Estrella más que emergente
La cubana-mexicana se muestra arrolladora en su tórrido estreno madrileño
Es muy difícil figurar entre los habitantes de este planeta en este último semestre y no haber escuchado aún Havana. Con las mismas, resultaría injusto enjuiciar a su creadora solo en función de este éxito rutilante, por encima ya de los mil millones de escuchas digitales. Camila Cabello se estrenó anoche en Madrid ante 5.300 almas en el WiZink Center y ejerció como un torbellino arrollador, una auténtica lideresa del baile con vozarrón y de la tórrida agitación masiva. Podríamos considerarla estrella emergente, pero por la intensidad de los chillidos con los que la saludó la hinchada madrileña puede que ya nos estemos quedando cortos.
Cabello fue entronizada hace unas semanas como la nueva gran reina del pop mundial con una portada en la revista Rolling Stone. El diagnóstico podrá ser prematuro, pero no disparatado. Es tan jovencísima (21 años) como muchas de sus seguidoras, dueña de una voz impoluta y guapa a rabiar, como una versión morena y más globalizada (aún) que Shakira, quizá porque apunte más hacia Taylor Swift o Demi Lovato. Su peripecia personal también la apuntala como referente de la ‘generación Z’: cubana de padre mexicano emigrada a Estados Unidos y enérgica detractora de Trump. Con tantas cosas a favor, falta que se atreva a salirse del carril, a facturar algo más que pop ultracomercial (anoche invitó por sorpresa a ¡David Bisbal! para una versión de Bulería) y baladas melosas.
A las ocho de la tarde ya no cabía un alma en el pabellón, circunstancia inusual porque poca gente suele estar al tanto de los teloneros. Los neozelandeses Drax Project fueron una excepción merecida a la regla, puesto que hay más música de la prevista en los dedos de estos cuatro jovenzuelos de Wellington. Sobre todo en el caso de su jefe de filas, el cantante Shaan Singh, que alterna el pop soleado con un falsete de rhythm ‘n’ blues y además asume los teclados y un saxo soprano muy tosco y seco, prestado del acid-jazz de masas. Han ejercido como teloneros para Ed Sheeran, Gorillaz o Lorde, pero huelen a letra gorda en los carteles de festivales: con Woke up late ya cuesta contener las escenas de euforia.
Camila relegó a su aplicada banda al fondo del escenario para reservarse un protagonismo indiscutible y, de paso, dejar espacio a su media docena de bailarines. Su dominio del espectáculo, con solo un álbum solista, es abrumador y lleno de guiños: las niñitas en el escenario para la pegadiza Real friends, los móviles al aire con In the dark, la sensualidad disparada con Into it, el compromiso LGTB. Pero Havana, que sirvió como cierre, es tan escandalosamente pegadiza que le asegura, con un repertorio aún irregular y exiguo, una amplia perspectiva de éxito.
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