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“¿13 Rue del Percebe? Allí estaban más callados”

Vecinos de inmuebles de Barcelona se acostumbran a vivir con banderas enfrentadas en sus balcones

Viviendas con distintas banderas en la Avenida Meridiana de Barcelona.
Viviendas con distintas banderas en la Avenida Meridiana de Barcelona.Albert Garcia
Manuel Jabois

En el movimiento antindependentista se ha intentado de todo para asegurar la pertenencia de Cataluña a España, hasta un artículo de opinión que alegó que en cualquier pueblo español se decía “be de Barcelona” cuando se deletreaba una palabra. Pero Raúl Martín, barcelonés, vecino del Eixample que se define como apolítico, si tal cosa es posible en la Cataluña de hoy, cree que no hay mejor muestra de que todos caminan juntos desde que asiste, desde su ventana de Sant Antoni Maria Claver, a la fiesta que tienen organizada sus vecinos españolistas e independentistas. “¿13 Rue del Percebe? Allí estaban más callados”, dice refiriéndose a los protagonistas del famoso edificio de Ibáñez.

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Se trata de un gran patio interior de una manzana del Eixample al que dan edificios de Castillejos, Sant Antoni Maria Claret y Padilla. En realidad uno más de los muchísimos patios interiores que estos días aprenden a convivir tras la salida pública del armario de vecinos que han decidido comprar una bandera española y sacarla a sus balcones. En minoría clara, pero a menudo en sitios involuntariamente —o no— estratégicos. Por ejemplo, frente a la casa del matrimonio Pujol-Ferrusola en General Mitre, donde las españolas conviven con las esteladas, o en un edificio de Sants que es lo primero que uno ve, o veía la semana pasada, cuando sale de la estación.

Victoria, que vive en un edificio de la calle Mandri, resta importancia: “Que tengamos una bandera diferente en el balcón no quiere decir que en el ascensor nos tiremos de los pelos. No voy a ser tan cínica como para decirte que esto no resiente la convivencia, pero no la educación, ni la cortesía”.

El gallego Celso Malvar es vecino de la calle Castillejo. Su casa da a la misma manzana de Eixample que la de Raúl, el vecino de Sant Antoni Maria Claret. “Los futboleros ya esperábamos que con el proceso soberanista esto iba a repercutir, a ir a más”. Hasta ahora, con cada victoria importante del Real Madrid, un vecino de ese bloque llegaba a casa después del partido y se daba un homenaje a gritos correspondido —con furia algunos, otros con gracia— por sus vecinos culés. Una noche encontró un aliado inesperado: un vecino del edificio de enfrente (calle Indùstria) aportó petardos a cada victoria blanca… y a cada derrota culé. Eso tuvo menos gracia, de ahí que los vecinos recuerden una frase que ha hecho fortuna en esa manzana del Eixample: “Cabrón, sé dónde vives, el Sergio te conoce”. Frase que luego reconoció inventada y que buscaba asustar, si bien el tiro dio en la diana porque el merengue revoltoso paró unas semanas, quizá repasando la lista de Sergios en su vida.

“Esto resiente la convivencia, pero no la educación”, dice una mujer

Al menos una de las dos banderas españolas que conviven con una docena de esteladas lleva aquí años. De hecho, su propietario tuvo que cambiarla porque la anterior había desteñido. Las caceroladas de la semana pasada —estos días han remitido ya— convertían el patio de luces en una casa de locos. Primero salían a los balcones los independentistas a hacer sonar la vajilla con un estruendo enorme en ese espacio con eco. Nadie ve nada, solo los que están pegados unos a otros; los demás son sombras en los balcones, algunos apagados. Pero sí se escuchan gritos de unos y otros, especialmente cuando uno de los vecinos españolistas sale a su balcón. Lo hace cinematográficamente cuando la cacerolada termina, extendiendo los brazos y gritando “Arriba España”. A veces pincha el himno a todo volumen. Eso —el himno y los gritos, no el atuendo— provoca que los independentistas salgan de nuevo a los balcones a hacer una nueva cacerolada.

“A partir de las diez”

A una cacerolada un hombre responde con el himno nacional

“La primera vez pensé que estaba de broma”, dice uno de los residentes de su edificio que ve claramente como su vecino alguna vez sale en calzoncillos y sin camiseta, fumando. El hombre no estuvo durante el fin de semana; en el día de ayer el piso permaneció con las persianas bajadas y nadie respondió al telefonillo. “Cuando hay cacerolada, como se trata de tener la última palabra, el españolista sale a gritar otra vez. Y así podemos estar una hora”, dice Martín.

“Uno de los edificios que da a ese patio es un geriátrico”, cuenta Malvar: la residencia Claret. Así que al griterío y las cacerolas se suelen sumar ancianos desquiciados o enfermos, asomados a las ventanas de sus habitaciones a pedir silencio algunos, otros a reclamar una Cataluña independiente. ¿Se altera la convivencia? “A partir de las diez de la noche”, dice Malvar de broma.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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