Bailar para ahuyentar los demonios
Nuria Shang utiliza la danzaterapia para tratar el estrés postraumático en menores que han sufrido abuso sexual
Ana y Daniela bailan al ritmo de la melodía que emite un fagot en la azotea de un edificio. Ana prende un cigarrillo y apaga el que tiene en la boca. Tiene 24 años, no fue a la universidad y trabaja en un centro estético de cosmética en el barrio Salamanca. Hubo una época en la que nunca hubiera podido trabajar en un sitio en el que tuviera que hablar con más personas. Encerrada en sí misma, le aterraba quedar expuesta ante los demás:“Yo no me atrevía a decir ni pío, pensaba que la gente se iba a burlar de mí”.
Ambas acaban sus ejercicios bajo el sol de una tarde de invierno. Están en Alcobendas, una clase de danzaterapia, un tipo de tratamiento que pretende que la mente y el cuerpo conformen una única unidad psicofísica indisoluble. De este modo, el cuerpo ayuda a liberar la mente, y viceversa.
La clase la dirige Nuria Shang (Madrid, 35 años), quien utiliza este tipo de terapia para tratar el estrés postraumático (EPT) en menores de edad que han sufrido abuso sexual. “Es un tipo de terapia complementaria, no alternativa”, enfatiza.
Una de las que ha acudido a la clase se llama Daniela, tiene 21 años, estudia trabajo social y relaciones laborales en la Universidad Rey Juan Carlos. “En mi vida tuve un episodio del que prefiero no hablar”, dice, antes de explicar que a raíz de aquello sufre episodios esporádicos de ansiedad. Ha tenido problemas de tipo sexual, inseguridades a la hora de tener relaciones tanto con hombres como con mujeres. Su autoestima se vio muy afectada: “Cuando me mudé a Madrid, me di cuenta de que había otro tipo de terapias que me podían ayudar”.
Cuando Ana tenía 11 años empezó a autolesionarse. Había sufrido abuso sexual un tiempo antes y prefería sentir dolor físico para tapar el emocional. Lo recuerda mientras muestra las marcas de su brazo. Para ella, cuando alguien sufre abuso es una forma de minarle: “Yo no me quería morir, solo quería sentir otro tipo de dolor”.
Durante los siguientes seis años Ana optó por la danzaterapia para expresar lo que sentía. “Cuando empecé a controlar mi cuerpo, pude dominar muchas cosas de mi mente y dejé de hacerme daño”. Ana, además, también fue víctima de bullying en el colegio. “Yo no tenía ni idea que había un teléfono para emergencias como el de acoso escolar, creo que en esa época no existía y si existía no me informaron”.
“Trabajo con grupos pequeños de entre cinco y siete personas. Incluso, si el Síndrome de EPT es muy reciente, suelo trabajar con una persona sola y cuando está preparada la introduzco en un grupo de forma progresiva”, explica la monitora, que, al acabar la sesión, pide a Ana y Daniela (nombres ficticios) que imaginen un lugar seguro y se dirijan allí.
El sitio que se imagina Daniela es una playa con arena blanca donde hace mucho frío, y el de Ana es una cueva con mucha luz y una cascada de agua. Ahí van cada vez que sienten que van a pasar por un episodio de ansiedad. La dueña del fagot que las acompaña en su viaje es Inma de la Rosa: “Yo solo pongo notas musicales a lo que está pasando con su cuerpo”.
Shang, la terapeuta, empezó a bailar ballet a los siete años y estudió pedagogía y neuropsicología cognitiva. “Quería juntar mis dos mundos, pero no sabía cómo hacerlo”, dice. Hasta que decidió que lo que quería era enfocarse en el campo del abuso sexual. Darle visibilidad: “La gente cree que hay menos casos de los que realmente hay”.
Sentirse parte de algo
Al comienzo, Ana no creía que algo tan fácil como la danza podía ayudarle a tener más control.“¿Danzaterapia?”, se preguntaban Daniela y Ana antes de ser parte del grupo,. ¿Eso me puede ayudar a volver a sentirme parte del mundo real?. La respuesta la encontró después de un tiempo: Sí.
Lo más importante para ellas ha sido poder sentir que podían vivir con lo que les había pasado de niñas. “Cuando siento que todo se me acumula, solo me queda mi lugar seguro que me plantea Nuria durante la sesión”, dice Ana. Entonces vuelve a la cueva. Nadie le puede hacer daño.
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