El planeta, el feminismo y el futuro
Hoy la revolución feminista, se configura como la única alternativa para subvertir las formas de poder dominante, atemperar la furia y colocar la salvación y la dignidad de la especie como objetivo prioritario
Visibilidad, reconocimiento, capacidad de movilización, impacto político, incidencia ideológica, el feminismo sigue penetrando en la sociedad con una fuerza hasta ahora desconocida. Y, por si había alguna duda sobre los avances que ha conseguido, la destemplada reacción de determinados sectores políticos y sociales, generalmente agrupados en los partidos de la derecha, lo confirma. Los sectores más conservadores lo ven como una amenaza. Lo cual es por un lado la confirmación de un éxito y por otro la advertencia de que la reacción puede ser brutal.
El PP ha entrado en el juego con bizantinas disquisiciones negando las cuestiones de género, pretendiendo igualar a hombres y mujeres en la condición de víctimas y viendo fantasmas izquierdistas por todas partes. La última es de risa: se negó a participar en las manifestaciones del 8-M porque estaban politizadas. Pues sí, estamos ante una cuestión que, entre otras muchas cosas, es política porque afecta directamente a la estructuras de poder de la sociedad. Y esto es lo que la derecha -y buena parte de los poderes establecidos- en una sociedad tejida sobre el patriarcado desde tiempo inmemorial no están dispuestas a soportar. Vox y el PP de Casado no disimulan. Ciudadanos se escuda en una idea del liberalismo que se reduce a lo económico: El feminismo “no tiene otro objetivo, dice Toni Roldán, que el de derribar, con políticas públicas efectivas, las barreras que todavía existen a la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres en nuestra sociedad". Es un objetivo que sería un gran progreso, pero que parece difícil alcanzar sin una mirada más profunda sobre el problema, porque la cuestión feminista no puede reducirse a recuperar el abismo que separa los derechos económicos de las mujeres de los privilegios de los hombres. Hay que combinar la inmediatez de lo pragmático hecha de conquistas puntuales con la laboriosa construcción de una mutación ideológica. Y, por supuesto, a corto plazo el fin de la brecha salarial es una prioridad, que debería condenar al aislamiento a los que se resistan.
Los sectores más conservadores lo ven como una amenaza, lo cual es, por un lado, la confirmación de un éxito y, de la otra, la advertencia que la reacción puede ser brutal
Pero hay que situar la cuestión feminista en el sentido profundo que tiene de proceso emancipatorio de largo recorrido. De modo que la lucha contra las injusticias manifiestas en el campo de los derechos económicos no puede desligarse de la oportunidad que el feminismo representa de generar una mutación en las estructuras de la sociedad que nos abra a todos, hombres y mujeres, una vía para combatir la hegemonía ideológica actual: la sociedad del Big Other, como la llama Shoshana Zuboff, “un régimen institucionalizado omnipresente, que registra, modifica, comercializa la experiencia cotidiana, de la tostadora al cuerpo biológico, de la comunicación al pensamiento, de manera a establecer nuevos caminos hacia los beneficios y el lucro”.
Si queremos evolucionar hacia una sociedad en que el reconocimiento mutuo sea el fundamento de las relaciones entre humanos, en que la atención, el respeto y la igual dignidad de las personas constituyan el horizonte civilizatorio y en que nadie se considere con derecho a utilizar a los demás como objetos susceptibles de ser abusados, utilizados y explotados a su conveniencia, sólo hoy dos caminos que puedan hacerlo posible y que, en realidad, van juntos: la cuestión ecológica y la cuestión femenina.
La última del PP da risa: se negó a participar a las manifestaciones del 8-M porque estaban politizadas
La ciencia nos ha aportado todo tipo de evidencias que confirman que el planeta está en riesgo y que, si no se cambia el modelo de desarrollo, la especie humana puede extinguirse en muy poco tiempo y nuestros nietos pueden vivir situaciones extremadamente duras. Y, sin embargo, ni las élites económicas ni las políticas parecen dispuestas a asumir los cambios que esta realidad exige. Unos niegan la catástrofe, otros reconocen el desafío pero sin que las voluntades sumen para que los Estados y las instituciones internacionales lideren avances significativos. Nuestras sociedades están estructuradas sobre poderes fundados sobre la lógica del más fuerte: la acumulación, la violencia, el miedo y la servidumbre voluntaria como forma de sumisión y control social, que cada vez concentra más los poderes y otorga más insignificancia a la mayoría. Y a estos poderes les cuesta ceder, aunque se ponga en peligro a las nuevas generaciones.
Hoy la revolución feminista, se configura como la única alternativa para subvertir las formas de poder dominante, atemperar la furia y colocar la salvación y la dignidad de la especie como objetivo prioritario. Y así frenar la imparable disolución de la democracia en las nuevas formas de autoritarismo postdemocrático. Quizás la última utopía.
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