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SIM, pinturas de guerra

Un libro recoge la poco conocida trayectoria de José Luis Rey Vila, forjador de algunos grandes iconos gráficos de la Guerra Civil española

Carles Geli
Dos trabajos que muestran la evolución de Rey Vila: un catálogo para los almacenes Santa Eulàlia, de 1932, y uno de 1937, ya firmado como SIM.
Dos trabajos que muestran la evolución de Rey Vila: un catálogo para los almacenes Santa Eulàlia, de 1932, y uno de 1937, ya firmado como SIM.

Estaba, por un lado, el estilo, en acuarelas de tendencia expresionista, trazo grueso y enérgico, figuras apenas perfiladas en negro o marrón oscuro, amago de algún color (un poco de rojo) diluido en la transparencia del papel vegetal, todo lejos del efectismo del constructivismo ruso imperante. Y luego, claro, el aspecto del dibujante: educado, de ojos azules, “pensativo, retraído, hermético”, como le definía su propio padre, y un punto de dandy inglés. “Me temo que es un fascista emboscado y con la excusa de dibujar ha ido por las barricadas espiando”, remachó como puntilla de sus prejuicios Rafael Tona, del Comité Revolucionario del Sindicato Profesional de Dibujantes, para rechazar el trabajo de aquel hombrecito que se plantó con su carpeta de dibujos por si se los querían publicar y contribuir así a la guerra propagandística que ya iba paralela a la física en aquel verano de 1936. Quizá lo que le molestaba de verdad era el tono y el protagonismo anarcosindicalista en quien se sentía más cerca de los socialistas y comunistas de la UGT y el PSUC… Apenas unas semanas después, fue la CNT quien, desde los colectivizados Talleres Graphos, editaría en forma de álbum Estampas de la revolución española. 19 de julio de 1936, 31 láminas encuadernadas en espiral en tres idiomas de aquel misterioso autor que firmaba como SIM y que, junto con el Guernica de Picasso, se convertiría en una de las imágenes pictóricas más carismáticas e internacionales de la Guerra Civil española, como demostraría su uso por la revista Life en febrero de 1937 para ilustrar un reportaje del conflicto.

Dibujos de SIM, de 1936, de sus 'Estampas de la revolución española. 19 de julio de 1936' (izquierda) y de 'Doce escenas de guerra'.
Dibujos de SIM, de 1936, de sus 'Estampas de la revolución española. 19 de julio de 1936' (izquierda) y de 'Doce escenas de guerra'.

Quizá SIM se había estado preparando media vida para captar ese movimiento esencial y ese realismo esquemático sin saberlo. Desde cuando era José Luis Rey Vila y, con apenas 12 años, estudiaba en el irlandés y católico Christian Brothers de Gibraltar, adonde su padre, agente de aduanas del puerto de la ciudad de Cádiz donde su hijo había nacido en 1900, decidió llevarle porque ahí podía combinar el inglés con asignaturas de arte y oficios, que encandilaban al chico. Como lo encandilaban los movimientos de la armada británica y los uniformes y las desfiladas que se hizo hartones de ver ahí por culpa de la Primera Guerra Mundial.

La meca, lo tenía claro, era Barcelona, que albergaba la Llotja y bullía de posibilidades para quien quisiera dedicarse a lo artístico: publicidad, grandes almacenes, diarios, revistas… Y ahí encontró a finales de 1918 todo eso, pero también masivas manifestaciones de mujeres protestando por la carestía de la vida, los estragos de la gripe (318 muertos en un día) y la durísima huelga de La Canadenca que paralizó media Cataluña (febrero de 1919). Otro estímulo para su ya de natural rechazo al capitalismo y abono para sus ideas anarquistas, naturistas y veganas, que remachó con un antimilitarismo cultivado durante sus casi dos años de servicio militar a bordo del Cataluña (1918-1920), que le llevó a la primera fila de la guerra colonial africana española, al desastre de Annual, y que daría pie a una carpeta de apuntes gráficos prácticamente inédita: ¿Guerra en Marruecos?

José Luis Rey Vila, en 1934.
José Luis Rey Vila, en 1934.

Con el bagaje de las 11 ilustraciones de Cuentos, de Nica Lund-Bourn, que significó su debut como dibujante, la observación de las técnicas de su admirado ilustrador Ricardo Marín (Blanco y Negro, ABC), con el que colaboró en la revista La Esfera y de quien adoptaría con los años el gusto por los toros, el Quijote y el folklore andaluz, y esos dos primeros años en Barcelona, Rey Vila viajó por Europa, con especial querencia por París. Consolidaba su faceta de ilustrador y dibujante, que perfeccionaría de vuelta a la Llotja. En ese momento conoció ahí a Elvira Augusta Lewi, novelista y articulista, entre otras publicaciones, en D’ací i d’allà y en la Revista Ford, donde entre 1931 y 1936 colaborará, como lo hará también, y de nuevo gracias a una mujer, la periodista Mari Luz Morales, futura directora de La Vanguardia en plena Guerra Civil, en las publicaciones de los prestigiosos almacenes Santa Eulalia.

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Contrasta misteriosamente la luz mediterránea, los colores azules, blancos y marrones y el aire art déco de finas líneas de los personajes que caracterizan los trabajos de Rey Vila en esas publicaciones con el predomino del negro y marrón de las acuarelas de guerra de ese tal SIM, enigmática firma en fina tinta china que bien podía confundirse con las siglas del temible Servicio de Inteligencia Militar republicano. Más bien parecería responder a la abreviatura de Simone, por la escritora y militante izquierdista Simone Weil, que Rey Vila habría conocido en París y a la que habría acompañado al Frente del Ebro. Así lo sostienen Joan Prados y Jaume Rodón en SIM. Dibuixant de la revolució que, profusamente ilustrado, acaban de coeditar Viena y el Ayuntamiento de Barcelona.

Una línea para acabar con la angustia

"Cuando nos acercamos a cualquier ser vivo recibimos un primer choque visual, ese es el punto de partida de mi sistema lineal. Se constata primero el envoltorio carnal; luego, penetrando más a fondo el sujeto, se detecta una carcasa, un esqueleto. Descubierto éste, se percibe que hay algo más; hay aún, más definida, una línea que se detecta. Esa es la línea que hay que traducir (…) Tras un trabajo de despojamiento muy largo, me reservo la línea que considero esencial y pruebo de dar a esa línea el valor de la instantaneidad". Así definía José Luis Rey Vila en una entrevista en Francia lo que bautizó como "la ligne essentielle", sin duda una depuración a la mínima expresión de lo que en realidad siempre había caracterizado su obra y que fue puliendo con los años, en un proceso en el que las acuarelas de la Guerra Civil no habrían sido más que un paso evolutivo intermedio entre sus catálogos art déco y las ahora apenas una línea principal y alguna de complementaria. "Veo en la línea esencial el antídoto a la angustia", dijo. En la fase previa a ésta, a mediados de los 50, dibujos hechos de mil rayas a bolígrafo azul o negro. La exitosa culminación de ese genial estilo llegó en abril de 1957, cuando la visita a París de la reina Isabel II de Inglaterra. El desfile de la Guardia Real visto a través de la línea esencial le dio para un cuadernillo que expuso con éxito en la librería Saint-Germain de París. En la última recta de su carrera, quizá un regreso a los desfiles que presenció en Gibraltar de chico.

Tras las internacionalmente conocidas Estampas de la revolución española (difusión a la que no fue ajena la labor de la parlamentaria inglesa Nancy Astor, con quien trabó amistado, enésima demostración de la capacidad de encandilar a las mujeres que siempre tuvo el artista), Rey Vila produjo también Doce escenas de guerra, que editó el Comissariat de Propaganda de la Generalitat y que generó también calendarios y tarjetas postales. Se autoeditó España. Jornadas heroicas y se quedarían sin publicar láminas con el horror y la incredulidad de la población civil ante los bombardeos fascistas, en una serie que los autores del libro bautizan como Cuaderno del horror. Constan ilustraciones de SIM en cabeceras como Moments o SIAS, esta última de la Conselleria de Sanitat, para la que hizo también carteles. En realidad, muy pocos, porque la suavidad del gesto que destilan sus figuras entrañables surgían de las mismas técnicas que las acuarelas: trazos gruesos y negros y salpicaduras rojas. En ese periodo se forjó el sobrenombre de “pintor de la revolución”, que le dedico su amigo artista Carles Fontserè. Algunos de estos trabajos pueden verse hasta el 26 de mayo en la Galería Art Petritxol.

Enviado seguramente por la Generalitat a París en 1937 como delegado para la Exposición de ese año, Rey Vila se estableció ahí definitivamente. Pisó España sólo dos veces y en visitas relámpago: en enero de 1939, Barcelona, para enterrar a su padre, y en 1956, Sevilla, para visitar a su hermano. SIM desapareció para siempre y Rey Vila se casó, el mismo día que la ocupación alemana de París, con Odette Marie Mantois, obteniendo la nacionalidad francesa, un matrimonio blanco que duró apenas cuatro años, cuando la joven se cansó de que el artista dejara que las palomas invadieran literalmente su bello apartamento en plena colombofilia o de que pintara horas en la bañera instalado con una tabla cruzada con las pinturas o de que deambulara desnudo, como ya había hecho en Barcelona escandalizando a sus vecinos de Horta.

Algunas notables exposiciones en París y unas pocas en Barcelona o Sevilla nunca lo sacaron del anonimato en el que vivió. Murió en 1983 también en silencio, hallado por su hermana tras días de no verlo hecho apenas un trazo, una silueta entre telas, cajas y libros.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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