Mágico Stradivarius
La violinista Isabelle Faust cautiva al Palau con un Mozart de sorprendente pureza sonora bajo la dirección de Giovanni Antonini
Escuchar a Isabelle Faust tocar los conciertos para violín de Mozart con su Stradivarius, llamado Bella Durmiente, es una reveladora experiencia melómana. Como en todos los instrumentos construidos por Antonio Stradivari, la pureza del sonido y la gama de colores permite al intérprete descubrir matices de insospechada belleza. Y el Bella Durmiente, de 1704, tiene luz propia. Con esta joya del legendario lutier de Cremona y la dirección cómplice de Giovanni Antonini, la exquisita violinista alemana convirtió su actuación en el Palau en una velada mágica.
En un artículo del programa de mano explica Faust la intensa relación que mantiene con su Stradivarius. "Tengo un vínculo emocional, especialmente en la manera como lo llevo a mi terreno en la expresión y la calidad del sonido". Asegura que la riqueza sonora de este excepcional violín define su personalidad como intérprete. Y así lo demostró en su regreso al templo modernista, tocando como los ángeles tres de los cinco conciertos para violín de Wolfgang Amadeus Mozart en la velada inaugural de Palau 100.
Faust recreó con frescura y exquisitos matices estas deliciosas partituras concertantes. Pocas veces se disfruta un Mozart tan rico en colores, de sonoridad transparente sonoridad y tan suave pulsación; y lo hizo bien arropada por el ágil, vital y equilibrado acompañamiento de Antonini al frente de su excelente orquesta, Il Giardino Armonico.
Isabelle Faust
Isabelle Faust, violín. Il Giardino Armonico. Obras de Mozart y Haydn. Giovanni Antonini, director. Palau. Barcelona, 19 de octubre
Reinó el espíritu galante en el Concierto núm. 1, KV 207, con la huella de la escuela italiana -Vivaldi, Corelli, Locatelli, Tartini -en el camino del joven compositor hacia su estilo propio; daba gusto ver a Faust perfilando bellísimos detalles con sentido cantabile y un virtuosismo nunca gratuito.
El sonido se tornó más sensual y luminoso en el Concierto núm. 4, KV 218, que cerraba la primera parte; se disfrutaron instantes sublimes en el Andante cantabile y en el vital Rondo, que combina elementos italianos y franceses, reinaron el optimismo y el buen humor.
Antonini imprimió una incesante energía a la Sinfonía núm 49, La Passione, de Franz Joseph Haydn, que abría la segunda parte. Su lectura, sabiamente contrastada, sin violencias dinámicas, dio paso a la joya final del programa, el famoso Concierto núm. 5, KV 219, Turco, servido con incisivos acentos y refinado virtuosismo. Un Mozart fresco y vital que, incluso el episodio a la turca del Rondo final, evitó cualquier exceso sin perder el más refinado encanto.
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