_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Menos lobos

Hay políticos mintiendo cada vez peor, quedando en evidencia y negando la mayor con máximo descaro y mínimo pudor

Josep Cuní
Thatcher y Reagan en el patio del Despacho Oval de la Casa Blanca en 1987.
Thatcher y Reagan en el patio del Despacho Oval de la Casa Blanca en 1987.

Sabes cómo se combate una mentira en política?” le pregunta retóricamente uno de los protagonistas de la serie The good wifea su interlocutor. A lo que este replica ingenuamente: “¿Diciendo la verdad?”. “¡Noooo!” exclama el asesor del gobernador: “¡Con otra mentira mayor!”.

Nadie recuerda cuándo la mentira se convirtió en moneda de curso político ya en los tiempos clásicos. Lo que sí todo el mundo ha aprendido es a relacionar los dos conceptos para desprestigio mutuo. Hace 130 años Oscar Wilde ya lo lamentaba. En su ensayo recién reeditado La decadencia de la mentira (Taurus) el cínico personaje a través del cual el escritor justificaba el título del texto loaba al mentiroso profesional y lo distinguía de los políticos porque estos ya no cultivaban el engaño como era debido. Es más, los comparaba desacomplejadamente para determinar “la magnífica irresponsabilidad y su desprecio tan saludable como natural por cualquier prueba”. Después de todo, se preguntaba Wilde, “¿qué es una buena mentira? Simplemente, aquello que contiene en sí su propia prueba”.

Pasado más de un siglo, los hechos le dan la razón. Aquí tenemos a algunos políticos mintiendo cada vez peor, quedando en evidencia y negando la mayor con máximo descaro y mínimo pudor. O se creen sus propias mentiras o piensan que comulgamos con ruedas de molino. Nunca el deterioro de lo público había caído tan bajo. Tampoco nunca habían existido tantas posibilidades de descubrir un engaño. Y menos aún la voluntad popular de perseguirlo, conseguirlo, denunciarlo y castigarlo.

Sucede, no obstante, que una parte de su grey se lo tolera, incluso se lo perdona. Se deduce que necesita vivir engañada. Es menos incómodo y más fácil. Y como los líderes han descontado a quienes les han detectado, solo hablan para los convencidos, sabedores a su pesar de que solo con ellos tampoco van a ninguna parte. Pero la madeja es ya tan tupida que se ven incapaces de desembrollarla.

Marck Thomson, en su ensayo Sin palabras, reivindica la retórica clásica para la política y denuncia que esta fuente de inspiración se perdió con la entrada de la publicidad en las campañas electorales. Lo circunscribe a la etapa Reagan-Thatcher coincidiendo los Estados Unidos y el Reino Unido, una vez más, en una misma línea de acción gracias al trabajo de una única agencia internacional. Vemos pues, que la herencia que nos dejaron no fue solo la máxima exaltación del liberalismo envuelto en blancos lienzos conservadores y del que todavía estamos pagando sus consecuencias, sino también una manera de hacer, de decir, de convencer y de engañar que persiste porque la política los hizo suyos y sus asesores los universalizaron.

Nadie recuerda cuándo la mentira se convirtió en moneda de curso político. Lo que sí todo el mundo ha aprendido es a relacionar los dos conceptos
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Estos días venezolanos que estamos viviendo lo demuestran. A imagen del castrismo más típico que fundamentó sus ideales a partir del uso de la propaganda más perversa que se pretendió única, Maduro exagera a Chávez y acaba siendo su propia parodia. Más cerca, Macron reescribe su discurso ya lo suficientemente descafeinado desde que llegó al Elíseo y baja a la calle para recuperar su verdad diluida. Ni qué decir tiene que el Brexit sembró con falsedades una semilla de tan mala germinación que nos dejó su engendro flotando por el Támesis y su espectro vagando por Westminster. España no se queda corta.

Las falacias vendidas con éxito contra Cataluña, por el Estatut primero y el procés después, han penetrado hasta la dermis de muchos ciudadanos convencidos de que aquí hace tiempo que nos escondemos por las esquinas. Y no es menos cierto que a fuerza de insistir han conseguido que se provoquen y afloren algunos casos que han sido oportunamente promocionados como el ejemplo necesario.

A fuerza de sinceridad, el independentismo le va a la zaga cuando no le avanza. Tanto se han provocado mutuamente que al final se han confundido en esta batalla sin fin que espera el juicio de los próximos meses para dirimir cuánto hay de cierto en lo que nos sucedió y que fue algo distinto a lo que nos han querido contar. Los unos y los otros. Bastó estar al pie de la información entonces, mantener fresca la memoria y procurar no ceder a las presiones de los intereses cruzados actuales, para guardar una idea fresca de los hechos que ahora le corresponde revisar a la justicia. Hechos, no intenciones. Actos, no declaraciones. Realidad, no ficción. Verdades, no especulaciones. Esta será la tarea del tribunal y la obligación de los testigos. Aclarar la verdad. La de los imputados puede y debe ser tan subjetiva como interesada. Se lo permite la ley porque es lógico que uno salvaguarde su integridad no condenándose más de lo imprescindible. Es la justicia quien tiene la obligación de demostrar la culpabilidad. Y debe hacerlo desmontando todas las falsedades construidas sobre un conjunto de embustes. Y con pruebas contrastadas y veraces.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_