanto, el independentismo tiene que asumir el paso del proceso al postproceso; que el independentismo sigue ahí dividido pero conservando sus bases, como sujeto político central en Cataluña; y que la cuestión catalana ha dejado de estar entre las principales preocupaciones de los españoles, quizás porque los ciudadanos han leído la realidad mejor que los dirigentes políticos. Para hacer política en España no basta con agarrarse a la bandera. Kramp-Karrenbauer, la sucesora de Angela Merkel al frente de la democracia cristiana alemana, decía en este periódico: “No puede haber cooperación con los populistas de derechas”. Esto es la causa, según ella, de la debacle del PP. Europa sigue a la espera de que España sea capaz de resolver políticamente un problema que nunca debió salir de esta vía.

Forma parte también de lo evidente reconocer que con los agravios, heridas y humillaciones acumulados no es fácil pasar de la confrontación al entendimiento. Como es evidente que no se trata de pasar página, sino de entrar en una nueva etapa, sin exigir rendiciones ni poner por delante el programa de máximos. Para hacer camino, hay que empezar a andar juntos. Si hay referéndum será el final, plantearlo de salida es colocar una pared en el punto de partida. Al independentismo hay que exigirle el coraje de asumir la realidad en la que ya se está situando la ciudadanía y abandonar el doble lenguaje. A su vez, las instituciones españolas deben pasar de la reactividad y del revanchismo a la distensión. Sin duda, este será el cambio más difícil porque el clima de opinión creado ha sido muy duro, porque cualquier apertura es presentada como una claudicación, y porque el españolismo radical cree que todo le está permitido.

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No basta con el cambio de estilo que representa Sánchez. Si se quiere realmente buscar el entendimiento, todos tienen que arrimar el hombro. Y eso no ocurrirá mientras PP y Ciudadanos no sean capaces de aportar otra solución que las denuncias ante el juzgado de guardia, el endurecimiento de las leyes y la apelación a las medidas de excepción. Precisamente porque las relaciones de fuerzas son desiguales, la responsabilidad de los gobiernos y de los partidos españoles en la solución del problema es más grande. Mientras la rabia no sea reemplazada por la prudencia, iremos a trompicones.

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