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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Providencialismo y ‘procés’

Hay que poner en primera línea de acción política a una ciudadanía demasiado desatendida durante largos años de gran épica

Francesc Valls
Josep Rull y Albert Batet durante el discurso de Carles Puigdemont la noche electoral del 21D.
Josep Rull y Albert Batet durante el discurso de Carles Puigdemont la noche electoral del 21D. Massimiliano Minocri

El procés tiene mucho de providencialista. La lista electoral de Carles Puigdemont encarna a la perfección esa disposición a servir a un destino superior. El expresidente de la Generalitat se propone como intérprete de esa voluntad. La investidura telemática, con reforma exprés del reglamento del Parlament o la apertura de esa mesa negociadora con el Estado son expresión de ello.

Puigdemont, probablemente, creyó en su día que la República Catalana se salvaría, pues le resultaba insólita cualquier otra posibilidad. Pero no había nada: ni estructuras de estado, ni plan b. Y ahora corre el riesgo de recaer en el error. Esquerra Republicana está pidiendo rigor en la negociación de la mesa del Parlament y del futuro Gobierno. Los republicanos han constatado que hay tres escuelas hermenéuticas en el viejo mundo convergente: Puigdemont dice una cosa, Junts per Catalunya, otra, y el PdeCAT aporta una tercera voz nítidamente diferenciada. La secretaria general republicana, Marta Rovira, expuso ante el grupo parlamentario de su partido el caos de tanta polifonía y el temor a caer en el “ridículo” negociador.

Hay actitudes nítidamente diferenciadas entre las prácticas del expresidente de la Generalitat y las de su exvicepresidente Oriol Junqueras. Son dos formas de entender la realidad y de actuar frente a ella. Mientras Puigdemont espera nuevamente prodigios como la bilocación —estar en Bruselas y en Barcelona a la vez, algo que únicamente da la fe—, Junqueras desde la prisión de Estremera ha intentado infructuosamente lograr un permiso para poder asistir a los plenos parlamentarios en virtud de la representación parlamentaria obtenida. Los jueces han sido duros con el líder de Esquerra: sigue siendo un preso preventivo simplemente porque se ha resistido al auto de fe político, al no proclamar explícitamente que acata la legalidad y que renuncia a la vía unilateral para alcanzar la independencia.

Cataluña se halla en una situación excepcional: hay políticos y líderes de entidades sociales encarcelados, otros en Bruselas, una lista antinacionalista catalana —Ciutadans— ha ganado las elecciones, pero los independentistas son los únicos con capacidad para articular una mayoría parlamentaria. Todo es pírrico: los secesionistas cuentan con 70 diputados, pero con el 47,5% de los votos, tres décimas menos que en las elecciones de 2015, cuando la CUP reconoció que el plebiscito no había sido favorable al independentismo. Ahora la CUP, a través de la corriente Endavant, ha vuelto a dar un toque de realismo confuso. Por un lado reconoce que la correlación de fuerzas no es favorable al proyecto, aunque por otro asegura que hay una “mayoría social contrastada”. Para que no falte contexto ni haya pretexto, ahí va el fragmento del comunicado: “El independentismo sigue teniendo el mismo problema que se planteó el 27 de octubre [día en que se proclamó la fugaz república]. A pesar de que haya una mayoría social contrastada partidaria del proyecto independentista, no hay la suficiente correlación de fuerzas, ni respecto del estado ni en el seno del independentismo, para poder transformar estas victorias electorales y esa mayoría social en una república independiente”, apunta el comunicado.

Es decir, que el independentismo reconoce que le falta la fuerza suficiente para que ese voto popular —que, contrariamente a su creencia, matemáticamente no es mayoritario— cristalice en una república independiente. En cualquier caso, la CUP apunta como único camino una desobediencia que no gusta a la derecha independentista ex convergente. Puigdemont prefiere jugar al providencialismo, no concretar su programa social y no mojarse sobre cómo mantener esta república ficticia que —asegura— debe implementarse.

Si algo ha quedado claro en el procés es que no hay pantallas pasadas, sino mayorías sociales por ganar. En política existen los repliegues tácticos que deben practicarse cuando la correlación de fuerzas no es favorable. Algunas voces del mundo soberanista —sobre todo en Esquerra— apuntan en este sentido. Hay que ejercer la gobernanza del día a día. Preocuparse por las listas de espera, los empleos precarios, la atención a los dependientes. Hay que poner en primera línea de acción política a una ciudadanía demasiado desatendida durante largos años de gran épica. Esperar a la revolución o a la independencia para resolver todos los problemas de un plumazo es una vía que se ha demostrado ineficaz a lo largo de la historia. Buscar la solución en el providencialismo no es más que un intento de perpetuar soluciones de derechas o inmovilistas. Nada llegará por voluntad divina. Las mayorías tienen que ganarse en las urnas. Y en ese camino han de ir de la mano de propuestas políticas tangibles.

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