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SANT JORDI
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tres libros ineludibles

Decidí quedarme a vivir en Barcelona por dos razones: una fueron las tumbas romanas de la plaza de la Villa de Madrid; la otra, el día de Sant Jordi

J. Ernesto Ayala-Dip

Hace unos años, durante una cena veraniega, unos amigos me preguntaron por qué había decidido quedarme a vivir en Barcelona. Y en un régimen dictatorial. Contesté que me había quedado a vivir en Barcelona por dos razones capitales. (Habría una tercera: que mientras en Argentina se intuía una dictadura sangrienta como la que al final sobrevino en 1976, en España el régimen de Franco, que no el franquismo, comenzaba a dar muestras claras de agotamiento). Una fueron las tumbas romanas de la plaza de la Villa de Madrid. La otra, el día de Sant Jordi.

Cuando llegué a Barcelona, desconocía que aquí hubiera habido una colonia romana fundada por Augusto. Así que ese encuentro para mí fue casi como milagroso, porque ya conocía un hecho que siempre me hizo disimular la crueldad del emperador romano respeto a sus adversarios: que no quemara la “Eneida”, desobedeciendo con ello las instrucciones póstumas que había dejado Virgilio. (Siempre me pregunté cómo había interpretado, suponiendo que la hubiera leído, Augusto la cuarta Égloga de las Bucólicas, donde se anuncia el enigmático nacimiento de un niño). Años más tarde adquirí en Tarragona una estatuilla de Augusto, que preside mi mesa de trabajo, también motivo de perplejidad de los que se acercan por mi despacho. Ello fue porque supe por azar, que Augusto (cuando todavía era Octavio) también había perdonado la vida a Horacio, guía imprescindible para cualquier crítico literario que se precie. En la batalla de Filipos, Grecia, comparecía el ejército del bando que había asesinado a Julio César contra las tropas de Octavio y Marco Antonio (antes de liarse con Cleopatra hasta la sublime perdición de ambos). En esa batalla estaba el autor de Carta a los Pisones, que no bien vislumbró el peligro que le acechaba se escabulló lo más lejos que pudo, imitando con esa actitud, mírese por donde, la huida del mismísimo Octavio, solo que alegando una oportunísima enfermedad para no conducir (escaquearse, según las malas lenguas) a su ejército en esa trascendental batalla. Los años pasaron y Augusto, que sabía que Horacio había participado aquel día en el bando enemigo, así y todo lo nombró poeta áulico. A partir de estos hechos, en mi fuero interno, suelo llamar a Barcelona, Barcino. (Soy de los que está seguro de que la idea de Cataluña, como ente desprendido de la corona carolingia, nace en Barcelona. Y además, también se sabe que Wifredo el Velloso, llevaba en sus venas sangre romana).

Dije que la segunda causa, fue el 23 de abril. Exactamente el de 1972. No tenía ni la más mínima idea de la existencia de esta fiesta. Y mucho menos que tuviera tan relacionada con el libro, mi única pasión, independientemente de lo que hiciera entonces para sobrevivir. Así que es natural que este artículo hoy trate de libros. De algunos libros muy concretos. Hoy ya no recuerdo cuales fueron los más vendidos en aquella época, suponiendo que hubiera una lista semejante. Sí sé que ese día, dado que trabajaba en la librería del Drugstore del paseo de Gràcia, mi jefe (que era un guardia civil retirado) me puso de vigilante para que nadie entrara a la terraza cubierta que se había montado para albergar una mesa redonda en la que participaban los grandes nombres del boom. Allí estaban Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, José Donoso, Jorge Edwards, Bryce Echenique, etc. Mi cometido consistía en estar de pie de espalda al evento y no dejar pasar a nadie. Con los años recuerdo que mi jefe me felicitó por lo bien que había hecho mi trabajo. Y es verdad, fui muy escrupuloso en el cumplimiento de mi tarea, lo que a la vez no me privó de atender el contenido de lo que se debatía.

Han pasado los años y sigo experimentando el mismo entusiasmo, sino más, de entonces. Por el 23 de abril y por los libros. Todavía no he salido de casa. Hacia el mediodía saldré a la calle a encontrarme con los tenderetes, los enamorados y las buenas novelas o ensayos que se han publicado estos últimos meses. Sé de antemano que el libro más vendido en catalán (y subrayo lo de en catalán) será un autor mediático, cuestión que debería ser motivo de reflexión entre la industria del libro, los canales de difusión y los propios lectores. Yo tengo mis libros preferidos. Son tres: Les possesions (Anagrama), de Llucia Ramis, La conjura de los irresponsables, de Jordi Amat, y Muerte con pingüino (Blackie Books), de Andrei Kurkov. Tres lecturas ineludibles para los tiempos que corren.

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