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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Europa como oportunidad

Con las políticas de austeridad, Europa ha sido visualizada como la culpable del retroceso económico y de derechos de sectores muy amplios

Paola Lo Cascio
Momento de la votación sobre Hungría, el pasado miércoles en la sede del Parlamento Europeo.
Momento de la votación sobre Hungría, el pasado miércoles en la sede del Parlamento Europeo.REUTERS / Vincent Kessler

El 12 de septiembre por la mañana, un Parlamento Europeo lleno votaba, con 448 votos a favor, 197 en contra y 48 abstenciones poner en marcha el artículo 7 para sancionar el gobierno de Hungría, liderado por Víctor Orbán y, potencialmente, suspenderle, aunque fuera temporalmente, de los procesos de decisión de la Unión. Las acusaciones que han llevado al voto, no son menores: corrupción; falta de respeto de los derechos humanos; conculcación de la libertad de prensa y de enseñanza universitaria; grave desatención de los casos de violencia machista.

Estos son algunos de los motivos esgrimidos en el informe redactado por Judith Sargentini, del Grupo Parlamentario de los Verdes, y secundado en bloque por su grupo parlamentario y con contadas excepciones por los socialdemócratas, los liberales y la izquierda. En el Grupo Popular (del cual forma parte Fidesz, el partido de Orban), los partidos del centro y del Este de Europa han votado en contra juntamente a los grupos nacionalistas, xenófobos y de extrema derecha. Los populares españoles —bajo el nuevo liderazgo de Pablo Casado— se han ominosamente abstenido. Vale la pena reseñar también que los democristianos alemanes (el partido de Angela Merkel), con Manfred Weber —quien aspira a liderar la próxima Comisión— a la cabeza han votado favorablemente a la sanción.

Queda por saber si los complicados mecanismos de decisión de la UE conseguirán dar continuidad al paso dado esta semana: la suspensión se hará efectiva sólo si la decisión del Parlamento es ratificada por el Consejo —y aquí sería importante que el gobierno de Pedro Sánchez diera una señal en la senda de la continuidad de la medida—, y, en este caso, por unanimidad.

Sin embargo, el voto de hace unos pocos días deja algunas cuestiones importantes sobre la mesa. La primera, quizás más importante es que el proyecto europeo ofrece un marco político y legal que permite combatir las políticas xenófobas, sexistas y autoritarias en algunos estados miembros. En el contexto actual, no es poco.

La segunda tiene que ver con el debate que ocupa el mundo, Europa, España y también Cataluña y atañe el manoseado concepto de soberanía y, más concretamente de soberanía nacional o estatal. Orban ganó las elecciones en Hungría. Sin embargo, esto no le faculta —en la práctica, a no ser que su gobierno decida salirse de la UE—, a emprender políticas contrarias a los principios democráticos y humanitarios que están a la base del proyecto europeo. Así, se muestran las limitaciones de la “soberanía” nacional e incluso estatal. Esto puede tener lecturas diversas pero hay una de ellas que se hace evidente: Europa puede y debe ser un mecanismo de garantía de las libertades democráticas del conjunto de su ciudadanía, independientemente de su procedencia.

La tercera es que la decantación del voto en un sentido o en otro se resintió de las especificidades de los diferentes estados sólo en el caso del Grupo Popular en donde se entrevé un debate encendido en los próximos meses. Las divisiones han sido de tipo ideológico, al menos entre las fuerzas que no tienen entre sus objetivos dinamitar la UE. Ha sido el voto más de un Parlamento tal y como lo conocemos habitualmente que el de un órgano de un simple club de estados.

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¿Todo arreglado pues? Evidentemente, no. Las razones que explican el crecimiento de las opciones autoritarias y euroescépticas como las de Orbán (así como de las tentaciones de una parte marginal de la izquierda en este último sentido), tienen que ver con las muchísimas veces en que la UE no fue mecanismo de garantía de otros derechos y libertades, iguales o más importantes de las que se defendieron con éxito esta semana, como son los derechos económicos y sociales. Al contrario, con las políticas de austeridad, Europa ha sido visualizada como la culpable del retroceso económico y de derechos —real y no simplemente visualizado— de sectores muy amplios de la población.

Por ello la convocatoria de las próximas elecciones europeas será extremadamente importante. Tenemos por delante un doble reto claramente interconectado.

Por un lado, el de la profundización decidida de los mecanismos de cooperación política, de fortalecimiento de la redistribución económica y de transformación en sentido democrático de las instituciones de la Unión. Delante del embate de las muchas fuerzas que quieren dar al traste con la experiencia europea no se trata de que esta simplemente sobreviva, sino que pueda avanzar políticamente.

Pero por el otro, y dentro del conjunto de las fuerzas que apuestan por la Unión —y por mucho que les pueda pesar a quienes en estos años han impulsado políticas de austeridad— hay el reto inaplazable de una apuesta decidida para políticas expansivas y redistributivas de conjunto. Europa puede y debe ser garantía de derechos sociales. Y esta es su oportunidad.

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