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“Le vamos a dar la Cruz de Sant Jordi a Rajoy”

Tractores de payeses rodean algunos centros de votación en Lleida, donde una orden religiosa abrió un monasterio

Un policía expulsa a una joven del ambulatorio de Cappont de Lleida.
Un policía expulsa a una joven del ambulatorio de Cappont de Lleida.ADRIÀ ROPERO (EFE)
José Marcos

Eulalia Cuspinera, de 82 años, fue la primera persona en votar ayer en el Institut d’Estudis Ilerdencs en el centro histórico de Lleida. Fuera aguardaba una fila de cientos de personas. “He votado porque soy catalana. Espero que sea un día de armonía en el que se respete lo que opine cada uno”, celebraba. Como ella, sus nueve hijos tenían previsto participar en el referéndum ilegal de independencia. “¿Acaso esta señora es una terrorista?”, requería Carles Oncins, apoderado de Esquerra Republicana de 46 años. Unos pocos minutos antes, una pareja de Mossos d’Esquadra había dado su consentimiento a que comenzara la votación tras hablar durante varios minutos con el abogado designado como intermediario.

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La jornada dejó un herido grave por un infarto en la capital provincial y un reguero de heridos tras varias cargas policiales. La tensión también fue máxima en municipios como Alcarràs. “A las nueve de la mañana han llegado 60 antidisturbios de la Guardia Civil y han optado por cargar de forma desmesurada contra gente en actitud pacífica”, criticaba Miquel Serra, alcalde desde 2011 de esta localidad de 9.300 habitantes y muy próxima a Aragón. “Que yo mismo he sido golpeado. Que han herido a gente de 80 años yendo contra todos de forma indiscriminada”, incidía. Fuera del centro cultural municipal habilitado como sede electoral, una barrera humana de cientos de personas se amontonaba alrededor de la entrada del edificio.

Mesas electorales improvisadas

La apertura de la docena de colegios electorales que EL PAÍS recorrió por Lleida capital y la provincia estuvo marcada por la improvisación. Los organizadores del referéndum no lo escondían. “Avanzamos de incógnita en incógnita”, reconocía el presidente de una mesa electoral. Los responsables de estas fueron en muchas ocasiones voluntarios que ejercían de vocales de presidentes. La cuestión es que hubiera tres en cada mesa para poder comenzar la votación.

Antes de que amaneciera las personas presentes en el Institut Públic Joan Oró de la capital se distraían alrededor de juegos de mesa; mientras, otros escuchaban la radio. “La cuestión es matar el tiempo y la ansiedad. Encima yo estoy muy destemplada”, confiaba Mari Tere. A unos metros un matrimonio entretenía con otro juego a sus dos hijos.

La “misión”, según una de las presentes, era evitar que las fuerzas de seguridad se llevaran la urna. Un grupo de hombres improvisó al mediodía una barricada en la calle por la que habían intentado irrumpir los agentes. Como refuerzo, una decena de tractores de payeses cortó las calles adyacentes al centro de votación, haciendo imposible que se acercaran los coches patrulla.

La misma táctica se siguió en Torre de Segre, a unos cinco kilómetros de Alcarràs. La diferencia era que el alcalde, Josep Ramón Branzuela, del PSC, no facilitó ningún complejo del Ayuntamiento. Los partidarios de la independencia pudieron votar en la esuela de primaria del pueblo de 2.300 habitantes. Alrededor de él también se colocaron varios tractores a modo de fortín. “Seguro que vienen, seguro que vienen”, porfiaba no obstante Víctor, que prefirió no dar más datos personales. Dentro de la escuela, la gente bailaba sardanas mientras la cola para votar a favor de la independencia avanzaba despacio.

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La participación en el referéndum de las monjas del monasterio de Vallbona de les Monges emocionó al independentismo catalán. Las responsables del recinto de la orden cisterciense femenina, justificaron su decisión porque, en palabra de una de las religiosas, “defienden la democracia y poder expresarse”. Medio centenar de personas aguardaba a la entrada del edificio, el único habilitado de la zona para votar, comiendo y bebiendo productos locales y aguardando la llegada de la Guardia Civil “para impedir que se llevara la urna”. Ana, una voluntaria, daba la bienvenida al “centro espiritual de Cataluña”.

“Rajoy ha ido haciendo independentistas por el camino. Le daremos la Cruz de Sant Jordi”, ironizaba Montse Grau. A sus 61 años, insistía en que los participantes en el referéndum no eran “un grupo de cuatro exaltados”. A su lado asentía con la cabeza Maite, que prefería no dar sus apellidos. De 57 años, casi 40 los ha vivido en la zona de Vallbona de les Monges. “¡Hemos venido a las cinco y media de la mañana y no nos moverán! ¿Pero qué se cree Rajoy, que estamos aquí abducidos todos por las monjas?”, proclamaba durante el almuerzo con el resto de “guardianes de la urna”. La caja de plástico permanecía en una habitación a pocos pasos de la calle bajo un cuadro de la Virgen y una cruz.

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Sobre la firma

José Marcos
Redactor de Nacional desde 2015, especializado en PSOE y Gobierno. Previamente informó del Gobierno regional y casos de corrupción en Madrid, tras ocho años en Deportes. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Trabajó en Starmedia, Onda Imefe y el semanario La Clave.

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