Decisiones y responsabilidades
A la hora de valorar la pertinencia de las decisiones tomadas, no podemos solo poner el foco en los efectos políticos, económicos o jurídicos, también en la cotidianeidad de las personas afectadas
Las decisiones son el fruto de elegir entre distintas alternativas. Cada decisión conlleva consecuencias y de esas consecuencias se derivan responsabilidades. Tomar decisiones solo por demostrar coraje sin pensar en consecuencias es azaroso. El jueves y el viernes se tomaron decisiones y ahora, no solo los que las tomaron, sino todos nosotros, hemos de asumir las consecuencias. Es inútil preguntarse qué hubiera pasado si Puigdemont hubiera convocado elecciones. Probablemente los costes hubieran sido menores que los que ahora hemos de afrontar tras la frágil y más retórica que efectiva proclamación de la independencia. Lo cierto es que se ha puesto en marcha el 155 y que, de manera discutible desde el punto de vista constitucional, se ha cesado a Puigdemont y a su Gobierno, se ha disuelto el Parlament, se han convocado elecciones y la Administración central del Estado toma el control de la Generalitat. Al mismo tiempo, la fiscalía y los órganos jurisdiccionales empiezan a dilucidar responsabilidades en la realización de hechos que puedan considerarse delictivos.
Un escenario en el que confluirán dos dinámicas, con tiempos y lógicas distintas. La política, en la que se verá la capacidad del Estado de desplegar su control y lograr que el modo en que se aplique no acabe haciendo imposible la celebración “normalizada” de las elecciones. Veremos si estamos en una “política de reducción de daños” o en una dinámica autoritaria y de enfrentamiento que acabe haciendo estéril la “normalización” buscada a través de las elecciones. Pero, en ese escenario, la contaminación generada por la actuación del poder judicial, que irá siguiendo su curso y sus tiempos, parece inevitable. Mientras por un lado se quiere recuperar legitimidad política para afrontar un problema que seguirá presente el 22 de diciembre, la actuación judicial irá iniciando procesos y atribuyendo responsabilidades. Lo que, sin duda, influirá en la disposición de todos para afrontar la renovación de la representatividad política ahora cancelada. Judicializar el conflicto político conlleva consecuencias.
Pero no olvidemos las otras consecuencias en el campo social. En las relaciones entre personas, conocidos, amigos y familiares. Como decía Amador Fernández Savater, el malestar sobre lo que nos acontece es muy parecido en toda España, pero cada vez hablamos menos del “qué” y nos fijamos más en el “quién”. Y además envolvemos esas emociones y sentimientos en banderas que nos identifican, pero también nos separan. El gran esfuerzo hecho por los partidarios de la independencia por explicar su posición en el mundo contrasta con el poco esfuerzo desplegado para generar complicidades en los distintos lugares de España. Y ahora, el reconocimiento internacional es extremadamente tenue y periférico, mientras que la adhesión social en toda España a las medidas aprobadas por el Senado parece notablemente alta. Y algo de eso ha ocurrido también en Cataluña cuando se ha tendido a ignorar o minusvalorar una pluralidad evidente en las urnas, pero poco visible en los espacios de debate sobre el tema.
Cuando pasamos de las grandes palabras y sacrosantos principios de unos y otros a la pragmática de las relaciones entre personas, las cosas adquieren otro grosor. Como decía Carol Gilligan al hablar de la ética de los cuidados, la cotidianeidad está llena de gestos, señales y miradas que indican la fortaleza de los vínculos, la confianza en el mantenimiento de los lazos, la necesidad de seguir siendo, estando juntos. Por un lado, se gesticula con libertad, justicia, independencia o estado de derecho. Mientras, en el trato diario, los cuerpos se ponen por delante de las palabras. Tenemos necesidad de apoyo, nerviosismo ante la incerteza, miedo a los efectos de todo ello en la supervivencia, grados distintos de confianza o serenidad a partir de las señales que recibimos de aquellos con que convivimos. Las grandes decisiones implican grandes responsabilidades, pero arrastran también tras de sí muchas consecuencias y efectos en los espacios del día a día, del trabajo, de los amigos, de la familia. De los que están a tu lado y de aquellos que estando lejos te siguen importando. A la hora de valorar la pertinencia de las decisiones tomadas, no podemos solo poner el foco en los efectos políticos, económicos o jurídicos de las mismas, sino que deberíamos ser también conscientes de lo que todo ello implica en la cotidianeidad de las personas afectadas. Y de eso la historia también nos ofrece muchas lecciones.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UB.
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