En el colmo de la confusión de nuestros tiempos una parejita decidió desnudarse ante los cuadros de Adán y Eva que pintó el alemán Albrecht Dürer en 1507. Los óleos sobre largas tablas de madera tienen su historia: fueron ideados en Venecia, calculados milimétricamente como modelos para representación de la perfecta proporción del cuerpo humano, según el ideal clásico. Alberto Durero los vendió al Ayuntamiento de Nüremberg y de allí, se regalaron al castillo de Praga. Saqueados durante la Guerra de Treinta años, Adán y Eva llegaron a manos del rey de Suecia y, en 1654, la reina sueca Cristina los regaló al rey español, Felipe IV. Dos siglos después, estuvieron a punto de ser quemados por órdenes de Carlos III, que los consideró algo así como degenerados o por lo menos, obscenos, pero se salvaron de las llamas y, luego de quién sabe cuántos años encerrados en la Real Academia de San Fernando, llegaron al Museo del Prado en 1827. Demasiadas expulsiones del Paraíso, diría Manzanero.
Ahora, la parejita de performanceros (de cuyos nombres no quiero acordarme) lograron luego de un intento fallido hace dos años, encuerarse frente a las tablas de Durero y redefinir el enredo, pues Él se hizo fotografiar ocultando sus genitales y Ella se ha declarado “biológicamente mujer”, sin serlo “realmente”. Es decir, lo de hoy es imaginar el Paraíso habitado por Adana y Evo. Los modernos padres de Abela y Caíno lo hicieron para ese gran teatro que nos rodea llamado “Redes sociales” y como batalla contra quién sabe cuántas ideas que consideran infundadas y “constructos sociales” que según ellos resultan ridículos, porque le atribuyen a las tablas de Durero haber instituido la idea de género con las tablas que anduvieron del tingo al tango. Al final, luego de exponerse a una multa de quién sabe cuántos euros, la pareja de encuerados aceptan haberlo hecho como diversión, para salir del aburrimiento y porque la sociedad en general les parece “una parida”, pero el numerito suscita alguna duda que podría convertirse en antojo: si para mitigar el impacto y limitar el contagio que este atrevido lance ha suscitado, se programa una noche de visita topless o recorridos en bolas, sugiero tematizar la programación con grupos de freaks que quieran mimetizarse con los delirantes personajes del llamado Jardín de las delicias de El Bosco y que, por razones de peso y lonjas, me aparten un lugar en el performance exhibicionista a la sombra de las gordas que pintó Rubens.
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