Max Beckmann y los efectos colaterales del nazismo
Caixaforum expone 49 obras del artista alemán más destacado del siglo XX
El ascenso del fascismo y la llegada al poder del partido de Hitler en la Alemania de 1933 produjo efectos colaterales como los sueños imperiales, el populismo, la xenofobia y el odio hacia el otro. También la anticultura por la que muchos de los artistas del país, pintores, escritores, poetas y músicos, ejemplo de modernidad durante la República de Weimar, sufrieron el ataque de las nuevas autoridades que veían en sus obras el claro ejemplo del hundimiento del arte alemán. Max Beckmann (Leipzig, 1884 - Nueva York, 1950), creador de una obra radical, vitalista, llena de sutil erotismo, fue una de sus víctimas: fue apartado de su cargo como docente y muchas de sus obras fueron incluidas en la exposición Arte degenerado inaugurada en julio de 1937 en Múnich. El mismo día que Hitler difundía su discurso por radio para inaugurar la muestra, Beckmann abandonó el país rumbo a Ámsterdam para no volver más.
El tiempo y la historia han puesto a todo el mundo en su sitio. Beckmann es un pintor conocido, reconocido, valorado (también económicamente) y querido en su país, donde está considerado el artista más importante del siglo XX. Pero fuera sigue siendo un gran desconocido para el gran público, sobre todo en España donde son muy pocos los museos que cuentan con obra suya. A Beckmann le dedica Caixaforum (después de poder verse en el Museo Thyssen Bornesmiza de Madrid) la exposición Beckmann. Figuras del exilio, primera monográfica de este artista que “realizó obras duras, innovadoras y excitantes”, según el comisario Tomás Llorens, que ha dedicado cinco años de trabajo. Abierta hasta el 26 de mayo puede verse 49 obras (tres menos que en Madrid): lo bueno y mejor de este autor poco prolífico que pintó menos de 200 obras, en la que es fácil comprobar la gran tragedia que supuso para el pintor el conflicto desencadenado por el nazismo.
La exposición está dividida en dos partes, tal y como ponen en evidencia el color de las paredes. En la primera se repasa su producción en Alemania, los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, donde se alistó como enfermero. Beckmann pintó en Berlín y Fráncfort y pasó de ser “el más reconocido de su generación”, según Llorens, a ver cómo se le prohíbe exponer sus obras en público. Aquí su pintura es de corte realista, pero llena de resonancias simbólicas. De este momento son muchos de los retratos y autorretratos de amigos y conocidos enmascarados en obras con títulos como Carnaval (1920) o Jugadores de rugby (1929), en la que los personajes reproducen la misma estructura de un descendimiento de Cristo o la magnífica Sociedad, París, (1931) una de las obras denigradas en la exposición de 1937.
De este momento es uno de los retratos más bellos, el de Quappi con suéter rosa (1932), su segunda mujer, una obra propiedad del Thyssen de Madrid, que posó para muchas de sus obras. El primer exilio lo vive Beckmann tras su traslado a Berlín. Aquí comienza a producir sus trípticos (se exponen tres de los nueve que creó), inspirados en la pintura medieval alemana. También pueden verse una carpeta de litografías, ejemplo de su trabajo como grabador, que según Llorens, “está a la misma altura que el trabajo de Picasso”.
La segunda parte (su periodo holandés, entre 1937 y 1947, y americano, entre 1947 y 1950) está dividida, a su vez, en cuatro apartados, metáforas de la obra del artista. Máscaras en la que se recoge su pérdida de identidad asociada al exilio; Babilonia eléctrica, sobre el vértigo que se vive en la ciudad moderna; El largo adiós, en el que se equipara exilio y muerte y El mar, metáfora del infinito. Son obras de gran formato, retratos también, paisajes y naturalezas muertas. Entre las piezas presentes: Apolo y Gran varieté con mago y bailarina, las dos de 1942, Carnaval, de 1943, El traslado de las esfinges, de 1945, Globo con molino, de 1947, Naturaleza muerta con violoncelo y contrabajo, Ciudad (Noche en la ciudad) y Hombre cayendo, las tres de 1950.
La última obra
Beckmann escribía en su diario pequeñas anotaciones. Cuando terminó el 27 de diciembre de 19540 Los Argonautas escribió: “hoy he terminado la obra después de más de año y medio de trabajo”. A las pocas horas, cuando iba camino de una exposición en el Metropolitan sufrió un ataque al corazón y murió.
Pese al reconocimiento actual, la pintura de Beckmann sigue siendo “difícil y complicada”, según Llorens. En el recorrido que puede hacerse en el MoMA por las obras donde se fija el canon del arte occidental, las de Beckmann están en la escalera, fuera cualquier ismo y corriente. Es el precio de huir de las etiquetas y de ser un pintor independiente. Sin embargo, para Llorens, Beckmann representa “mejor que Picasso o Matisse, el espíritu del siglo XX, duro, innovador, excitante y, al mismo tiempo, dramático y terrible”.
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