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Desde la platea

Cuando indicaba que podía empezar a corregirse la desviación, al final, las buenas intenciones han saltado por los aires porque todos sospecharon de todos y nadie confió en nadie. Así empezó todo, así sigue y así seguirá

Josep Cuní
El juicio de proceso.
El juicio de proceso.EFE

La comedia es la antítesis de la tragedia. Y si es cierto que la diferencia es que invierten los términos y lo que en una empieza mal para acabar bien en la otra es lo contrario, ¿qué estamos viviendo?, ¿qué obra nos están representando? ¿de qué género teatral somos espectadores cuando no partícipes? ¿es comedia o es tragedia?

Observar con cierta atención lo que nos depara este tiempo errático y paradójico supone tener que asumir sus turbulencias y contradicciones. Vivir en un permanente vaivén que en nada tranquiliza y en mucho perturba. Excepto a aquellas personas que, como la peluquera de una amiga mía, parece que todo les resbala porque se enteran de poco y se sorprenden tarde y mal de lo acontecido meses antes. La colega me lo cuenta entre divertida y perpleja mientras me da muestras de una cierta envidia hacia quien ha optado por ser un poco más feliz. Y si además la ignorante está menos lejos de la verdad que del prejuicio —como definían los sabios— se habrá ahorrado disgustos y por más fresca estará mejor preparada para enfrentarse a los grandes retos que se avecinan que su clienta. Una mujer ésta, de carácter, que ha vivido los últimos días con la mirada algo estrábica al tener que dispersarla en la doble dirección que han marcado política y justicia.

El legislativo y el judicial se han contraprogramado y repartido la presencia en la doble pantalla de la actualidad. A la derecha, imputados, togas y puñetas. Seriedad y voluntad de orden. A la izquierda, vocingleros, estilismo y desparpajo. Aquelarre y deseo de follón. Pero con un mar de fondo y un común denominador convertido en el polo de atracción de todas las perturbaciones que sufre España: Cataluña. Cuentas y cuentos de los últimos tiempos vinculados. Debe y haber del balance eterno nunca cuadrado. Y que cuando algo indicaba que podía empezar a corregirse la desviación, al final, las buenas intenciones han saltado por los aires porque todos sospecharon de todos y nadie confió en nadie. Así empezó todo, así sigue y así seguirá.

No son estos momentos para previsiones ni siquiera a corto plazo. Más allá de lo que se espera de la hora siguiente cualquier propósito puede convertirse en un deseo no cumplido. Fijémonos en la figura del relator que tantas horas de absurdo debate y nervios institucionales nos deparó la semana pasada. ¿Dónde está hoy? ¿Quién se acuerda? ¿Quién lo reclama? Rebobinando los días alterados por lo que debía ser la solución y se convirtió en el problema, nos damos cuenta de hasta qué punto una decisión poco ajustada puede transformarse en una imprevisible y nefasta consecuencia. Y visto hoy, sólo unos días después, se nos antoja como una simple anécdota porque los lodos posteriores han enterrado los polvos precedentes. Y aquí estamos, sin presupuestos, esperando elecciones y observando como nadie asume la responsabilidad de tamaño desbarajuste que nos empuja a un falso final.

No hace falta caer en la tentación de la profecía para pronosticar que por mucho que las urnas decidan, y decidirán, es tan posible como probable que al día siguiente tengamos que recurrir a Benny Goodman y recuperar su gran versión del Begin the Beguine de Cole Porter para continuar programándola como irresistible e incombustible banda sonora de nuestro tiempo. Los problemas endémicos persistirán porque los sentimientos no se alteraran con la facilidad que unos esperan y otros quisieran. La fractura emocional no se soldará con cuarenta días de yeso y descanso. Ahí están las radiografías a modo de encuestas describiendo la solidez de unas convicciones apuntaladas por sus contrarios con la contumacia de similares argumentos pero en dirección contraria. Y pensar que las trincheras serán zanjas apaciguadoras es como aspirar a que Junqueras y Puigdemont se hagan amigos. Aquí no va a haber playa ni tranquilidad de balneario. A lo sumo, un estancamiento momentáneo que rezuma a enquistamiento y nos convenza que la enfermedad antes fatal ha evolucionado a crónica.

“Yo desuní a personas muy unidas y ahora tengo, ay de mí, los sesos lejos de su raíz que en este tronco estaban” lamenta Dante Alighieri en su Comedia. Que no es “divina” porque el adjetivo fue añadido posteriormente a raíz de una definición de Bocaccio que quedó para la historia según explica José Mª Micó en el excelente prólogo de la no menos excelsa versión recién editada del clásico de clásicos. Aquel que, “al final, de luz en luz, por este cielo he visto cosas que, si las repito, amargaran a muchos paladares”.

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