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“Somos unos nostálgicos sin memoria”

La escritora Llucia Ramis aúna retrato social y generacional e historia familiar en ‘Les possessions’, novela con la que ganó el premio Anagrama en catalán

Dice Llucia Ramis (Palma de Mallorca, 1977) que todo el que escribe lo hace para convencerse de algo. La narradora de su última novela, sin ir más lejos, escribe para convencerse de que su vida aún tiene sentido. De que no importa que haya perdido el único lugar al que quería volver porque puede que su madre tenga razón y crecer consista precisamente en eso, en no tener donde volver. Ese lugar es una casa, Can Meixura, una casa mallorquina, una, allí llamada, “possessió”, de ahí el título de la novela en cuestión —Les possessions—, novela que le ha valido su segunda distinción —el Anagrama Llibres—, ocho años después de recibir la primera —el Josep Pla, por Egosurfing—, y que es un barco que se aleja, que dice adiós definitivamente al paraíso perdido, y lo hace en mitad de una tempestad: la del primer pelotazo, la de la locura del padre, la del apocalipsis sentimental.

“Nuestra generación está condenada a perder. Somos la última generación que querría que las cosas perduraran. La siguiente ya es hija del snapchat. Para ella, los recuerdos duran 24 horas. Somos unos nostálgicos sin memoria”, dice. Ella, como la narradora, también ha perdido Can Meixura. Ramis no es Emmanuel Carrère pero, como él, juega a desdibujarse cuando escribe. De ahí que la narradora de sus libros nunca tenga nombre. Porque es y no es ella. Veamos. ¿Qué estaba haciendo Ramis en 2007? Acababa de publicar una novela, su primera novela, que trataba sobre la de cosas que pueden pasarte en Barcelona cuando tienes 30 años. Y eso es justo lo que le pasa a la narradora. Hace 14 que el socio de su abuelo ha matado a su mujer y a su hijo y luego se ha suicidado, incapaz de soportar haber estafado a todo el mundo.

He aquí uno de los ejes de la historia —que Libros del Asteroide publicará en castellano, el 9 de abril—, que es, en realidad, un puñado de piezas, las piezas de un puzzle que sólo se completa al final. “La narradora es honesta, pero no exacta”, dice. Y habla de la “música” de la historia. “Quiero que el lector tenga la misma sensación que tiene la narradora sin tener que explicarla”. De ahí que, por momentos, parece que lo que ocurre se acelere, en pos de un clímax que acaba alcanzando, y, a ratos, se detenga, para saborear el detalle. “Creo que cada libro debe ser mejor que el anterior, que, como autora, debes correr un riesgo, y ese riesgo pasa por preguntarte hasta dónde eres capaz de llegar, en lo que cuentas y en cómo lo cuentas”, dice. En este caso, lo que cuenta es doloroso. No sólo por el asunto de la corrupción —la narradora se dice que, en realidad, no es hija de la Transición sino de la corrupción— sino por el del apocalipsis sentimental y la caída del padre.

El padre, recién jubilado, ha decidido inventarse un nuevo lugar en el mundo a base de revolucionarias entradas de blog, cámaras —va a todas partes con dos senegaleses que graban todo lo que hace—, coches dorados y camisas hawaianas. Es el Gran Lebowski mallorquín. “Los hombres que aparecen en la novela no saben gestionar sus fracasos”, asegura Ramis. El padre persigue un ideal que no va alcanzar; el abuelo carga con la culpa del socio; Ivan, su pareja, no puede soportar que las cosas no sean como él espera que sean. Ivan es periodista y adora por encima de todo su profesión, como Ramis, que no deja de volver una y otra vez, en cada novela, sobre su agonizante oficio.

“El periodismo está en peligro de muerte, y no veo la manera de salvarlo. Hay unos poderes a los que les interesa que funcione así. Ya no tiene ni prestigio. Lo peor es que sin periodismo no hay democracia”, dice. También dice que si hubiera escrito esta historia “hace diez años”, el empresario asesino y suicida, “habría sido un monstruo”, la clase de monstruo “que puede comerte”, pero que hoy no es más que un fantasma, algo que “da miedo, pero que resulta inofensivo”. Y que la idea de la familia, la familia de la que procedes, es un tipo de condena.

Podando un bonsái

Respecto a la familia, asegura que escribiendo la que era su última novela hasta la fecha, la evocadora Tot allò que una tarda morí amb les bicicletes (Columna; Libros del Asteroide), descubrió que podía aunar historia familiar con retrato social. “Entonces escribí como quien pinta un cuadro. Aquí lo expulsé todo de golpe y luego fui podando, como quien poda un bonsái”, dice. Añadió una versión distorsionada de lo que le ocurrió con uno de esos lectores que no se conforman con leerte, que quieren “entrar en tu casa a la manera en que tú has entrado en la suya”. En ese sentido, la novela reflexiona sobre los muy variados riesgos que comporta alzar la voz en el mundo de hoy. “Sí, y sobre la memoria que no tenemos”, insiste.

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Autor: Llucia Ramis.


Editorial: Anagrama (2018).


Formato: tapa blanda (240 páginas)


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