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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Seré yo catalán?

El gran obstáculo que Quim Torra deberá superar: demostrar que aún elegido por unos cuantos es el representante de todos

Josep Cuní
Quim Torra, en el pleno del Parlament, este lunes.
Quim Torra, en el pleno del Parlament, este lunes.Albert Garcia

¿Seré yo español? se preguntaba Gaziel en enero de 1.929 desde las páginas del diario El Sol. Impactado por la lectura del capítulo dedicado a España en “Europa, análisis espectral de un continente” de Hermann Keyserling, Agustí Calvet aseguraba en aquel artículo no sentirse en absoluto reflejado por “las magras y parcialísimas filosofías hispánicas” del alemán que resumía que “Castilla es España”. Que “lo determinante es el espíritu castellano, y lo que caracteriza el paisaje castellano es lo cósmico, lo astral. El español sabe que sólo vive su vida, que en último término nadie puede ayudarle. De aquí su cultivo de la virilidad, de la dignidad del hombre, y de aquí su particular sentido del honor que descansa sobre la pasión puramente subjetiva”.

El talante del periodista catalán era otro, como expone Francesc-Marc Álvaro en el prólogo del libro del mismo título que el texto de hace casi 90 años. Así, Gaziel, aun aceptando como cierta la descripción del conde de Keyserling, prefería hablar de las Españas que “no son solo meseta, ni Goya, ni Felipe II, ni inquisidores, ni otras realidades semejantes, sino todo eso y muchísimo más que no ha sido, no es ni será nunca nada de eso”.

Durante el debate de investidura, la oposición le preguntó insistentemente al president Torra si tenía una visión restringida de Cataluña, de aquella catalanidad que defendía Gaziel como elemento perdurable de la esencia del país más allá de sus constantes avatares. El candidato se resistió pero acabó haciendo suyo el eslogan pujolista que definía como catalán a todo aquel que vive y trabaja en Cataluña. La insistencia era lógica.

El pensamiento de Torra llegaba avalado por tuits y artículos que ponían en duda el concepto plural de nuestra realidad. Aquella sobre la que el independentismo debe trabajar para ampliar su horizonte y de la que ERC, el principal socio político del president, anticipa que planteará en una ponencia del próximo congreso. Y como sabemos que somos lo que tuiteamos y respiramos por lo que hemos dejado escrito, el debate señaló el camino de la legislatura y el gran obstáculo que Quim Torra deberá superar: demostrar que aún elegido por unos cuantos es el representante de todos, sin exclusión, y que rectificar es de sabios aunque sea de cara a la galería. Pero como se hace difícil suponer que unos pensamientos despectivos tan elaborados se pueden borrar de la mente con facilidad, su primer gran reto será hacerse perdonar por quienes se mantendrán recelosos.

Y no me refiero a Ciudadanos que aprovechará, como sentenció Keyserling, que ninguna rectificación ni desmentido anulará el efecto de una publicidad bien hecha. Ni al PP que con García Albiol no tendrá ninguna autoridad moral para atacar a Torra por la inmigración porque él también lleva en su mochila personal sus campañas en Badalona. Ni tan siquiera a la CUP, desbordada por una hemeroteca que ha convertido su abstención en el rubor de su ideología.

Me refiero a tantos y tantos catalanes que con más o menos apellidos ancestrales siguen sin entender las prisas de los unos y los obstáculos de los otros. Ciudadanos de Cataluña que no le hacen ascos a la independencia, que sentimentalmente ya desconectaron de España antes de la advertencia hecha por el president Montilla y que, por eso, no aceptan presos preventivos por una reivindicación política. Mujeres y hombres que reclamaban respuestas de un Madrid que sólo emitía silencios a la vez que se abochornaron con las desmesuras legislativas independentistas del septiembre pasado. Ciudadanos de Cataluña que salieron a votar el 1 de octubre por convicción o en solidaridad con los reprimidos violentamente y que respiraron aliviados durante los minutos que creyeron que Puigdemont iba a convocar elecciones.

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Hombres y mujeres, de colores distintos y sinceras y profundas convicciones democráticas que han ido viendo como los conceptos que alumbran al sistema se deshilachaban como la tela raída. Ciudadanos de Cataluña que al no atisbar corrección alguna se distanciaron emocionalmente de todas las fuerzas políticas porque las perciben más predispuestas al bloqueo que a buscar soluciones factibles y viables. Que saben difíciles, por supuesto. Y cada día que pase lo serán más. Pero para eso se inventó la política. ¿O no?

Mujeres y hombres en desacuerdo con la aplicación del 155 y que recriminan a los políticos independentistas que hayan estado cinco meses mareando su propia perdiz por unos intereses que siendo legítimos facilitaban el progresivo alejamiento del autogobierno. Razones parciales a favor de su relato. Un relato contrapuesto cada día más a lo que esos mismos ciudadanos de Cataluña vieron, escucharon y denunciaron. Personas sensatas que, sin haber leído a Keyderling, comparten con él que cada idioma es una visión del mundo. Y su lengua es la catalana. Por eso, hoy, parafraseando a Gaziel, se preguntan ¿seré yo catalán?

Josep Cuní es periodista.

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