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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La tercera Cataluña

Donde había una ahora ya hay dos, ambas exclusivistas, con la República inexistente y la Tabarnia inventada como emblemas

Lluís Bassets
Una 'senyera', una bandera española y la 'estelada'.
Una 'senyera', una bandera española y la 'estelada'.Reuters

Hasta que empezó el Procés, había una sola Cataluña. En cuestión de infraestructuras, el consenso catalán era tan amplio que alcanzaba a todos. También lo era en fiscalidad, antes de que el Procés descubriera la fórmula divisiva por excelencia: con el eslogan de que España nos roba se rompió un consenso que en algún momento llegó a alcanzar al PP catalán. En cuanto a la lengua, fue precisamente la huida hacia delante de la segunda legislación lingüística pujolista, de clara vocación monolingüista, la que rompió el consenso y abrió el espacio donde anidó Ciudadanos. Por no mencionar las instituciones, la Generalitat, aceptada por todos y con todos identificada hasta la huida hacia adelante del soberanismo.

La idea de Cataluña era la del catalanismo, una ideología adaptable y tan ecuménica como para no dejar apenas a nadie fuera de su ámbito. Hasta que empezó la erupción independentista, lo difícil era quedar fuera del consenso catalanista. Y era lógico, porque como ideología centenaria que ha atravesado todos los accidentes de la historia tenía una capacidad camaleónica de adoptar los colores y las formas de su entorno. Era posibilista y pragmática, abierta y amable, sensata y racional, sin perder el toque de sentimentalidad y emoción capaz de mobilizar a todos, especialmente a los recién llegados.

Quien mejor representa este catalanismo contemporáneo idealizado es Josep Tarradellas y quien mejor lo aprovecha políticamente, y también lo pervierte, es Jordi Pujol, un presidente polarizador que realiza la proeza política de hacer dos cosas contradictorias a la vez: unir como Tarradellas y empezar a separar como luego sabrán hacer con todo desenfado Artur Mas y Carles Puigdemont.

Uno de los debates del día trata sobre el peso del pujolismo en la configuración del Procés. Si el Procés se lo debe todo a Pujol, estamos aviados porque el entero catalanismo y sus instituciones corren peligro de impugnación. Si Pujol es solo una de las muchas formas del catalanismo, pervertida por la corrupción y envenenada por un proyecto secreto secesionista, entonces la ideología transversal centenaria está salvada. La realidad es que si Tarradellas unió, Pujol aprovechó la unidad y permitió que, poco a poco, en sus 23 años de presidencia, se fuera resquebrajando. Sobre todo con el relevo generacional y los pactos oligárquicos con el PP.

El hecho es que los consensos se fueron estrechando hasta echarse a perder y los escasos disensos, que eran sobre las esencias, se convirtieron en centrales y determinantes. Donde había una Cataluña ahora ya hay dos. Dos pueblos, cada uno con su lengua, si se empeñan los esencialistas de cada bando. Y dos pueblos exclusivistas en su propósito de secuestrar la representación del conjunto. La Cataluña independentista se cree la continuación y maduración de la Cataluña histórica y la Cataluña constitucionalista se considera expresión de la única Cataluña posible.

Si se las deja sueltas estas dos Cataluñas no van a entenderse jamás. Las divergencias irán en aumento y no encontrarán ningún punto en común. Sus emblemas más conspicuos lo dicen todo acerca del acelerado alejamiento en que se encuentran. Son la República inexistente y la Tabarnia inventada, actores de un teatro con tanta impostación trágica como ironía malhumorada, en el que nadie cree en la autenticidad del llanto ni en la frescura de la risa y todo es áspero y divisivo, frutos posmodernos y digitales de un guerracivilismo que ya se ha instalado en muchas mentalidades.

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No se entenderán, pero tampoco van a conseguir nada que no sea hundirse juntos en una decadencia buscada y obtenida. Eso si tienen éxito en su empeño suicida, es decir, si nadie interrumpe esta bronca cabalgada hacia la nada: si ambas Cataluñas siguen recibiendo de los ciudadanos los votos para seguir paralizados y divididos, en vez de los votos para volver a gobernarse.

Hay quien dice que Cataluña no está dividida y quien señala que si lo está no es en dos segmentos sino en tres, siendo el tercero el más detestado porque es el que quiere más autogobierno sin romper el Estado español. Probablemente son ciertas ambas cosas. La división todavía está en marcha y no es definitiva: puede empeorar, por tanto. Y aunque sean bien visibles los dos segmentos que ya se están configurando, también se hace muy deseable la aparición del tercero, el de la tercera Cataluña que propugna Josep Maria Vallès.

La debilidad e incluso la dudosa existencia de esta tercera Cataluña es del todo lógica. En realidad, el entero Procés ha consistido en destruir cualquier idea que pudiera interponerse entre las dos Cataluñas que iban creciendo vocacionalmente enfrentadas en su mutua exclusión. Si quieres más autogobierno, será fuera de España. Si quieres seguir en España, será con menos o incluso sin autogobierno. Este es el doble y perverso mensaje que nos llega desde ambas Cataluñas polarizadas,

Ninguna de esas dos Cataluñas va a servir a los intereses de los catalanes. Ninguna de las dos Cataluñas servirá para darnos estabilidad política, prosperidad económica y garantizarnos la paz y la armonía dentro de Cataluña, de España y de Europa. Las dos Cataluñas enfrentadas se excluyen y a la vez se necesitan mutuamente, porque viven de la negación y del rechazo, mientras que la tercera Cataluña tiene toda la capacidad para incluirlas a ambas, como sucedió ya hace 40 años con Tarradellas; y toda la fuerza, además, para aspirar a la máxima capacidad de autogobierno, dentro naturalmente de la Constitución española, es decir, para obtener la síntesis política de las aspiraciones más legítimas de todos.

Todavía no ha tomado cuerpo esa nueva Cataluña capaz de cortar de una vez con la enfermiza deriva actual, divisiva y nihilista, de las dos Cataluñas hacia la irrelevancia. Pero la hora ya ha llegado. De momento podemos llamarla la tercera Cataluña, pero enseguida deberemos decir que en realidad es la primera y la única porque es la Cataluña auténtica y real, asentada en una historia sin tergiversaciones ni mitos, pero también en la voluntad política de autogobierno persistentemente defendida a lo largo de los siglos.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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