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el desafío independentista
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Nuevos patriotas

Escritores, músicos, actores, ilustradores o agentes culturales de Barcelona que viven del mercado español han abrazado la causa independentista

Cristian Segura
Imatge de l'última manifestació de la Diada.
Imatge de l'última manifestació de la Diada.massimiliano minocri

La madrugada del 12 de octubre sucedió un hecho que me impactó de forma especial. Aquel jueves, la noche de fiesta en la sala Razzmatazz de Barcelona finalizó con el público cantando Els Segadors y alzando el brazo formando las cuatro barras con los dedos, como gustaba tanto hacer a Artur Mas. Razzmatazz, la antigua Zeleste, es donde muchos disfrutamos de nuestros primeros encuentros con la música internacional más transgresora o más indie. Razzmatazz era un puente que conectaba Barcelona con una red global cultural que iba más allá de identidades nacionales. El apátrida barcelonés, el individuo que rechazaba formar parte de una nación y al que le daba igual ser ciudadano de un Estado o de otro, pero que si se identificaba con algo era con su ciudad, siempre ha estado en minoría. Hoy lo está mucho más.

Escritores, músicos, actores, ilustradores o agentes culturales de Barcelona que viven del mercado español han abrazado la causa independentista. Personas que también trabajan en castellano, personas para las que su patria era una buena edición de Blackie Books o de Anagrama, un disco de Los Planetas, una peli de los Trueba o que se reían de las miserias nacionales de unos y de otros. Seguro que continúan gozando de estas opciones culturales, pero ahora lo hacen mientras te inundan las redes sociales con fotografías de antidisturbios zurrando a una señora, con las ocurrencias de Julian Assange, increpaciones al PP, PSOE, C’s, a EL PAÍS, últimamente también a la Unión Europea y, sobre todo, con imágenes de las masas desfilando con banderas. No es que antes no les preocuparan la política y sus causas nobles, pero el hecho nacional, estas masas envueltas en banderas y colores nacionales, les generaban suspicacias; ahora son hiperactivos defensores de ello.

La falta de garantías del 1 de octubre o la vulneración del Estado de derecho con la ley de transitoriedad jurídica no son importantes al lado de las cargas policiales, la corrupción del PP, la monarquía o la detención de los Jordis. Así ve la situación una gran parte de esta progresía barcelonesa antes libre de identidades y de las siglas de la Transición. Han abrazado la creación de una república catalana como un ideal democrático pese a que hace dos días podían considerar la idea de un Estado-Nación como una cosa convencional, incluso retrógrada. Nada garantiza que el nuevo Estado sea mejor que el de los vecinos, es más, todo apunta a que en sus primeros años la situación económica sería desastrosa, pero esto no es importante si se puede huir de España, un país “mucho peor que Corea del Norte o Turquía”, como dijo en un mitin del 30 de septiembre el presidente de la Asociación Catalana de Municipios (ACM), Miquel Buch. Tiempo atrás, personas como Buch eran consideradas por esta progresía como alocados nacionalistas; ahora repiten las mismas consignas.

Las señales del cambio hace años que se detectan. Como cuando el admirado Josep Ramoneda explicó que en las elecciones de 2015 votó por la CUP y que en un referéndum votaría por la independencia. Si el nacionalismo cultural catalán ha optado eminentemente por ERC y la CUP, estos nuevos patriotas han votado sobre todo por los Comunes. Tampoco es una excepción Ramoneda: votaron por los antisistema muchas personas de la cultura barcelonesa con una vida privilegiada, gente que pasaron el puente del Pilar en su segunda residencia y que, entre instagrams de sus paseos por la Cerdanya o de un ágape en la costa de Menorca, continuaban difundiendo mensajes revolucionarios.

El homónimo de este progre barcelonés en Madrid, oyente de Radio 3, abonado a las actividades de La Casa Encendida y lector de Ignacio Escolar, continúa pasando de patrias y sentimientos nacionales. Por esto muestra apoyo al progre catalán y le da la razón: el PP es muy malo, la mafia del 78, un sistema corrupto, etcétera. Pero entonces, el progre de Madrid comenta al progre de Barcelona que algo mal habrá hecho la Generalitat, y el progre de Barcelona responde que quizá sí pero que, sobre todo, está la voluntad democrática del pueblo, y le alerta de que la prensa española le lava el cerebro. Para confirmarlo busca en Facebook aquella cadena que ha compartido veinte veces con unas palabras de Miguel de Unamuno de 1907: "Merecemos perder Cataluña. Esa cochina prensa madrileña está haciendo la misma labor que con Cuba. No se entera. Es la bárbara mentalidad castellana, su cerebro cojonudo”. El interlocutor de Madrid le da la razón, claro, pero íntimamente piensa que algo falla al otro lado, algo que seguramente tiene que ver con otras palabras de Unamuno, de 1906: “Los españoles de las demás regiones han estado constantemente ponderando y exaltando la laboriosidad e industriosidad de los catalanes —son los demás españoles los que han hecho el dicho de ‘los catalanes, de las piedras sacan panes’—, y con esto les han recalentado y excitado esa nativa vanidad que con tanta fuerza arraiga y crece bajo el sol del Mediterráneo. Y esa vanidad, esa petulante jactancia y jactanciosa petulancia que se masca en el aire de Barcelona, hace que las gentes sencillas y modestas —el castellano, a vuelta de otros defectos, es sencillo y es modesto hasta en su altivez—, al encontrarse en aquel ambiente de agresiva petulancia, se sientan heridas y molestas”.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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