Lobos y banderas
Los humanos deberíamos proteger a los colectivos más pobres, viejos y débiles de la sociedad para evitar que caigan en las garras de los depredadores
Los humanos deberíamos aprender algunos valores de los lobos, empezando por su solidaridad.
Observando una foto aérea del documental Frozen Planet de la BBC, se ve a un grupo de lobos que camina en fila india por un paisaje abundantemente nevado y rodeado de bosque.
En cabeza marchan tres lobos a los que se nota fatigados, son los más viejos o enfermos de la manada. Van delante para no quedar rezagados y ser presa fácil de los depredadores. Les siguen cinco lobos fuertes, los más guerreros y con experiencia, que defienden la manada. A continuación el futuro, la fertilidad, los jóvenes, que van seguidos por otros cinco lobos guerreros que protegen la retaguardia. Finalmente, y a cierta distancia, el lobo o loba Alfa que se desplaza de posición, coordina y manda a los demás. La manada se mueve al ritmo que marcan los más débiles, se cuidan unos a otros. Podríamos definirlo como una sociedad solidaria y organizada.
Si en esa foto sustituyéramos a los lobos por un grupo de humanos, la organización y las distancias entre sus componentes serían otras. Los viejos, enfermos, débiles y pobres irían en la cola, a gran distancia del grupo, abandonados a merced de los depredadores. En caso de ser atacados, nadie iría a socorrerlos. Los más fuertes, los ricos, irían en cabeza, compitiendo entre ellos por ser los primeros y acumulando el máximo de privilegios. En el centro y avanzando lentamente, otro grupo, la clase media, donde una parte lucharía contra la otra parte, divididos en dos bloques monolíticos, identificados por sus correspondientes banderas y armados con argumentos que fueron diseñados especialmente para enfrentarlos.
Los humanos deberíamos proteger a los colectivos más pobres, viejos y débiles de la sociedad para evitar que caigan en las garras de los depredadores sin poder hacer frente al pago de sus hipotecas o a los recibos de electricidad que calientan sus hogares en invierno. A los que apenas sobreviven con sueldos tercermundistas en una sociedad con precios del primer mundo. A los sin trabajo, a los que recogen comida en los bancos solidarios de alimentos, a los que caen en la indigencia y duermen en la calle. A los refugiados políticos que huyen de la represión y de las guerras que azotan sus países, a los emigrantes que buscan un futuro mejor para ellos y sus familias y mueren ahogados en las playas del mismo mar Mediterráneo donde nos bañamos en vacaciones.
La solidaridad, ya sea entre clases sociales, entre comunidades o entre países, está languideciendo. Se ha perdido el glamour de ser solidario. Solo hace falta fijarse en la distribución de la renta en nuestra sociedad, dominada por un capitalismo cada vez más liberal y por nacionalismos excluyentes.
La radicalidad nos hace más débiles, como país, como sociedad y como personas. Somos testigos de una guerra entre banderas, esteladas contra nacionales, pero ninguna roja. La bandera roja aportaba años atrás valores de solidaridad, internacionalismo proletario, reivindicaciones sociales, honestidad. Esos valores se han diluido y han sido arrasados, sustituidos por “los otros nos roban”, “somos más inteligentes que ellos”, “nosotros somos demócratas, ellos son fascistas”, como si la inteligencia o el ser demócrata pudieran repartirse per cápita entre millones de personas de un mismo bloque por igual. Las espadas siguen en alto, la lucha continúa y así la sociedad no puede progresar.
Aprendamos algo de los lobos.
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