Tocar a la gente en secreto
La artista María Sánchez intercambia objetos en establecimientos y acaricia otras sombras con la suya
La primera vez fue en la cafetería Nebraska que estaba cerca del metro Sevilla. La artista María Sánchez fue a tomarse un café y, cuando nadie la miraba, intercambió una taza de su propiedad por la taza blanca con la inscripción Nebraska. Como en un diminuto hackeo urbano, ahora esa taza se muestra en la Galería Alegría (Doctor Fourquet, 35) de Lavapiés junto con otros muchos pequeños objetos cotidianos que Sánchez ha hurtado en cafeterías, bares, hoteles y otros establecimientos. “En realidad no lo considero un hurto”, protesta, “lo considero un… intercambio”. Nunca regresa al lugar del crimen.
Hay un plato del Starbucks, un cuenco del 100 Montaditos, jabón de un bar de Malasaña, sábanas de hostales, tierra del parque del Retiro (donde intercambió una planta por otra), una copa de vino, un salero, un tenedor, etcétera. Cada objeto ha sido intercambiado por otro similar y se acompaña con una foto Polaroid que da testimonio del momento del hurto/intercambio. Hasta un libro de la escritora brasileña Clarice Lispector obtenido en una biblioteca pública, aunque este tiene truco. “Saqué el libro y compré uno nuevo igual”, relata Sánchez, “luego fui a la biblioteca a entregar el nuevo diciendo que había perdido el otro. Me dijeron que no hacía falta, pero ahí sigue, a disposición del público. Yo tengo el ejemplar viejo que han leído tantas personas”. Si alguien quiere comprar una pieza intercambiada, deberá ir con la artista personalmente a realizar un intercambio, hacerse cómplice.
Esto de apropiarse un poco de las otras personas a través de los objetos que han utilizado y, en general, esto de las otras formas de relacionarse con los otros está en el corazón de buena parte de la obra de la artista, sobre todo, de la que se reúne en esta exposición, Atlas elipticalis, cuyo nombre, por cierto, también se ha apropiado de una exposición de José Maldonado en la vecina galería Helga de Alvear, una de las más prestigiosas de España. Curiosamente Maldonado había tomado el nombre, a su vez, de John Cage.
En Metro, otra de las obras de Sánchez (Horcajada, Ávila, 1977), se dedica a tocar mínimamente a la gente en el metro con la punta del dedo, sin que se den cuenta, con toda sutileza, a la manera de los ninjas. Viendo el vídeo de la acción se experimenta una mezcla de serenidad, por la suavidad del tacto, y de tensión, por si la pillan in fraganti tocando lunares, mangas, trenzas, dedos o pies con sus pies descalzos. “El espacio vacío de la manga, por ejemplo, te pertenece porque está ahí, pero realmente es un espacio que podemos compartir”, reflexiona la artista. La acción se realizó en el metro porque permitía a Sánchez compaginar su trabajo de profesora de fotografía con su actividad artística: nada mejor que usar esos trayectos para crear. Luego, estos vídeos causaban gran expectación en Facebook. Todo ello habla de la sempiterna precariedad en la que se mueven los artistas, aunque Sánchez haya hecho de la necesidad virtud.
Los afectos y las sombras
No solo se puede tocar con el dedo, sino también con la sombra. En Los afectos, Sánchez repite la operación de la aproximación silenciosa al otro, pero esta vez es su sombra en el suelo la que busca a otras sombras a las que contacta en lugares como la Puerta del Sol, las piscinas públicas, o una playa de piedras de Denia, donde la sombra de la mano de la artista aprovecha para acariciar los cuerpos de las jóvenes que se tienden al sol levantino.
Sánchez (entre sus premios y selecciones destacan el Premio Embarrat, Encontro de Artistas Novos Argentina, premio a la producción de la Fundación Santander o la beca internacional Roberto Villagraz) intercambia, invade, se entromete, con desparpajo y audacia, pero, al mismo tiempo, con cierta candidez. Aunque su obra no lo diga, ella tiende a la timidez y sus acciones la colocan en una suerte de soledad secreta en mitad de multitudes. “¿Quién te va a decir algo porque le toques suavemente con el dedo o con la sombra?”, se pregunta.
En otras piezas anteriores ya se había puesto a viajar parasitando poéticamente a los demás: por ejemplo, en En todos los lugares, colocando uno de sus pelos sobre hombros ajenos y desconocidos, sin ser advertida, y siguiendo en vídeo la peripecia de ese pelo, de ese ADN, que ya era de los dos. En la galería La Juan Gallery, recientemente, hizo un calco de los tatuajes de los visitantes en los ventanales del espacio, apropiándose, una vez más de algo muy íntimo de los otros. “La obra de Sánchez destila autenticidad, no hay postureo, es un trabajo honesto, accesible, sin hermetismos, con el que te puedes identificar”, destaca Sebastián Rosselló, propietario de la galería.
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