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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Evitar el enfrentamiento civil

Para referirse a los catalanes “unionistas”, más de un político o intelectual procesista ha hablado de la “quinta columna”, un concepto que se acuñó en la Guerra Civil

Albert Branchadell
Josep Borrell en su toma de posesión.
Josep Borrell en su toma de posesión.efe

A los líderes independentistas no les gustó que el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, declarara que Cataluña está “al borde del enfrentamiento civil”. Seguramente el disgusto venía más por la entrada de Borrell en el Gobierno de Pedro Sánchez que por el contenido de la declaración, que no era esencialmente nuevo: por poner un solo ejemplo, Josep Piqué ya dio un titular semejante después del 1-O (“Corremos el riesgo de una confrontación civil en Cataluña”).

¿Estamos al borde de un enfrentamiento civil o existe el riego de llegar a ese estadio? En lugar de reiterar los argumentos de Borrell, Piqué u otros “unionistas”, un ejercicio interesante puede ser explorar el posible reconocimiento de ese riesgo en el lado independentista.

El 17 de enero, en su primer discurso como presidente del Parlament de Cataluña, Roger Torrent manifestó que quería contribuir a “coser” la sociedad catalana. Hablar implícitamente de una sociedad descosida no supone aceptar el riesgo de un enfrentamiento civil. Pero sí que implica aceptar un cierto grado de fractura: más allá de las convicciones políticas de cada uno, Torrent reconoció que el procés había rasgado el tejido social catalán. La tesis de la fractura la subscribió con todas las letras el presidente Quim Torra en la primera sesión de control de la legislatura. Inés Arrimadas le preguntó al presidente cómo piensa trabajar “para revertir la fractura social que tenemos en nuestra tierra”. En lugar de negar la existencia de esa fractura social, con su bisoñez característica Torra respondió que pensaba hacerlo, de entrada, “invitándola al Palau de la Generalitat”.

Aceptada la existencia de esa fractura, otro ejercicio interesante puede ser examinar la contribución del independentismo a su creación. Aquí no hablaremos de supuestos golpes de estado, ni de presuntos delitos de rebelión con violencia que están más en la cabeza de algunos jueces que en la realidad empírica, como el reciente documental sobre los hechos del 20 de septiembre ha venido a subrayar. Con algún detalle discursivo bastará.

El primer y principal detalle es el mismo término “unionista”. Este término se adoptó como un sparring cajón de sastre donde cabía todo lo que no fuera independentismo a ultranza: desde los partidarios de suprimir la autonomía hasta los confederalistas más radicales, que solo compartirían con España la Corona, el Ejército y poca cosa más, pasando por federalistas simétricos, asimétricos y tangenciales. Pero más allá de su poca precisión, el término evoca un contexto —el Ulster— donde el enfrentamiento civil no era un riesgo sino una realidad. Y ya se sabe el poder que tiene el lenguaje: importando el término se corría el riesgo (¿acaso asumido?) de importar también la realidad.<TB>

Hay otros destellos del espíritu de confrontación en otros detalles discursivos. Para referirse a los catalanes “unionistas”, más de un político o intelectual procesista ha hablado de la “quinta columna”, un concepto que se acuñó en la Guerra Civil española e hizo fortuna en otros conflictos bélicos (Jaume Sobrequés o Joan Tardà podrían ser dos ejemplos). Otros han pretendido señalar a partidos enteros o personas concretas como “colaboracionistas”, otro término de raigambre bélica. Y hay más: antes del 1-O la ahora supuestamente moderada Marta Pascal tuvo sus merecidos minutos de gloria al proclamar que “todos los soldados del PDECat están en disposición de hacer lo que haga falta”. En este inflamado contexto es un consuelo que se hablara de “choque de trenes” en lugar de “choque de tanques”.

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Podríamos tranquilizarnos pensando que todo esto son metáforas de las malas, en parte esperables en unas élites poco leídas y menos dadas a la reflexión. Pero en el entorno independentista existen otras manifestaciones que no son precisamente licencias poéticas. Un ejemplo es lo que les dijo Albano Dante Fachín a Inés Arrimadas y Xavier García Albiol después del último Sant Jordi: “Sant Jordi serà sempre nostre i vosaltres esteu fora. I per molts anys”. Alguien podría decir: no hay para tanto; al fin y al cabo en el firmamento independentista Albano Dante solo habrá sido una estrella fugaz. Lo más grave es que esto de distinguir los que caben de los que no es lo que hizo Quim Torra en una célebre sentencia: “Si la senyora Martínez Sampere [antigua diputada del PSC] i el president Montilla són catalanistes, és evident que uns quants tenim un problema. Aquí no hi cap tothom”. Sea cual fuere el significado de “aquí”, decidir unilateralmente quién cabe y quién se queda fuera de algo no parece la mejor manera de ahuyentar el fantasma del enfrentamiento civil.

Albert Branchadell es profesor de la Facultad de Traducción e Intepretación de la UAB.

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