Mariachi Madroño
El autor, con motivo de la Feria de Libro de Guadalajara, imagina un Madrid amestizado con México
Sustituyamos los narcóticos frutos rojos del madroño por el hipnótico destilado del agave e imaginemos que el oso de estos lares decide vestirse de mariachi; por una semana, el tequila almendrado ocupará el lugar normalmente reservado para el vino tinto y en vez de piernonas de jamón de camiseta habrá tortas ahogadas y tacos ardientes en salsa muy picante.
Se trata de la celebración de la 31 edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que ha sembrado en México una antesala feliz para el cierre editorial de todos los años que se escriben con eñe: miles de fervientes lectores acuden en tropel a ver, escuchar y conversar con cientos de autores, poetas, ensayistas, periodistas, novelistas, cronistas, epigramistas, diseñadores, ilustradores, cuentistas, editores, publicistas y todos los istas que conforman la adrenalina en ebullición del inmenso mar de libros en español y este año, el Invitado de Honor es Madrid. Nada menos. Nada más.
Es el año en que por las calles de Guadalajara y todos los paisajes circunvecinos se escucharán lejanos ecos de zarzuelas antiguas y la taquicardia posmoderna de una ciudad polifacética, incluyente, plural y policromada que recibe todos sus días abriendo la Puerta del Sol y despide sus atardeceres por el último hueco de un palacio egipcio al filo del Parque del Oeste; la ciudad que lleva al Parque de El Retiro como pulmón y la Gran Vía como espina dorsal, tangente al sistema nervioso central que va de Atocha a Chamartín, paseando desde el Paseo del Museo del Prado hasta el de la Castellana, pasando por Recoletos… como quien recorre las páginas de la sabia y gran literatura que ahora aterriza en la FIL con no pocos embajadores vivos de sus palabras y todos los fantasmas de sus pasadas grandezas en sepia.
Por allá los versos intemporales de los poetas inmortales y por aquí los cuentos que se van hilando de Vallecas a Chamberí, los enredos de la Moncloa y los misterios de Lavapiés, la cara amable de los cronistas en blanco y negro, la música que se respira sobre un Madrid de tejados entrañables y la ejemplar dinamización diaria de una ciudad que se inventa y se reinventa a diario, lúcida y luminosa hasta marear al Mariachi que se acerca a su madroño para confirmar que las canciones y los libros que nos unen pertenecen ya desde hace tiempo a las dos orillas de un mismo corazón.
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