Pablo Iglesias, rampante en el Reina Sofía
Estaba enfadado, más boxeador que 'ninja', sin miedo a las palabras gruesas. Viene a tope
Una tarde noche de mayo de 2014 estábamos tirados en la cama, comiendo palomitas y mirando en la tele los resultados de las elecciones europeas. Qué abismo existencial es el final de los domingos. Pero entonces ocurrió algo: fue cuando Podemos sacó los cinco eurodiputados y cuando nos sorprendió Pablo Iglesias, hablando desde su sede lavapiesera, diciendo con el ceño fruncido aquello de que, para ellos, cinco estaban OK, pero que habían salido a ganar. No era suficiente: qué poderío.
Como parecía un momento histórico —y lo era— Liliana y yo dejamos el sopor de la cama, aparcamos las palomitas, nos quitamos el pijama y corrimos a la cercana plaza del Reina Sofía a presenciar la celebración morada (inciso: nos quitamos el pijama y nos pusimos otra ropa, no salimos desnudos). Aquella acción tan simple nos pareció luego muy metafórica de lo que se estaba viviendo en España.
Por las calles del barrio vimos grupos de gente aquí y allá acercándose a toda prisa al evento. Las televisiones retransmitieron el paseíllo de los propios líderes del partido, caminando por las estrechas aceras de las calles empinadas, esas que parecen de pueblecito pesquero, cabizbajos e iluminados por fuertes focos televisivos. Parecían la Pantoja al salir del aeropuerto, o que venían de pillar costo.
Coleta morada, tribuno de la plebe, Pablo Iglesias se presentó bramando después de unos meses de biberones en la casa ostentosa
En la plaza, entre toda la algarabía, supimos de la existencia de Iñigo Errejón, que había dirigido la campaña, y Juan Carlos Monedero, que ya era performer, se arrancó con unas coplillas de la Guerra Civil. Había ilusión en los rostros: parecía que el descontento de la crisis y la protesta del 15M se habían materializado políticamente.
Este sábado Iglesias regresó a la plaza del Reina Sofía, que ahora se llama de Juan Goytisolo, y, cinco años después, no solo había cambiado el nombre de la plaza. Ya no queda casi nadie de los de antes, y los que hay han cambiado, como cantaban los Celtas Cortos. Coleta morada, tribuno de la plebe, se presentó bramando después de unos meses de biberones en la casa ostentosa. Salió como un miura, tal y como habían anunciado aquellos absurdos carteles personalistas y machirulos (uno de esos frecuentes absurdos que se dan en este partido). Dijo eso que ya sabemos de que son los poderosos los que mandan, que la economía le dobla el brazo a la política, aunque nunca está de más recordarlo. Estaba enfadado, rampante, más boxeador que ninja, sin miedo a las palabras gruesas. Viene a tope.
Lavapiés, el Lavapiés de los desahucios y las maletas trolleys, donde desembarcan los gin tonics con ensalada dentro, ya había sido desde los 90 un hervidero político con movimientos sociales, ONG’s y Centros Sociales Okupados. Podemos tuvo allí su primera sede, se conspiró en la desaparecida librería La Marabunta y se presentó en el Teatro del Barrio, todo alrededor de la calle Zurita. Esta vez, los tiempos cambian, me dejé el pijama y vi el show por streaming.
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