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¿Qué queda de la turismofobia?

Barcelona trata de recuperar el turismo perdido en los últimos meses mientras continúa el debate sobre el impacto de esta industria

Josep Catà Figuls
Una imagen, este sábado, de turistas en La Rambla de Barcelona.
Una imagen, este sábado, de turistas en La Rambla de Barcelona.Massimiliano Minocri

Han pasado muchas cosas desde el pasado verano, pero en una ciudad como Barcelona hay un debate que sigue abierto por mucho que cambie el foco de atención: ¿Qué hacer con la gran cantidad de turistas que visitan la ciudad cada año?

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Esta discusión, especialmente encendida a principios del verano pasado, estalló con actos vandálicos contra referentes de la industria turística en Barcelona, lo que dio paso al término de turismofobia. Meses después, con la caída del turismo propiciada por el atentado en La Rambla y, en mayor medida, por el conflicto político por el proceso independentista en Cataluña, el debate sigue de plena actualidad: el sector económico de Barcelona intenta recuperar, sea como sea, a los visitantes que han dejado de venir, mientras que los vecinos reclaman que se replantee el modelo.

La pérdida de turistas a causa del atentado en La Rambla de Barcelona en agosto se recuperó con relativa facilidad, pero la que causaron las imágenes del referéndum del 1 de octubre la admiten todos los actores implicados. Sin embargo, el baile de cifras contribuye a la confusión sobre el alcance del descenso de turistas.

El Congreso de los Móviles, que empieza el día 27, será la prueba de fuego para Barcelona

La Organización Mundial del Turismo cifra esta caída entre un 15% y un 20% a causa de la inestabilidad política por el referéndum independentista; el último informe del Idescat señala que, en el último trimestre, la llegada de viajeros cayó un 6,5%; y el Gremio de Hoteleros habla de un descenso del 18% en la facturación. Con esta realidad, se presenta la oportunidad de retomar el debate sobre la gestión del turismo a la vez que se intenta recuperar lo perdido, aunque no todos lo ven así.

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“Es una oportunidad, pero en ningún caso para seguir creciendo”, sentencia Dani Pardo, miembro de la Asamblea de Barrios para un Turismo Sostenible. Esta asociación, que apuesta por el decrecimiento como la única manera de minimizar el impacto de la llegada de turistas sobre los vecinos, ha protagonizado en los últimos años acciones para cuestionar el modelo turístico de Barcelona y para abrir el debate. “En los últimos 25 años, el relato lo han protagonizado los empresarios del sector y no tanto los ciudadanos”, asegura Pardo.

“No hay turismofobia. Lo que hay es una crítica a la industria turística, por ser antisocial”, dice Pardo, activista por un turismo sostenible

Entre las acciones de la asamblea, además de charlas y conferencias, trascendieron las ocupaciones de vestíbulos de hoteles y el bloqueo simultáneo de siete autobuses turísticos. El término turismofobia pasó a estar en boca de todos cuando el grupo juvenil de la izquierda independentista Arran asaltó un autobús turístico a finales de julio y llevó a cabo acciones y mensajes contra los turistas en Barcelona y en las Islas Baleares. Meses después, nadie quiere oír hablar de este concepto, aunque, por ejemplo, la CNN ha calificado Barcelona como un destino a evitar este 2018 por la masificación. “No hay turismofobia”, discrepa Pardo. “Lo que hay es una crítica a la industria turística, que entendemos que es antisocial”, aclara el activista, que considera que el impacto negativo de los 28 millones de visitantes en la ciudad se plasma en las malas condiciones laborales y en la subida del precio del alquiler de los pisos. “En Barcelona, más allá de actos vandálicos puntuales, no hay un problema de turismofobia, porque no hay un problema con los turistas, sino con el modelo”, abunda Claudio Milano, profesor de Ostelea y miembro del grupo de investigación Turismografias.

El Ayuntamiento trabaja para recuperar el turismo perdido y mejorar la gestión

Milano recuerda que, este verano, el debate sobre el impacto turístico centró la actualidad no solo de Barcelona, sino también de ciudades como Palma, Lisboa, Valencia o Venecia donde ganó el “no” en una consulta no oficial sobre la presencia de los cruceros. “Aunque haya otras prioridades y el procés haya desviado el foco, este debate no está muerto en Barcelona, donde el modelo, que fue muy bienvenido hace 25 años por la riqueza que genera, está ya muy maduro”, asegura el investigador. Para otros, el debate está aparcado, y el barómetro sobre las preocupaciones de los barceloneses les da la razón: de ser el principal problema para los ciudadanos durante el verano ha pasado a la quinta posición en el barómetro de diciembre.

“Ahora que ya no es una preocupación, es el momento de que todos reflexionemos sobre la importancia del turismo. Hay que poner en valor la riqueza que genera y ordenar el turismo para que no vuelva a surgir la turismofobia cuando recuperemos la posición”, afirma Albert Grau, socio de la consultoría de turismo Magma HC.

Una pintada contra los turistas, este verano, en Barcelona.
Una pintada contra los turistas, este verano, en Barcelona.CARLES RIBAS

“Obviamente, la sostenibilidad del turismo debe ser una prioridad, pero ya no es un problema tan grave para el ciudadano”, asegura Enrique Alcántara, presidente de Apartur. Según él, el problema real en este momento es que la crisis política ha ahuyentado al turismo “de calidad. El que viene de fin de semana seguirá viniendo, y el turismo volverá a crecer, pero la cuestión es recuperar aquel visitante que se gasta dinero y es respetuoso, y eso solo se hace protegiendo la marca Barcelona”. Precisamente, el consistorio tiene previsto lanzar una campaña de promoción durante el Mobile World Congress, que arranca el 26 de febrero, una oportunidad y una prueba de fuego para mostrar la ciudad al mundo.

Es importante repensar el modelo juntos para canalizar la discrepancia sobre la gestión”, explica Torrella, director de Turismo de Barcelona

En paralelo al intento de recuperar visitantes, el Ayuntamiento trabaja con una estrategia que “tiene como condición necesaria la sostenibilidad”, según Joan Torrella, director de Turismo del Ayuntamiento de Barcelona. El Gobierno de la alcaldesa Ada Colau trabaja, en este sentido, sobre tres ejes: la regulación del alojamiento legal con el PEUAT, el plan que limita los hoteles en la ciudad; la presión sobre los apartamentos turísticos ilegales, responsables en gran parte del malestar de los vecinos; y la promoción de otros puntos de la ciudad que no sean el centro, para descongestionar barrios muy saturados por los turistas como el Gótico o la Barceloneta. Además, un acuerdo reciente entre el Ayuntamiento y el Puerto de Barcelona limita las terminales de cruceros y los aleja de la ciudad.

“Es importante repensar el modelo juntos, tenemos el Consejo de Turismo y Ciudad para canalizar la discrepancia sobre la gestión”, explica Torrella, quien considera que Barcelona “no puede tacharse de turismofóbica”. Con él coincide el concejal de Turismo, Agustí Colom: “Una cosa son los actos vandálicos, que no son asumibles y los hemos condenado, y otra el debate que hay”. El objetivo actual del consistorio, según Colom, es doble: promocionar la ciudad para recuperar el turismo perdido, y mejorar en la gestión. “Al final, no se trata de más o menos turistas, sino de más o menos impacto”.

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Sobre la firma

Josep Catà Figuls
Es redactor de Economía en EL PAÍS. Cubre información sobre empresas, relaciones laborales y desigualdades. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona. Licenciado en Filología por la Universidad de Barcelona y Máster de Periodismo UAM - El País.

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