Carreteras más seguras, negocios en riesgo
La N-340 y la N-240 sin camiones ganan en fluidez, pero los establecimientos junto a ellas temen por el futuro
En un pequeño despacho detrás de la barra del Hostal Baix Ebre, en Amposta, Jordi Bolet hace cuentas. “Habrá que tomar medidas drásticas”, anticipa. El responsable de esta popular casa de comidas, con 30 años de historia, pegada a la carretera N-340 tiene claro que, sin camiones, el negocio flaquea. “De aquí comen cinco familias, lo más seguro es que haya despidos. Y lo mismo va a pasar en otros sitios”, pronostica. Cifra en siete el número de establecimientos de hostelería que, como el suyo, se alimentan del tráfico de camiones que recorre el tramo de N-340 entre Alcanar y l’Ametlla. O, mejor dicho, que recorría, ya que desde este domingo la circulación de vehículos pesados queda totalmente restringida entre Peñíscola y l’Hospitalet de l’Infant, así como en el tramo comprendido entre Altafulla y Vilafranca del Penedès.
Los camiones de más 26 toneladas deben desviarse por la autopista AP-7. Lo mismo pasa en la N-240, donde se veta a los camiones entre Les Borges Blanques y Montblanc, y se les obliga a circular por la AP-2. Se les aplica una rebaja de hasta el 50% en la tarifa del peaje.
El precedente de l’Aldea
En el municipio de l’Aldea saben bien los efectos que produce desviar el tráfico de camiones. La N-340 partió al pueblo durante décadas y la actividad afloró entorno a la carretera. En octubre de 2013 se inauguró la variante y los 15.000 vehículos que diariamente cruzaban el pueblo se redujeron a un tercio. Dani Andreu, el alcalde de l'Aldea, recuerda que, tras los primeros meses de tráfico desviado, se entrevistó con los negocios de la carretera, para evaluar como les había afectado el cambio: “Hubo seis que me dijeron que les había bajado la facturación, pero pasado el tiempo reconocen que la han recuperado”, sostiene. El alcalde pone de relieve que, pese a que el “miedo es comprensible”, “los beneficios” de restringir el tráfico “son incontables”. “Menos contaminación, menos ruido y no hemos vuelto a tener ni una víctima mortal”.
En las mesas del Hostal Baix Ebre una veintena de personas apuran sus desayunos. Pocos cruasanes y madalenas, aquí dominan el tenedor y el cuchillo y las comidas contundentes. Son las diez y media del domingo y en el gran aparcamiento solo hay coches y motos, ni un camión. “El 50% de nuestra facturación era de los camiones”, calcula Jordi. “La carretera es vida”, expone, y se pregunta si el dinero que el gobierno destina a bonificar los peajes de los camiones (41 millones de euros) no sería mejor emplearlo en mejorar la N-340.
El Baix Ebre está abierto de seis de la mañana a tres de la madrugada. Solo cierra por Navidad y Fin de Año. Cerca del hostal hay una gasolinera. Joan Manel Navarro supervisa los diez surtidores. “Pinta mal, vamos a cerrar”, lamenta cuando se le pregunta que afectación puede tener para el negocio el veto a los camiones. Los malos presagios le duelen especialmente porque en la gasolinera trabajan él y su esposa. “Terminaremos como aquella”, apunta, y señala con el mentón una estación de servicio, cerrada, que hay en la otra orilla de la carretera.
Ahí, en esa gasolinera clausurada, los Mossos d’Esquadra han instalado un control. Junto a la carretera proliferan los carteles, los estáticos y otros luminosos instalados de manera provisional, que informan de la restricción del paso de camiones de alto tonelaje. Sin embargo, aun hay tráilers que siguen transitando por la N-340, ajenos a la restricción. Los Mossos los paran, les informan de la prohibición, han editado unos pasquines en seis idiomas, catalán, castellano, inglés, francés, alemán y rumano, y les advierten de que deben tomar la autopista en el siguiente cruce. Los Mossos contabilizan cuantos camiones siguen circulando por la carretera pese a la prohibición, y pasarán los datos al Servicio Catalán del Tráfico. En unos días se evaluará en qué grado ha disminuido el volumen de vehículos pesados. Los camiones que no respeten la prohibición se exponen a una sanción de 500 euros pero, de momento, la principal carga de trabajo de las patrullas policiales recae en la tarea informativa.
Cerca de Sant Carles de la Ràpita, un camión que circulaba en sentido Barcelona se detiene en una pequeña área de descanso que no tiene ningún servicio. Por no ofrecer, el lugar no ofrece ni una sombra. Al volante del tráiler, Joaquín Gros, valenciano, niega que se haya detenido sabiendo que los Mossos le esperan unos kilómetros más allá. Dice desconocer que el veto ya ha entrado en vigor y critica que, de ser así, no haya carteles informativos desde la misma salida de Valencia. Cuando se le expone que, a parte de los paneles estáticos, se han dispuesto letreros luminosos, insiste en qué no los ha visto: “Esto es un camión de 40 toneladas, tengo varias cosas a las que prestar atención”, alega. Su destino es Francia y explica que no toma una ruta u otra por capricho: “La empresa me ordena que circule por la N-340 hasta Altafulla y, luego, que me meta por la autopista hasta La Jonquera”.
Enfilando hacia Alcanar, junto a una fábrica de cemento, varias decenas de camiones reposan en el aparcamiento de una estación de servicio. Marcos Antonio Fernández es el encargado del asador que hay junto a la gasolinera, con vistas a la playa. Augura que, sin tráfico de camiones, se verá obligado a variar los horarios del negocio. A mediodía, da servicio a turistas, vecinos y trabajadores de la zona, pero al atardecer las mesas se llenan de conductores. El turno vespertino tiene los días contados, anticipa. “También nos ahorrará problemas”, expone, y señala varios altercados provocados por camioneros que pasan su descanso largo, 45 horas ininterrumpidas de inactividad, apostados en el aparcamiento.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.